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viernes, 17 de febrero de 2012

La Sotana del Diablo

Carta del presidente H. Truman al Papa Pacelli (Pio XII)
 
La Sotana del Diablo
The Converd Catoli (USA) 
Julio - 1952 Washington, D.C.

Estimado Señor Pacelli: 

Como bautista y como jefe ejecutivo de la más grande y poderosa nación del mundo, en la cual todos me llaman simplemente Señor Truman, no puedo dirigirme a Ud. como Su Santidad, titulo que solo pertenece a DIOS.

Nosotros, en los Estados Unidos de América, consideramos a todos los hombres iguales delante de Dios y nos dirigimos a ellos por sus verdaderos nombres. Por eso mismo es que me dirijo a Ud. simplemente como señor Pacelli.

El pueblo que me eligió su Jefe Ejecutivo es una nación democrática , amiga de la paz, por lo tanto mi deber es conseguir la cooperación de aquellos que realmente hayan dado pruebas de desear la Paz y de trabajar para conseguirla, no de los que gritan paz y fomentan la guerra. No creo que Ud. ni su iglesia estén entre los que verdaderamente desean la paz y trabajan por ella.

En primer lugar , nuestros antepasados fundadores de esta gran nación, conocedores por la historia de la naturaleza de vuestra iglesia amante de la política y de la guerra, sentaron como principio de nuestro gobierno no permitir vuestra intromisión en nuestros asuntos de gobierno.

Aprendieron bien esa lección en la historia de Europa y , por eso, estamos convencidos de que nuestra democracia durará mientras no aceptemos vuestra intromisión, como lo hicieron los gobiernos de Europa a quienes enredasteis con vuestras doctrinas e intrigas políticas. Thomas Jefferson , uno de los mas sabios de nuestro país, dijo esto mismo cuando lo declaró : " La historia no nos muestra ningún ejemplo de pueblo alguno manejado por el clero que haya tenido un gobierno civil y libre ".

Por eso es usted la última persona en el mundo que pueda enseñarme la forma de dirigir a mi pueblo por el camino de la paz.

Para refrescar su memoria le recordaré algunos hechos de su predecesor en el Vaticano el Papa Pío XI, el iniciador de toda agresión fascista en los tratados de Letran, celebrados con Mussolini en 1929. Este fue el principio de la traición a la civilización cristiana. Fue este el comienzo de los horrores que sufrieron Europa y el mundo, cuyas consecuencias estamos sufriendo todavía.

Un notable escritor e historiador de mis país, Lewis Munford (que no es comunista , ni odia a los católicos), escribió lo siguiente en su libro " Faith For Living", que publicó en 1940: "La traición al mundo cristiano se efectuó claramente en 1929 con el concordato celebrado con Mussolini y el Papa". Dice algo más: "Desafortunadamente los propósitos del fascismo están en gran conflicto con los de una república libre, como es la de los Estados Unidos de América.

En este tratado la Iglesia Católica......fue su aliada, una potente aliada, de las fuerzas de la destrucción".

En esa época muy pocos de los que vivimos en los Estados Unidos conocíamos la verdadera naturaleza del fascismo, como ud. y el Papa XI lo conocían, pues fueron los que fomentaron la guerra y aliaron su iglesia a él ( el fascismo).

Usted mismo fue especialmente preparado, como joven sacerdote y como diplomático de la Iglesia, para el propósito especifico de ayudar a Alemania a prepararse para la Guerra Mundial.

Usted y el Káiser urdieron en Suiza las intrigas contra los aliados durante la primera guerra mundial. Usted estuvo doce años en Alemania en donde tomó parte de la ascensión de Hitler al poder, habiendo celebrado acuerdos con él y con el execrado Von Papen, un segundo Papa, que ayudo a Hitler a tomar el poder y puso firma con la del Cardenal Eugenio Pacelli y la de Hitler en el Concordato con el Vaticano, firmado en 1933.

Nadie creerá jamás que usted ignorase el complot de Hitler y sus nazis estaban preparado contra nosotros. El propio biógrafo católico dice que ud. , durante esos años era " el hombre informado del Reich".

Después de la firma del Concordato por ud. y por Von Papen y de hacer aspersiones con agua bendita a Hitler dándole la " impresión" de que resucitaba, Von Papen, que logró escapar de Nuremberg, se jactaba en la siguiente forma: "el tercer Reich es el primer poder que no solamente reconoce sino que pone en práctica los altos principios del papado".

Vuestros cardenales y obispos bendijeron en Roma las armas de guerra de los soldados enviados contra indefensos etíopes. Vuestro cardenal Schuester, de Milán, proclamó el robo de Etiopia como una cruzada santa " para llevar en triunfo a Etiopia la Cruz de Cristo" . Mientras tanto sigue Ud. llamando a su iglesia "la iglesia de Dios" y pretende que yo, como jefe de un estado civil, le admita a Ud. como superior a mi y al pueblo de los Estados Unidos de América. Ud. habla con palabras melosas sobre justicia y al mismo tiempo hace sonar los tambores para otra guerra , tal vez más terrible que las dos ultimas, contra Rusia que nos ayudo a derrotar a Hitler y Mussolini.

Usted está incitando a los Estados Unidos para que cuando antes declare la guerra a Rusia, usando los mismos métodos empleados por Hitler para lograr la solidez de sus detestables y diabólicos regímenes.

Usted quiere que desperdiciemos nuestro dinero y que enviemos a nuestros jóvenes a una muerte horrible, que sobre los cadáveres de Hitler y de Mussolini terminemos la lucha que aquellos empezaron con ayuda suya y a quienes nosotros derrotamos. Si, Estados Unidos de América desean la Paz, pues de todas las naciones solamente nosotros quedamos con alguna prosperidad y decencia.

Somos el baluarte de las libertades democráticas protestantes. Si nosotros, o la Inglaterra protestante, nos debilitásemos vuestra CULTURA CATÓLICA tendría una oportunidad para gobernar otra vez el mundo haciéndolo retroceder a la Edad Media. Si perdiésemos o nos debilitásemos con la guerra que Ud. está provocando contra Rusia, fácilmente procuraría el Vaticano una alianza con ella. Su predecesor el Papa Pío XI , declaró públicamente que el haría pacto CON EL DIABLO MISMO , si conviniese a los intereses de la Iglesia. Por lo tanto, señor Pacelli, es mi deber como Jefe de este país predominantemente protestante, rechazar sus propuestas a guisa de alianza, de pacto de paz . " Los que comen en el plato en que el Diablo está comiendo, deben usar una cuchara muy larga".

Continuaré mi labor para lograr y mantener la paz como buen bautista, conservando los honrados principios protestantes que hicieron poderosa nuestra nación y trabajando por ellos.

Sinceramente suyo,

HARRY S. TRUMAN
PRESIDENTE DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA

 

viernes, 20 de enero de 2012

La ley Sopa es un regreso a las Brujas de Salem y la Letra Escarlata

Entrevista con Alberto Ruy-Sánchez realizada por Raúl Ramírez para Ixopixel.net

Alberto Ruy Sánchez (@AlbertoRuy) es un editor y escritor mexicano, autor de más de veinte libros de ensayo, poesía, cuento y novela.

Desde el año 1988 es Director General de la revista Artes de México. Siendo además un insomne consumado. Como no podía ser menos, su último libro “Elogio del insomnio” abreva de Twitter para rescatar algunas frases e ideas para gestarse. Este fue el pretexto ideal ayer que leía una entrevista en El Universal sobre este tema para abordarlo y preguntarle ¿Cómo es que un autor con esta trayectoria y de la “old school” se atreve a mamar de las nuevas tecnologías para configurar un libro? Algunos escritores ortodoxos se jalarían los pelos, hay casos de algunos que aún escriben en su vieja Remington y se niegan a usar una computadora.

En estos momentos Alberto vuela hacia Mérida, Yucatán, para presentar sus libros “Decir es desear” y “Elogio del insomnio”. Mientras el va volando, a continuación les dejamos algunas preguntas que Alberto amablemente accedió a responder en exclusiva para Isopixel.

¿Como se gesta la idea de Elogio del insomnio y de qué va el libro?

Desde niño llega un momento en el que todos están dormidos y yo sigo despierto. Y cuando me preguntan si “padezco” de insomnio resiento el prejuicio en la pregunta porque yo no lo padezco nunca, lo gozo. Desde hace mucho tiempo me di cuenta de que el insomnio es un gran incomprendido. Había que reivindicarlo como yo lo vivo: una zona inigualable de libertad del cuerpo y la mente donde el entresueño hace que conciencia y delirio convivan sin disputarse el tiempo y el lugar. Es también un tiempo dentro del tiempo: un regalo de vida. Tener insomnio puede ser un privilegio y no una enfermedad.

Investigué a fondo el tema, fui a clínicas de “desórdenes del sueño” y al centro de estudios del insomnio en Stanford. Hablé con los especialistas y consulté su biblioteca cuando fui profesor invitado en esa universidad. Leí todo lo que encontré sobre el tema. Incluyendo el testimonio de varios escritores. Pero en vez de hacer un tratado sobre el insomnio y cómo lo viven diferentes culturas y autores, quise más bien escribir una reivindicación del insomnio desde el insomnio que me incluyera ensayándome inmerso en el flujo de imágenes, sensaciones, presencias, ideas, escenas, relatos y obsesiones que me visitan durante el insomnio. Un relato de relatos donde los diferentes fragmentos son a la vez, cuentos, ensayos poemas, textos insomnes que casi podrían considerarse sonámbulos.

¿En qué momento decides utilizar las Redes Sociales como un elemento más de tu libro?

Desde hace veinte años mis libros se alimentan de las reacciones recibidas gracias a los libros publicados. Primero llegaban muchas cartas de lectoras, sobre todo jóvenes, que encontraban en mis páginas las palabras que necesitaban para declarar su amor a otra persona o para describir lo que iban sintiendo. Con cada libro se multiplicó y diversifico el ramillete de respuestas. Luego lo hicieron por correo electrónico y ahora gracias a las redes, tanto en mis blogs como en fbook y tuiter.

En uno de mis blogs puedes ver los tatuajes que muchas mujeres se han hecho tomados de las caligrafías árabes que incluyo en mis cinco novelas sobre el deseo en Mogador. Cada una de esas cinco historias incluyen ecos o de plano situaciones y actitudes que me han contado en línea. He hecho varias encuestas. Para un Festival de escritores en Colombia, de la revista El Malpensante, yo tenía que entrevistar en público, en un gran teatro, a tres mujeres muy conocidas allá sobre la masturbación femenina. Pedí a mis seguidoras que me contaran sus experiencias. Para aprender y para preguntar más adecuadamente. Recibí más de 400 respuestas que me fueron muy útiles. Algunas son muy bellas y convulsivas. Mis libros son libros de investigación en los que el resultado se presenta de forma poética y narrativa.

El libro del insomnio no podía ser menos y tenía que vincularse de alguna manera con esa muy activa retroalimentación escrita.

El material que recopilaste te sirvió de inspiración o ¿haces citas de los tuiteros?

Cuando estaba terminando mi Elogio del insomnio, dejándome habitar por las presencias, personas y ciudades que me visitaban como fantasmas personales durante el insomnio, surgió la presencia escrita de innumerables tuiteros que de pronto, por voluntad propia o incitados, tuiteaban cosas geniales sobre el insomnio. Tomé algunos y, después de pedir permiso a los autores los puse al frente de cada capítulo como epígrafe. Algunos, muy pocos, son de escritores conocidos o de amigos, pero muchos son de tuiteros con avatar misterioso y que no he visto en persona. lo que importaba es lo interesante de la frase, de la idea y lo adecuado que resultaba para cada fragmento en particular. Así entretejí mis obsesiones con las de esa comunidad de insomnes que muchas veces me acompaña noches enteras.

Y aunque no surge de mis tuiteros hay algunos de ellos que viven su insomnio de manera muy similar a la mía. Y sus experiencias, su manera de enfrentarlas me ayudaba a pensar la mía, a sentirla. Una tuitera muy inspirada, @Sra_Noche, puso un tuit que describe el espíritu de mi libro y mi actitud ante el insomnio. Tanto así que los editores lo eligieron para ponerlo en la contraportada: “Espero la llegada del insomnio como se espera a un amante. Inquieta entre las sombras, me rindo a las caricias del silencio.”

Se dice que Internet y las redes sociales son frías y despersonalizan a las personas ¿Por qué usar la tecnología para idear y recopilar material para un libro?

Yo encuentro que es todo lo contrario. Las páginas web eran y muchas veces son como folletos oficiales. los blogs comenzaron a romper el hielo. Facebook estableció la distancia de la aparente cercanía que da la imagen. pero en la improvisación personalizada, en la puesta en escena se ve lo que es cada quien y se siente. Tuiter convirtió eso en pulsación: en latidos. Beats: somos todos de pronto ritmos vivos de ideas, imágenes y palabras fugaces. Gatos en el tejado que se atreven muchas veces a pronunciar lo que no dirían en persona. La palabra, la textura y vitalidad de la palabra hace que las redes, las tecnologías conductoras de palabras, se pongan algunas veces al servicio de la vitalidad que vibra en lo que algunas personas pronuncian. Y ya se sabe que con los instrumentos que son las redes cada quien hace lo que puede o quiere: algo frío o algo cálido, algo muerto o algo vivo, algo cercano a los lectores o simplemente un atrio distante. Yo te diría que los fríos crónicos viven redes frías y de cualquier modo nada los descongela.

¿Qué piensas de la controvertida Ley SOPA y las acciones que se están realizando de manera global para frenar este tipo de iniciativas que de alguna manera atentan contra la libertad de expresión y el libre flujo del conocimiento y la información?

El 18 de enero muchos hemos hecho difusión amplia por todos los medios posibles de los peligros de las leyes de control que tratan de implantarse desde el gobierno norteamericano. Y sus remedos nacionales. Sus consecuencias nos afectan a todos en el mundo. Es uno de los más graves peligros que ha vivido la cultura desde hace décadas. Es un nuevo fundamentalismo corporativo y estatal que en nombre de la propiedad autoral-tema complejo si los hay-, y del mercado “naturalmente” controlado por las manos de los más fuertes quiere instaurar un régimen de denuncias y censuras: la muerte de la diversidad vital de la red.

Esta ley nos recuerda que la sociedad norteamericana es, en sus orígenes, el producto de sectas protestantes fundamentalistas. La ley Sopa es un regreso a las Brujas de Salem y la Letra Escarlata. Un hipermacaratismo que dejará corta la persecución de libertad de opinión que castró ese ser nefasto llamado MacCarthy en los cincuentas en nombre de “detener al comunismo.”

Es la obligación de ser sancionados por una sociedad fundamentalista que en nombre del mercado y de la propiedad autoral establece un régimen de denuncia. Lo vimos en Facebook al principio, la denuncia como reguladora se convierte en el arma de lo peor de la sociedades. Hay mucho que decir sobre el tema pero nada bueno puede venir de esa ley que tiende hacia un terrorismo corporativo y de Estado.

Yo estuve en China y viví las limitaciones terribles que allá existen. Estaba obligado a buscar todos los días túneles cibernéticos clandestinos que se crean y se destruyen todo el tiempo para poder hacer algo tan simple como una inofensiva crónica de viajes por tuiter, como lo había hecho en India y en otros países. Quien defienda para el mundo el modelo chinoestadounidense tiene en muy poca estima su dignidad y su libertad. Y no se da cuenta de que la innovación del conocimiento requiere lo contrario de lo que esta ley propone. Y lo que pasa es que quienes hacen leyes así se piensan a sí mismos en la punta de la pirámide social, con privilegios que los harían escapar de las fauces del monstruo que están creando. Pero hasta en eso se equivocan. De aprobarse una ley así terminarán devorados también por su engendro. Son muchísimas las consecuencias de darle armas e instrumentos a los impulsos más bajos de la humanidad. Y está ley trata de hacerlo. 

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Titulo original  "Yo no padezco el insomnio, lo gozo” – Entrevista a Alberto Ruy-Sánchez de Raúl Ramírez director del sitio Ixopixel.net  . La entrevista fue postiada el 19 de enero de 2012. Foto intervenida por @Bunkerglo  
Autorización DA. Le escribí a @isopixel: "acabo de leer la estupenda entrevista con @AlbertoRuy y quisiera publicarla en mi Blog. Quiero tu autorización. Abrazo". Me responde @AlbertoRuy  "@Bunkerglo @isopixel // De parte mía no hay problema, y lo agradezco; corresponde a isopixel confirmarlo". Dice @Isopixel: "@Bunkerglo De hecho si... @Bunkerglo @AlbertoRuy Para eso es, por favor, dale!". 

miércoles, 28 de diciembre de 2011

¡Hideputas!

El periodista Juan Gossaín cuenta, indignado, cómo se pudrió la comida y cómo se vio perjudicado un pueblo

Excúsenme si parezco furioso: lo estoy. Esperé una semana antes de sentarme a escribir, pero no se me pasa. El crimen que se ha cometido clama justicia al cielo. Voy a contarles la historia.
San Estanislao de Kotska, con su nombre de santo polaco, es un pueblo de 15.000 habitantes, en el departamento de Bolívar, situado apenas a 40 kilómetros de Cartagena. Por allí se le conoce simplemente como Arenal.

En la víspera de Nochebuena murieron dos niños, uno, de 2 años, en Arenal, y el otro, de 7 meses, en Soplaviento, la aldea de músicos que le queda al frente.

Estaban recogidos con sus familias en albergues para damnificados del invierno. Los dictámenes médicos fueron iguales en ambos casos: muerte por desnutrición. Los aguaceros de los últimos años han ocasionado tantos estragos en las riberas del canal del Dique que ya no hay comida. Un sacerdote amigo mío vio a una madre con sus hijos almorzando las hojas que arrancaban de un palo de limón a la salida de Calamar.

Ese mismo día, mientras los vecinos piadosos recogían dinero en la calle para enterrar a los niños, en una bodega de la zona industrial de Cartagena tuvieron que destruir 12.000 raciones de comida que la Gobernación de Bolívar había comprado hace cuatro años, para socorrer a las víctimas del invierno, pero que acabaron pudriéndose en un depósito.

No eran solo alimentos. En las cajas también había varias medicinas, entre ellas suero glucosado para rehidratar a los hambrientos. Es probable que con un par de esas botellas los dos niños se hubieran salvado. Sigo pensando en ellos hoy, que es día de los Santos Inocentes.

Historia de un crimen

Todo empezó en el año 2007. El implacable invierno, que desde entonces venía rugiendo como un perro hambriento del sur de Bolívar hacia el norte, había cobrado ya sus primeras víctimas: ranchos destruidos, cosechas perdidas, gallinas y cerdos que flotaban en las corrientes. Las romerías de indigentes, con un pedazo de colchón al hombro y las criaturas en brazos, se
desplazaban de pueblo en pueblo, mendigando cobijo y pan.

El gobernador Libardo Simancas, que estaba a punto de dejar su cargo para ser investigado por vínculos con la parapolítica, ordenó que se compraran 12.000 mercados a unos licitantes de víveres que los cotizaron por 4.000 millones de pesos.

Joaco Berrío, el nuevo gobernante, acusó a su antecesor de haber hecho una compra amañada y sin los requisitos que exige la ley. Según declaró públicamente, temía que al repartir esos alimentos lo metieran en la cárcel. En aquella ocasión le dije por radio que es mejor terminar preso por repartir comida que por dejarla pudrir.

Prefirió ordenar que almacenaran los mercaditos en una bodega contratada mientras se adelantaba una "investigación exhaustiva" que no llegó a ninguna parte. (Malditas sean las investigaciones exhaustivas en Colombia. Todavía no hemos podido saber quién asesinó al mariscal Sucre ni quién ordenó que mataran a Gaitán.)

A Berrío lo destituyó la Procuraduría por otras razones. Llegó un tercero, Jorge Mendoza, tan fugaz que ni tuvo tiempo de averiguar dónde diablos era que estaba guardada la comida.

En el 2010 convocaron a votaciones atípicas para que alguien gobernara los nueve meses que hacían falta. Solo participó el 10 por ciento de los ciudadanos. Apareció Alberto Bernal, el cuarto mandatario, y, según él mismo ha dicho, desde el día de su posesión ya los mercaditos estaban dañados.

En esos cuatro años, cada invierno fue más grave que el anterior.
Los damnificados se multiplicaron. Eran, como siempre, los más indefensos y desprotegidos. Uno puede comprobar en las calles coloniales de Cartagena que los desplazados por el agua ya no piden dinero. Ni siquiera piden una sábana. Ellos mismos dicen que se conforman con una lata de leche en polvo o unos cubitos para hacer sopa.

Pasó el tiempo. Llovían las explicaciones legales, hubo una inundación de incisos y parágrafos, cayó un diluvio de intrigas, metieron sus manos diputados y concejales, y así, entre martingalas de leguleyos y bellaquerías de políticos, la bodega terminó por convertirse en un pudridero.

La ira de Dios

Los vecinos del depósito empezaron a quejarse. Los olores apestaban. 12.000 cajas de comida para seres humanos se habían convertido en un banquete de ratas y en basurero de cucarachas.

Hasta que la semana pasada un grupo de especialistas decidió que se procediera a destruir los mercaditos con candela porque eran un peligro para la salud pública. Yo no sé cuál de todos esos gobernadores es el culpable, o si lo son todos, porque cada uno cuenta un cuento distinto y cada quien trata de sacar sus chorizos del humo.

Solo espero que la ira de Dios caiga sobre los responsables de una infamia como esta, ya que la justicia de los hombres no solo es ciega, sino sorda. Y que les tenga reservada una paila del infierno más caliente que el fuego de los mercaditos, para que prueben una cucharada de su propia medicina. Son más condenables que la guerrilla, los narcotraficantes y los paramilitares juntos.

Este crimen de lesa humanidad es más horrendo que el de los parásitos financieros de Wall Street, que los fraudes electorales de Putin en Rusia, que las masacres de Gadafi en Libia, que las palizas del Ejército sirio contra los manifestantes de Damasco.

Pero aquí, en Colombia, tierra del café más suave del mundo y de las esmeraldas más bonitas, nadie se indigna, nadie ocupa una plaza para expresar su protesta, nadie abre la boca. Nadie se estremece. ¿Es que aquí a nadie le duele nada? ¿Qué es lo que tenemos en las venas? ¿Chicha de maíz?

Las estadísticas más confiables señalan que casi cuatro millones de colombianos se acuestan cada noche sin haber comido. De ellos, la mitad son niños. Pero la plata del Bienestar Familiar no alcanza para llenar el barril sin fondo de tanto contratista ladrón. Y en Cartagena dejan pudrir 12.000 mercados.

Sigamos en esas, sigamos; sigamos felices, como Nerón, tocando el arpa mientras Roma arde.

Epílogo para una infamia

Y faltan más horrores. Ya dije que el suministro de los mercados perdidos se contrató hace cuatro años por 4.000 millones de pesos. Como nunca les pagaron, ahora los proveedores exigen 9.000 millones, un incremento del 125 por ciento, a lo que hay que añadirle el precio hasta ahora desconocido de cuatro años de bodegaje, más 44 millones de pesos adicionales que cobraron los encargados de destruir la podredumbre.

No escribo con tinta de computador, sino con sangre, porque Altenberg me enseñó que quien escribe con sangre aprende que la sangre es el espíritu.

A punto de terminar, busco en la cabeza una palabra precisa para referirme a quienes hayan sido los causantes de esta monstruosidad. Todos los epítetos me parecen pobres ante la magnitud de lo ocurrido. Decía Cervantes que "solo hay una palabra, y solo una, para expresar lo que un hombre está sintiendo". Pero ninguna sirve para deshacerme del tarugo que tengo enquistado en el fondo del corazón.

Hasta que la encontré ahí, en las páginas del propio Cervantes. Cuando aquellos truhanes de una hospedería del camino lo molieron a palos, Don Quijote salió del lugar lanzándoles todos los improperios que se merecían: bribones, sinvergüenzas, granujas, perversos, malignos, villanos. No contento con ello, subió a su caballo sarnoso y, antes de volver grupas para marcharse, se asomó por la ventana de la posada, llenó de aire los pulmones, abrió la boca hasta donde pudo y, con toda la fuerza de su alma, les gritó:

-¡Hideputas! 


Juan Gossaín, periodista.

ESPECIAL PARA EL TIEMPO publicado el 27 de diciembre de 2011. Tomado de Eltiempo.com

jueves, 10 de noviembre de 2011

El negro

Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana.
Una alumna rubia e inequívocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el mostrador del autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresar, descubre con estupor que un chico negro, probablemente subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja. De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para pagarse la comida, aun siendo ésta barata para el elevado estándar de vida de nuestros ricos países. De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreírle amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa. A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta. Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.
 
Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todos aquellos españoles que, en el fondo, recelan de los inmigrantes y les consideran individuos inferiores. A todas esas personas que, aun bienintencionadas, les observan con condescendencia y paternalismo. Será mejor que nos libremos de los prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo que la pobre alemana, que creía ser el colmo de la civilización mientras el africano, él sí inmensamente educado, la dejaba comer de su bandeja y tal vez pensaba: "Pero qué chiflados están los europeos".

Texto tomado de El País edición impresa 17/05/2005 cuya autora es la escritora ROSA MONTERO

miércoles, 27 de julio de 2011

Reconfigurar la esperanza en un contexto de desesperanza


Hace varios años, cuando hice una exposición sobre la situación de mi país ante un público en su mayoría cristiano, en Zaragoza, España, al terminar, una señora me reclamó, muy enojada, porque había dejado en el público la sensación de que no había salidas y de que la situación iba a continuar empeorando. Según ella, yo habría faltado a mi deber de hacer una lectura de la situación desde la óptica de la esperanza cristiana y de dejar en los oyentes una sensación de esperanza.

Yo le respondí que habría faltado a la verdad si hubiera terminado mi exposición afirmando que las cosas iban a cambiar en un plazo previsible. Yo no veía honestamente ningún signo que anunciara un cambio positivo sino todo lo contrario: los poderes de muerte que estaban dominando en mi país mostraban tal fuerza, que tenían todas las posibilidades de consolidar progresivamente su dominio.

En ese grupo de asistentes zaragozanos se levantó aquella noche un debate muy emotivo sobre la esperanza, que me dejó profundos interrogantes.

Es cierto que la esperanza tiene un elemento de audacia y de rebeldía frente a lo que la realidad cruda trata de imponernos. Es cierto también que la esperanza no puede alimentarse de lecturas de lo que ya existe, hechas con instrumentos de ciencia, que solo nos permiten acceder a lo que es y no a lo que debe ser. Pero también es cierto que una esperanza que trate de subestimar los condicionamientos de la realidad, o ignorarlos o evadirlos mediante discursos referidos a mundos inexistentes, es una esperanza que podría calificarse como opio o somnífero, que nos lleva a tolerar fácilmente la ignominia real, cubriéndola con un manto de sueños irreales.

Muchos paradigmas de la esperanza, tanto en el mundo de lo teológico, centrados en la salvación, como en el mundo de lo político, centrados en la revolución, han encerrado la esperanza en fronteras ideológicas con fuertes dosis de resignación y de espera pasiva.

Creo que al menos en los medios cristianos progresistas ya no se caracterizan como esperanza las actitudes pasivas, lo que en el pasado fue considerado como la virtud “cristiana” de la resignación.

Erich Fromm, en un escrito que tituló La Revolución de la Esperanza , ha expresado bellamente su manera de comprender la esperanza en estos términos:
 
“Tener esperanza significa estar presto en todo momento para lo que todavía no nace, pero sin llegar a desesperarse si el nacimiento no ocurre en el lapso de nuestra vida. Carece así, de sentido, esperar lo que ya existe o lo que no puede ser. Aquellos cuya esperanza es débil pugnan por la comodidad o por la violencia, mientras que aquellos cuya esperanza es fuerte ven y fomentan todos los signos de la nueva vida y están preparados en todo momento para ayudar al advenimiento de lo que se halla en condiciones de nacer”. [1]
 
Para Erich Fromm, la esperanza es un elemento de la estructura vital del ser humano, pero está ligada a otro elemento fundamental de esa estructura vital, que es la fe. Y Fromm describe la fe, en ese mismo capítulo, como “el conocimiento de la posibilidad real, la conciencia de la gestación. La fe es racional cuando se refiere al conocimiento de lo real que todavía no nace, y se funda en esa facultad de conocer y de aprehender que penetra la superficie de las cosas y ve el meollo. La fe, al igual que la esperanza, no es predecir el futuro, sino la visión del presente en estado de gestación ” (ibid.)
 
Pero eso mismo que, según Fromm, es lo más característico de la esperanza y de la fe, o sea, ese esfuerzo por mirar lo real que no ha nacido pero que se está gestando; ese esfuerzo por comprender las líneas de fuerza que están configurando la realidad que está en gestación, es al mismo tiempo lo que explica la CRISIS DE NUESTRA ESPERANZA.
 
Muchos concentran su mirada en lo positivo de este mundo nuevo que se ha ido gestando y ha ido naciendo en la modernidad: admiran los avances de la ciencia, su poder de dominio sobre la materia y la maravillas logradas en el ámbito de las comunicaciones, pero otros quizás concentramos la mirada en los costos humanos que todo eso ha tenido y no podemos mirar con ninguna alegría ni entusiasmo esas maravillas. ¿Cómo no reconocer que ese mundo maravilloso de la modernidad ha ido dando a luz un “infierno” para al menos el 60% de los humanos?. Y hablo de “infierno” al recordar que en la Divina Comedia, de Dante, la inscripción grabada en la puerta del infierno lo hacía casi equivalente a la pérdida de la esperanza: “los que entren aquí, abandonen toda esperanza”.
 
Yo quisiera tener una capacidad de mirada más corta para poder albergar algunas dosis de optimismo, pero cada que trato de escudriñar las líneas de fuerza de lo que se está gestando y que al nacer va derrumbando progresivamente nuestros sueños, me veo más incapacitado para elaborar la imagen de un presente en estado de gestación positiva y gratificante.
 
Mi identidad ideológica se fragua principalmente en los años 60, cuando realizo mis estudios universitarios de Filosofía y al mismo tiempo opto por la vida religiosa. Junto con otros muchos compañeros y amigos, jesuitas y no jesuitas, religiosos y laicos, creyentes y no creyentes, vivimos la fascinación del descubrimiento de que el mundo, y sobre todo nuestro continente y nuestro país, podían ser distintos. Latinoamérica era en esos años una ebullición de ideas políticas y teológicas que buscaban afanosamente encarnarse en la realidad a través de movimientos militantes. Liberación era la palabra mágica que despertaba todos los entusiasmos, tanto en lo político como en lo teológico. Testimonios como el de Camilo Torres o el del Obispo Gerardo Valencia, conmovían y desestabilizaban el statu quo, pero en casi todos los países, desde México y Centroamérica hasta el Cono Sur, surgían profetas y movimientos que invitaban a la acción. Los teóricos producían análisis tan evidentes de las estructuras de injusticia que era difícil dudar que quienes tuvieran una conciencia recta se comprometerían en un proceso de cambio revolucionario. Los ejércitos populares que surgían por doquier, parecían anunciar esos núcleos de resistencia que harían invencible los anhelos de las masas empobrecidas frente a la represión patológica de los poderosos. A pesar de la fragilidad de todo lo que nace de los excluidos, parecía que la esperanza comenzaba a invadir muchos campos antes copados por la fatalidad de la injusticia.
Los años 70 fueron los años del martirio. América Latina se fue llenando de dictaduras que se rotularon como de “seguridad nacional”. El poder fue ejercido casi en todas partes por la casta militar que encarnaba la brutalidad. Las dimensiones de la barbarie parecían revelar que los poderes injustos estaban desenmascarando su verdadero rostro, irracional e inhumano, lo que llevaría irremediablemente a su deslegitimación y a su derrumbamiento, y que el movimiento revolucionario se estaba aquilatando en el sufrimiento y el martirio para hacer realidad una vez más la consigna de los primeros cristianos: “la sangre de los mártires es semilla de cristianos”. También allí creíamos que el testimonio de la sangre era la siembra de una victoria mucho más contundente, gracias a su dimensión ética incontrovertible.
 
En Colombia no hubo dictaduras militares en los 70 ni en los 80, pero las estrategias represivas de nuestros gobiernos se acomodaron a los mismos principios de las dictaduras, reforzados por la astucia de preservar todas las formalidades de la democracia, para “legitimar” la represión con un discurso que la hacía aparecer como “defensa de la democracia”.
 
A pesar de la barbarie, que inundó de sangre y de dolor el continente, esta etapa yo diría que no se vivió en la desesperanza. Había una cierta conciencia de que se atravesaba una noche oscura que ineludiblemente avanzaba hacia un amanecer.
 
A medida que avanzaba la década de los 80, las dictaduras fueron cediendo el turno a un modelo de Estado que se llamó, sin pudor, “de democracia restringida”, diseñado por los tecnócratas e ideólogos de la alianza “Trilateral”, la cual reunía a los colosos del capitalismo mundial: los Estados Unidos, Europa Occidental y Japón. Hubo un re-alineamiento de muchos restos de movimientos populares que salían anémicos de la gran noche de las dictaduras y que empezaron a rediseñar sus estrategias para aprovechar los pequeños espacios “democráticos” que ofrecían esos regímenes, en cuyo discurso no faltaban críticas a la represión dictatorial. El lenguaje de los derechos humanos, como un lenguaje legitimado por el foro mundial más amplio de poderes que es el de las Naciones Unidas, comenzó a perfilarse como una alternativa para canalizar los dinamismos de los movimientos populares que exigían justicia, o como una alternativa que, al someterse a las reglas y a los procedimientos del Derecho, alejaba los temores de la violencia revolucionaria como estrategia de cambio de estructuras.
 
Los últimos años de la década de los 80 y los primeros de la década de los 90 podrían caracterizarse como la expansión del discurso de los derechos humanos. Se creyó que la memoria negativa de la brutalidad de las dictaduras era suficientemente fuerte para alimentar un movimiento contra la impunidad que exorcizara para siempre la barbarie y que consolidara el respeto por el Derecho, de modo que progresivamente se pudieran reivindicar los derechos consagrados por la comunidad internacional como derechos humanos, incluyendo los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales.
 
Sin embargo, dos fenómenos que se afianzaron con fuerza al comenzar los años 90 llevarían a la frustración todas estas esperanzas: por una parte, la crisis definitiva del socialismo realmente existente, con su efecto central que fue el de consolidar un mundo unipolar imperialista; por otra parte, la globalización progresiva de la economía mundial, que fue haciendo de los Estados y gobiernos poderes meramente simbólicos, ya que el poder real se fue ubicando en las empresas multinacionales y en el capital trasnacional.
 
Un nuevo ciclo de violencia vuelve a ser comprensible, pero ya no aparece articulado a proyectos concretos. La negación masiva de los derechos económicos, sociales y culturales de pueblos enteros y de capas muy grandes de casi todas las sociedades, provoca protestas violentas y éstas provocan formas de represión aún más violentas. Se percibe el avance del terrorismo, que revela niveles muy preocupantes de desesperación.
 
No estamos ya en décadas anteriores en las cuales al menos había paradigmas alternativos de organización social, así estuvieran llenos de defectos. La misma corrupción de los modelos socialistas deja profundas oleadas de desencanto y de desesperanza. Pero lo que más alimenta la desesperanza es la fatalidad que cada día se afirma más, de que esta compleja realidad que llamamos mundo, como producto de una articulación de líneas de fuerza que dominan su meollo y parece lo dominarán por tiempos muy prolongados, está fatalmente condenada a mantener solo una pequeña franja de seres humanos que viva en condiciones aceptables, mientras encuentra cómo deshacerse de las grandes mayorías, las cuales deben mantenerse excluidas del consumo y del desarrollo humano mediante las reglas “democráticas” del mercado.
 
En años pasados leímos con estremecimiento aquellas novelas que Erich Fromm caracterizó como “utopías negativas”, como la de George Orwell titulada “Mil Novecientos Ochenta y Cuatro”, o la del Aldous Huxley titulada “Un Mundo Feliz”. En ellas se nos mostraba, en el ámbito de la ficción, cómo un sistema podía programar a los humanos para que lo asimilaran y se adaptaran al mismo, exterminando valores que creíamos que eran los más profundamente humanos. Pero hoy, muchos de los mecanismos utilizados por el Estado colombiano, siempre con asesoría de los Estados Unidos, me recuerdan con mucho realismo los horrores de esas utopías negativas.
 
Cuando la tortura, practicada por agentes del Estado, se generalizó en Colombia en 1979, un grupo cada vez más numeroso de colombianos fuimos engrosando el movimiento de defensa y promoción de los derechos humanos. Encontramos en la confrontación entre el derecho interno y el derecho internacional una vía posible para defender valores humanos fundamentales que antes habíamos querido defender apoyados más en movimientos sociales y políticos que fueron demonizados radicalmente por el Establecimiento. Yo tuve que comenzar a sumergirme en disciplinas jurídicas que me eran ajenas hasta entonces, y mi esperanza se revistió, en dimensiones no despreciables, de lucha jurídica. No puedo negar que tuvimos algunos éxitos: logramos que el Estado colombiano firmara muchos tratados internacionales de derechos humanos; logramos modificar muchos procedimientos judiciales; logramos crear muchos cargos oficiales relacionados con la protección de los derechos humanos; logramos que organismos internacionales ejercieran presiones sobre el gobierno con miras a proteger a muchas víctimas, y un momento importante fue el cambio de la Constitución Nacional en 1991, pues la nueva Constitución incorporó en su texto la mayoría de los tratados internacionales de derechos humanos.
 
Pero a medida que todo este mundo de las formalidades legales se iba transformando, la realidad de las violación cotidiana y brutal de los derechos humanos iba aumentando y derrumbando todas las esperanzas que se habían revestido de juridicidad. Para mí, la década de los 90, en la cual ejercí como Secretario Ejecutivo de la Comisión de Justicia y Paz, y como tal tuve que tramitar la denuncia de millares de crímenes de lesa humanidad ante los poderes judiciales del Estado, constituyó un encuentro cara a cara con la ficción jurídica. Fui descubriendo cómo la impunidad se alimentaba de los dobles discursos y de estrategias inteligentemente diseñadas para que lo formal no afectara lo real. Por eso en los últimos años de mi servicio en la Comisión de Justicia y Paz preferí denunciar a la Justicia misma como un obstáculo, en lugar de una ayuda, para proteger la dignidad humana.
 
En Colombia ha existido desde mediados de la década del 60 la alternativa de la guerra, de la solución violenta al conflicto social, representada por grupos guerrilleros nacidos desde los inconformes y los pobres, que a pesar de la brutalidad de la represión, no se han extinguido sino que han crecido. La esperanza que puede encarnarse en un conflicto armado es una esperanza muy frágil. Toda guerra trae males enormes, y mucho más una guerra entre fuerzas enormemente desiguales. Por eso desde hace 20 años existen también en Colombia movimientos por la paz, en los cuales la esperanza se reviste de una solución política y no militar al conflicto armado, pero son movimientos que en estos 20 años solo han cosechado frustraciones y desesperanzas. A pesar de que en muchos discursos se acepta la necesidad de un cambio urgente de las estructuras económicas, sociales y políticas para que desaparezca la justificación de la guerra, en las negociaciones reales solo se busca que el statu quo se preserve incólume.
 
En los últimos años la guerra se ha agudizado mucho y ha llegado a producir destrucciones y traumas muy profundos en la sociedad. También la modalidad de guerra que vivimos destruye profundamente la esperanza. No es fácil entender la lógica de esta guerra, ya que la lectura predominante es la del Establecimiento, dueño de los medios masivos de “información”. La comunidad internacional ha canalizado sus esfuerzos de paz hacia Colombia a través de dos consignas centrales: convencer a los dos polos de la necesidad de una solución política negociada, en lugar de una solución militar del conflicto, y urgir la aplicación del Derecho Internacional Humanitario. Estas dos consignas, que se ven tan justas en su formulación abstracta, cuando se llevan a los terrenos concretos se parcializan, porque los mediadores se niegan a entender las realidades crudas que han motivado la guerra y porque se niegan a entender que una guerra entre fuerzas enormemente desiguales no puede someterse a las mismas normas humanitarias de las guerras entre fuerzas relativamente equilibradas. En otras palabras, como en la mayoría de las guerras, se revela al mismo tiempo un profundo conflicto entre la lógica de la eficacia, por un lado, y la ética y el derecho, por otro.
 
Pero lo que hace más insoluble el problema de la guerra en Colombia es que el Estado, asesorado por los gobiernos de los Estados Unidos, creó desde los años 60 un instrumento para degradar la guerra sin medida, como es la estrategia paramilitar, que implica cuerpos de civiles armados que actúan como brazo clandestino del ejército oficial, diseñados para traspasar todas las barreras jurídicas y éticas de la guerra con el fin de garantizar su eficacia. La lógica de este instrumento ha llevado necesariamente a que la población civil se vea cada vez más involucrada en la guerra y a que los métodos de terror dominen cada vez más el desarrollo de la guerra. Y lo que hace más insoluble un conflicto así, es que esa misma lógica obliga a crear lenguajes ficticios en que el Estado tiene que hacer jugar el rol de “actor independiente” al paramilitarismo para poder legitimarse ante la comunidad internacional, y el Estado colombiano, inmerso en una esquizofrenia inveterada, ha jugado magistralmente ese papel.
 
Cuando nuestra esperanza se ha revestido de verdad; cuando hemos concentrado nuestros esfuerzos en poner al menos nuestra realidad cruda ante los vista de nuestros compatriotas y de la comunidad internacional, con la confianza en que la sola visión desnuda de lo que ocurre despertará los sentimientos y dinamismos más genuinamente humanos para oponerse a la injusticia, entonces nos encontramos cara a cara con otra de las líneas de fuerza que caracteriza este mundo moderno en que estamos inmersos: el poder manipulador de los mass media, que ligado como está a los grandes conglomerados del capital, oculta y selecciona, tergiversa y manipula, demoniza y sacraliza, de acuerdo a intereses inconfesables. Se ha llegado incluso al extremo de exhibir como “mártires de la verdad” a quienes murieron bajo la violencia desesperada de las víctimas de sus mentiras.
 
Cuando nuestra esperanza se ha revestido de autonomía y hemos soñado ingenuamente que al terminarse la “guerra fría” habría desaparecido el esquema de los bloques hemisféricos de poder y que los Estados Unidos ya no tendrían tanto temor a la infiltración ideológica de una potencia enemiga en su “patio de atrás”, terminando, por lo tanto, de bloquear nuestros esfuerzos de autodeterminación y de búsqueda de una mayor justicia social, también esta esperanza se derrumbó. Cuando desapareció el fantasma del “Comunismo”, rápidamente los Estados Unidos diseñaron un nuevo pretexto: el del narcotráfico, para controlar de cerca todo movimiento de transformación social. Y a pesar de haber montado un discurso sobre el narcotráfico lleno de incoherencias y de mentiras, la comunidad internacional se lo ha creído y apoyado. El “Plan Colombia” es un proyecto de intervención política y militar que se apoya en ese discurso lleno de falsedades.
 
Frente a todo este derrumbe de los revestimientos de la esperanza es lógico que uno se encuentre con muchas manifestaciones de desesperanza.
 
No puedo dejar de recordar una reflexión compartida con un grupo de madres de desaparecidos en Buenos Aires, Argentina, cuando desde un balcón observábamos una manifestación de campaña electoral en un contexto en que todos los candidatos eran de derecha. En ese momento percibimos cómo se concretaba uno de los efectos más terribles de la dictadura: el haber eliminado a toda una generación ideológica y haber condicionado por el terror las opciones políticas de la generación siguiente, quizás predominantemente en niveles inconscientes. Era forzoso reconocer allí el éxito de la barbarie y su poder de diseño del futuro.
 
En Colombia constantemente me encuentro con antiguos militantes que solo pueden sostener unos escasos minutos de conversación luego del saludo, por el temor a hablar de su inserción actual dentro del sistema dominante. Hay ocasiones en que el tema surge penosamente, casi con la necesidad de una catarsis, y entonces va apareciendo el dilema existencial que los sigue atormentando en secreto, entre arruinar la vida, sometiéndola al riesgo permanente y a la persecución abierta o velada, en función de esperanzas que siempre se derrumban, o tratar de vivir con un mínimo de tranquilidad, así sea silenciando los valores en los que antes se había creído con la más profunda de las convicciones. No pocas veces se expresa esto como tributo al “realismo” y a la “sensatez”, reconociendo que el mundo está dominado por poderes adversos a la justicia y a la razón.
 
También me he encontrado muchos casos opuestos: aquellos que arruinan su vida conscientemente; que la someten a los riesgos más extremos; que renuncian a toda estabilidad familiar y social, y asumen compromisos que están seguros que los llevarán a la muerte en plazos muy breves. Y no pocos de estos lo hacen sin esperanza; con la seguridad de que su lucha y la ofrenda de su vida no va a cambiar en nada la situación, porque los poderes contra los cuales se enfrentan son monstruosamente superiores, pero sienten que la única forma de ser fieles a sí mismos es destruirse pronunciando un “NO” rotundo frente a este mundo inaceptable, y tratando de destruir lo que más puedan de ese mundo antes de morir. Aquí se explica una de las formas del terrorismo actual, casi la única que nuestra sociedad percibe y señala con dedo acusador, pues el terrorismo de Estado ya casi no se percibe en el mundo de la opinión pública.
 
Estas realidades existenciales están incidiendo mucho hoy en el desarrollo de la guerra en Colombia. En algunos círculos intelectuales se está dando un debate sobre si es ético, o no, comprometerse en una guerra que no puede ser ganada, aunque se apoye en razones justas. Unos, invocando la “ética de la responsabilidad” como la define Max Weber, afirman que no es lícito apoyar una guerra que solo trae destrucciones y sufrimientos pero no aporta ninguna esperanza de éxito. Otros, apelando a la “ética de la convicción” como la define el mismo Max Weber, afirman que la esperanza de éxito no puede ser el criterio fundamental para participar en una guerra sino la justicia intrínseca de su causa. En todas las guerras se da un conflicto profundo entre la eficacia y la ética, entre los fines y los medios. Pero aquí se plantean desafíos muy radicales a la manera como asumimos la esperanza. Parece que la esperanza está ligada de alguna manera a la previsión de un éxito o de una recompensa futura.
 
Muchos se preguntan si la ausencia de esperanza de éxito no deja otra salida que aceptar la situación actual como imperativo ético, ya que intentar cambiarla solo aportaría fracasos acompañados de sufrimientos. Y desafortunadamente esa ausencia de esperanza de éxito es cada vez más evidente, dados los medios cada vez más poderosos en los que el statu quo se afianza.
 
Yo me he preguntado muchas veces si acaso las encarnaciones de la esperanza no están todas demasiado ligadas y condicionadas por el factor del éxito y de la recompensa.
 
La teología cristiana de la esperanza se ha construido durante muchos siglos rodeando de éxito y de recompensas los bordes finales de la existencia histórica del individuo; llenando de atractivos el Cielo que vendrá después de la muerte, cuyas gratificaciones se dibujan como inversamente proporcionales a los sufrimientos y privaciones de la existencia terrena.
 
La ideología política de la esperanza se apoya en un esquema idéntico al anterior. La misma secuencia de sufrimiento / recompensa se afirma allí, aunque en lenguajes secularizados, y quizás esa necesidad ideológica de consolidar la imagen del cielo secular de las revoluciones triunfantes, que concretice el éxito y la recompensa de los que antes invirtieron en sufrimientos y riesgos, es lo que más corrompe las revoluciones triunfantes y las convierte en un mecanismo de reproducción de las injusticias contra las cuales antes se sublevaron.
 
Pero yo me he preguntado cómo podríamos desligar la esperanza del factor del éxito o de la recompensa que actúan como su dinamismo impulsor. Todas estas crisis de esperanza nos obligan a veces a volver a mirar el Evangelio desde otras perspectivas y a descubrir en él dimensiones inéditas.
 
Muchos teólogos, durante varios siglos, han dibujado a Jesús predicando un “Reino de los Cielos” pletórico de recompensas patronales, al cual se accede después de la muerte. Otros teólogos más modernos lo han dibujado más bien predicando un “Reino de Dios” como utopía social e histórica, al cual se accede cuando se asumen comunitariamente los valores que se descubren con mayor autenticidad y espontaneidad en el corazón de los humanos, y cuando se derrumban las convenciones históricas producidas por el egoísmo. Una corriente contemporánea de teólogos ha optado por un punto de partida poco clásico, que es la reconstrucción histórica posible de Jesús de Nazareth como campesino judío del siglo primero, sumergido en la materialidad de su momento histórico y reaccionando humanamente frente a él, poniendo entre paréntesis su divinidad hasta poderla reconstruir como lectura de sentido elaborada por quienes asumieron sus valores, dotándose así de un blindaje frente a todos los señoríos deshumanizantes.
 
En esta última corriente hay lecturas que desafían y desestabilizan nuestras comprensión clásica de la esperanza. Los relatos de la muerte de Jesús, reinsertados en la materialidad de su momento histórico, la presentan como un rotundo fracaso, sobre cuya oscuridad se construye, quizás en varias décadas, la profunda teología de la resurrección. Y en el clímax narrativo de ese fracaso se retoma el primer versículo del salmo 22 que para muchos no deja de tener un efecto escandaloso cercano a la blasfemia: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?”. En esta teología no hay una respuesta de Dios que penetre la materialidad histórica del fracaso para transformar o amortiguar su crudo realismo de fracaso. Las respuestas divinas serán elaboradas en otro nivel que es el de la fe, y en ellas no dejará de percibirse siempre el dinamismo que las alienta, que es el que se esfuerza por penetrar en la cara oculta del fracaso. Algunas de estas lecturas se atreven a señalar que Jesús prefirió morir registrando una dolorosa ausencia existencial de Dios, antes que morir traicionando alguno de los valores por los cuales se jugó la vida, los cuales lo llevaron, sin duda ninguna, al fracaso conmovedor de la cruz.
 
En esta teología se desvanece aquella imagen de la esperanza ligada inexorablemente al éxito y a la recompensa, y hay que comenzar a elaborar una comprensión de la esperanza relacionada más bien con el fracaso. Y no hay duda de que tal comprensión de la esperanza exigirá también la muerte de muchas imágenes de Dios; imágenes atadas a la lógica existencial del éxito y de la recompensa.
 
Yo me atrevería a caracterizar esta reconfiguración de la esperanza que aquí se insinúa, como una adhesión existencial a valores autovalidantes, o sea, a utopías y proyectos que no extraen su valor de la garantía, de la proyección o de la promesa de éxito o de recompensa extrínseca que conllevan, sino que valen por sí mismos y tienen un poder gratificante intrínseco que puede convivir perfectamente con el fracaso sin por eso destruirse.
No ignoro que esta comprensión de la esperanza no cabe en nuestra cultura occidental. El ser humano configurado por nuestra cultura, como lo señala Erich Fromm en el Arte de Amar, “experimenta su energía vital como una inversión de la cual debe obtener el máximo lucro, teniendo en cuenta su posición y la situación del mercado de la personalidad (...) Su finalidad principal es el comercio ventajoso de sus destrezas, de sus conocimientos y de sí mismo como ‘bagaje’ de personalidad”. [2] Todas nuestras estructuras e instituciones educativas, recreativas, económicas, sociales y académicas están basadas en esa centralidad del éxito, como causa eficiente y final de la energía vital, a lo cual tampoco escapa la religión: Fromm añade: “la creencia en Dios se ha convertido en un recurso psicológico cuya finalidad es hacer al individuo más apto para la pugna competitiva” (ibid.) No hay duda de que el cristianismo se ha adaptado profundamente, durante siglos, a este patrón cultural y por ello tendríamos que hacernos demasiada violencia para separar la esperanza del éxito que ha sido su suelo nutricio.
 
Una esperanza que pueda convivir con el fracaso, dirían no pocos, se convierte en una esperanza melancólica, despojada de la alegría y el entusiasmo que se han considerado como sus notas concomitantes. No hay más remedio que aceptar este veredicto que sin embargo queda atrapado en nuestros patrones culturales de una alegría y un entusiasmo profundamente amalgamados también con el éxito.
 
Un cristianismo contra-cultural, como creo que sería el más auténtico, tendría que beber más en los patrones de las culturas subterráneas de los excluidos, casi siempre encriptados bajo revestimientos culturales equívocos, que les permiten sobrevivir bajo la cultura dominante, pero que apuntan a contra-valores que apenas asoman bajo fuertes capas de censuras. Yo me he preguntado, por ejemplo, por qué la muerte violenta tiene tanta densidad ritual y festiva, aunque se tenga que revestir de tantos símbolos negativos que la hacen aceptable entre los patrones culturales dominantes. Nunca hemos logrado que la celebración de la Pascua compita en densidad festiva con los Viernes Santos, a pesar de que la Pascua ritualiza con exhuberancia un éxito sublime, que trata de hacer esfumar la pesadilla de fracaso del Viernes Santo. ¿Qué ceremonia podrá superar el entusiasmo trágico de los funerales de los Kamikazes palestinos?
 
Hay alegrías que se revisten de tristeza. Hay entusiasmos que se revisten de tragedia. No es fácil subvertir estructuras mentales configuradas por la centralidad del éxito.
 
En toda esta densidad festiva de la tragedia parece ocultarse algo que no puede expresarse de otra manera en la cultura dominante, y es la convicción profunda de que es preferible sufrir la injusticia que participar en la injusticia, aunque lo primero tenga todas las connotaciones negativas del fracaso en la cultura dominante y lo segundo esté asociado a todos los éxitos y alegrías de la cultura dominante.
 
Esta convicción la expresa un escritor marxista checo, Milan Machovec, en su hermoso libro “Jesús para ateos”. Allí afirma que “un ateo que asume seriamente, hasta la muerte, la vida y el esfuerzo por el movimiento que ama, sin cinismo y sin reservas oportunistas, puede muy bien admitir que el momento en que Pedro descubrió que Jesús era todavía vencedor, aunque solamente hubiera precedido una desoladora y concreta muerte en cruz, ha sido uno de los momentos más grandes de la humanidad y de la historia”. [3]
 
Pero para descubrir esto es necesario tomar conciencia de que la mayoría de las alegrías, éxitos y triunfos de nuestra cultura dominante están asociados a la injusticia, y de que la construcción de la justicia está ordinariamente asociada al fracaso y al sufrimiento, aunque posea el máximo poder gratificante en un Evangelio contracultural.
 
Solo quiero señalar con esto último que los pozos donde bebe la contracultura son pozos profundos, y no es fácil sumergirse en esos socavones.

Texto de Javier Giraldo M., S. J.  Ponencia en el Encuentro sobre la Esperanza, organizado por el Centro de Acogida “Ernesto Balducci”, en los 10 años de la muerte del Padre Ernesto Balducci. Pozzuolo dei Friuli, Zugliano - Udine, Italia - Septiembre de 2002


Notes
[1] FROMM, Erich, “La Revolución de la Esperanza”, Fondo de Cultura Económica, Bogotá, 2000, pg. 21
[2] FROMM, Erich, “El Arte de Amar”, Paidos, Barcelona, pg. 103
[3] MACHOVEC, Milan, “Jesús para ateos”, Sígueme, Salamanca, 1976, pg. 39.
 

lunes, 27 de junio de 2011

“Ana Fabricia no se hizo matar”

Mi homenaje ….. Negra, Negra, Negra
A Colombia se la está comiendo el olvido, esa forma de recuerdo invertido
que dialécticamente describía Borges.
Recuerdos borrosos, de bruma, pues son tantos los muertos, tanta la miseria, tanto lo oprobioso que hay que retener en la memoria, que de repente vamos olvidando para seguir recordando, reteniendo cada masacre que va sucediendo, todos esos actos de injusticia que, más que indignarnos, nos tienen aletargados, quietos, impasibles, dolorosamente, valga decirlo, indolentes. Pareciera que Gabo hubiera presentido todo desde antes, y ahora somos ese Macondo que una vez se enfermó de olvido porque dejó de soñar. Y parece también que no es verdad que no hay mal que dure cien años, porque tenemos a Colombia, condenada a quién sabe cuántos años más de soledad.
Aquí la muerte no es esa dama benévola que nos redime de la eternidad. La muerte es la misma Colombia, y Colombia es la misma muerte. Aquí la gente se muere de esa enfermedad. Todos estamos muertos, y no muertos en vida, sino muertos en ese marasmo que implica vivir en este país, ser ciudadanos de él.
Ana Fabricia sí estaba viva. Muy lejos andaba de eso que ahora nos identifica como nación; por eso mismo la mataron. Y a Ana Fabricia se la habrá llevado la muerte y la maldita guerra, pero quienes estamos y aún procuramos mantener el recuerdo y salir de ese estado comatoso de ser colombianos no permitiremos que se la lleve el olvido… ni Colombia tampoco. Ana Fabricia, siempre diré su nombre y no apelaré al pronombre para recordarla, era de esa tierra querida a la que le compusieron esa canción que decía que era un himno de paz y alegría, cuyo pueblo era una oración y un canto de la vida; vibró, siempre vibró, luchó y sobrevivió hasta cuando pudo, incluso a esos tenebrosísimos ocho años del gobierno que enalteció al ejército que cometía los asesinatos a mansalva de jóvenes civiles para presentarlos como bajas guerrilleras, ese mismo que subsidió a los magnates con los recursos de los campesinos y desplazados de esta vergonzosa guerra que a duras penas quieren reconocer, a los que Ana Fabricia dio consuelo, paz, compasión y refugio. Les sonreía llenándolos de fe y esperanza, y su sola sonrisa, la cual recuerdo con especial aflicción, me hacía sentir ennoblecida y orgullosa de ser de su misma raza y de su misma familia, porque sólo los negros podemos sonreír así.
Ana Fabricia tenía el alma del color de su piel. Ya la historia nos ha demostrado que las almas blancas no son las más benévolas. Negras, como el alma de Mandela y Martin Luther King, Toussaine Louverture,Cesaire Aimee, Benkos Biojó, Dessalines y Juana la Avanzadora entre otros,como la gente del Pacífico y de la Costa Caribe,… afortunadamente. Alma alegre, alma noble es el alma negra. Alma que se compadece y no sabe de la lástima, alma que busca la concordia y la reconciliación y hace viable lo imposible. Ojalá que yo, que soy mulata, llegue a tener el alma de ese color y el país se tiña de él para que no pierda la esperanza. Ya se le llegó la hora al momento en el que lo malo sea blanco y lo bueno negro en Occidente, pese a la desilusión y el desasosiego que despertó Obama con su invasión y sus políticas absurdas.
En honor a Ana Fabricia, a quien espero que no conviertan ni en mártir, ni en heroína, se le dará inicio a Cuadernos de la paz. Los héroes y los mártires, como dice una amiga “son todos unos imbéciles que si no se hacen matar, se hacen héroes por haber matado o sufrido de cuenta de algún miserable más miserable que ellos”. Y Ana Fabricia ni era miserable, ni miserables eran las personas que recibieron su ayuda. Ana Fabricia no se hizo matar, Ana Fabricia simplemente vivió y uno de esos imbéciles que quieren ser héroes de la seguridad democrática le segó la vida. Ana Fabricia no es mártir ni será santa, porque vivió la vida y también la padeció con plenitud. Ana Fabricia es y será una mujer negra y nada más: le dedicó su humanidad a las víctimas del Estado, de la guerra, de las autodefensas y de la guerrilla, y terminó por convertirse en una, pero no en una más. Desafortunadamente son tantas, ya incontables, que no podemos nombrarlas a todas una y otra vez como a Ana Fabricia, pero sí en nombre de Ana Fabricia. Y en nombre de Ana Fabricia,Cuadernos de la paz, una iniciativa de dos jóvenes estudiantes que busca darle soporte ideológico y teórico a Colombianos por la paz, se dedicará a examinar y a debatir la democracia, tomará por bandera los derechos humanos, examinará cautelosamente las definiciones que hay de modernidad, liberalismo, caridad, Estado, ciudadanía, Ilustración… No porque Ana Fabricia esté ahora muerta, sino porque la sentimos viva.
Se les llamará cuadernos en homenaje a José Saramago, también con el fin de darle continuidad al afán del escritor por darle un poco de humanidad a este mundo. Apelaremos a la filosofía, a la poesía, a la literatura, a la música, a la sociología y a la antropología, y a todo aquello que pueda ilustrarnos en la búsqueda de la paz, compartiéndolos con los grupos armados y con el gobierno, con la sociedad y las organizaciones internacionales de derechos humanos. En fin, con todo aquel que esté interesado.
Y como son un homenaje al escritor portugués, quien el año de la muerte de Ricardo Reis dijo que nueve meses bastaban para olvidar a una persona fallecida, pues nueve meses se demora la gestación de un ser humano, esperamos, en nueve meses, tener las bases suficientes para tener al menos listo el entable de este grupo de estudios, al cual convidamos a participar, especialmente, a estudiantes y académicos. Por supuesto, no será Ana Fabricia el caso, porque con los cuadernos esperamos precisamente no olvidar jamás su existencia y su labor.
El alma negra de Ana Fabricia no descansará en paz, espero. Ahora el alma de Ana Fabricia habita en todos nosotros, dándonos fuerzas y esperanzas.
Un beso al cielo, Ana Fabricia, prima entrañable, mujer afortunadamente irreemplazable.
Piedad Córdoba Ruiz
Tomado de kien & Ke http://ow.ly/5lm3x

Este video fue realizado en el taller "línea del tiempo" en el auditorio de la Universidad de Antioquia en 2010, Ana Fabricia Córdoba denunció lo que venía viviendo.




martes, 21 de junio de 2011

“Ana Fabricia no se hizo matar”

Mi homenaje ….. Negra, Negra, Negra
 A Colombia se la está comiendo el olvido, esa forma de recuerdo invertido
que dialécticamente describía Borges.

Recuerdos borrosos, de bruma, pues son tantos los muertos, tanta la miseria, tanto lo oprobioso que hay que retener en la memoria, que de repente vamos olvidando para seguir recordando, reteniendo cada masacre que va sucediendo, todos esos actos de injusticia que, más que indignarnos, nos tienen aletargados, quietos, impasibles, dolorosamente, valga decirlo, indolentes. Pareciera que Gabo hubiera presentido todo desde antes, y ahora somos ese Macondo que una vez se enfermó de olvido porque dejó de soñar. Y parece también que no es verdad que no hay mal que dure cien años, porque tenemos a Colombia, condenada a quién sabe cuántos años más de soledad.
By Bunkerglo - Abril 2009
Aquí la muerte no es esa dama benévola que nos redime de la eternidad. La muerte es la misma Colombia, y Colombia es la misma muerte. Aquí la gente se muere de esa enfermedad. Todos estamos muertos, y no muertos en vida, sino muertos en ese marasmo que implica vivir en este país, ser ciudadanos de él.

Ana Fabricia sí estaba viva. Muy lejos andaba de eso que ahora nos identifica como nación; por eso mismo la mataron. Y a Ana Fabricia se la habrá llevado la muerte y la maldita guerra, pero quienes estamos y aún procuramos mantener el recuerdo y salir de ese estado comatoso de ser colombianos no permitiremos que se la lleve el olvido… ni Colombia tampoco. Ana Fabricia, siempre diré su nombre y no apelaré al pronombre para recordarla, era de esa tierra querida a la que le compusieron esa canción que decía que era un himno de paz y alegría, cuyo pueblo era una oración y un canto de la vida; vibró, siempre vibró, luchó y sobrevivió hasta cuando pudo, incluso a esos tenebrosísimos ocho años del gobierno que enalteció al ejército que cometía los asesinatos a mansalva de jóvenes civiles para presentarlos como bajas guerrilleras, ese mismo que subsidió a los magnates con los recursos de los campesinos y desplazados de esta vergonzosa guerra que a duras penas quieren reconocer, a los que Ana Fabricia dio consuelo, paz, compasión y refugio. Les sonreía llenándolos de fe y esperanza, y su sola sonrisa, la cual recuerdo con especial aflicción, me hacía sentir ennoblecida y orgullosa de ser de su misma raza y de su misma familia, porque sólo los negros podemos sonreír así.

Ana Fabricia tenía el alma del color de su piel. Ya la historia nos ha demostrado que las almas blancas no son las más benévolas. Negras, como el alma de Mandela y Martin Luther King, Toussaine Louverture,Cesaire Aimee, Benkos Biojó, Dessalines y Juana la Avanzadora entre otros,como la gente del Pacífico y de la Costa Caribe,… afortunadamente. Alma alegre, alma noble es el alma negra. Alma que se compadece y no sabe de la lástima, alma que busca la concordia y la reconciliación y hace viable lo imposible. Ojalá que yo, que soy mulata, llegue a tener el alma de ese color y el país se tiña de él para que no pierda la esperanza. Ya se le llegó la hora al momento en el que lo malo sea blanco y lo bueno negro en Occidente, pese a la desilusión y el desasosiego que despertó Obama con su invasión y sus políticas absurdas.

En honor a Ana Fabricia, a quien espero que no conviertan ni en mártir, ni en heroína, se le dará inicio a Cuadernos de la paz. Los héroes y los mártires, como dice una amiga “son todos unos imbéciles que si no se hacen matar, se hacen héroes por haber matado o sufrido de cuenta de algún miserable más miserable que ellos”. Y Ana Fabricia ni era miserable, ni miserables eran las personas que recibieron su ayuda. Ana Fabricia no se hizo matar, Ana Fabricia simplemente vivió y uno de esos imbéciles que quieren ser héroes de la seguridad democrática le segó la vida. Ana Fabricia no es mártir ni será santa, porque vivió la vida y también la padeció con plenitud. Ana Fabricia es y será una mujer negra y nada más: le dedicó su humanidad a las víctimas del Estado, de la guerra, de las autodefensas y de la guerrilla, y terminó por convertirse en una, pero no en una más. Desafortunadamente son tantas, ya incontables, que no podemos nombrarlas a todas una y otra vez como a Ana Fabricia, pero sí en nombre de Ana Fabricia. Y en nombre de Ana Fabricia,Cuadernos de la paz, una iniciativa de dos jóvenes estudiantes que busca darle soporte ideológico y teórico a Colombianos por la paz, se dedicará a examinar y a debatir la democracia, tomará por bandera los derechos humanos, examinará cautelosamente las definiciones que hay de modernidad, liberalismo, caridad, Estado, ciudadanía, Ilustración… No porque Ana Fabricia esté ahora muerta, sino porque la sentimos viva.

Se les llamará cuadernos en homenaje a José Saramago, también con el fin de darle continuidad al afán del escritor por darle un poco de humanidad a este mundo. Apelaremos a la filosofía, a la poesía, a la literatura, a la música, a la sociología y a la antropología, y a todo aquello que pueda ilustrarnos en la búsqueda de la paz, compartiéndolos con los grupos armados y con el gobierno, con la sociedad y las organizaciones internacionales de derechos humanos. En fin, con todo aquel que esté interesado.

Y como son un homenaje al escritor portugués, quien el año de la muerte de Ricardo Reis dijo que nueve meses bastaban para olvidar a una persona fallecida, pues nueve meses se demora la gestación de un ser humano, esperamos, en nueve meses, tener las bases suficientes para tener al menos listo el entable de este grupo de estudios, al cual convidamos a participar, especialmente, a estudiantes y académicos. Por supuesto, no será Ana Fabricia el caso, porque con los cuadernos esperamos precisamente no olvidar jamás su existencia y su labor.

El alma negra de Ana Fabricia no descansará en paz, espero. Ahora el alma de Ana Fabricia habita en todos nosotros, dándonos fuerzas y esperanzas.
Un beso al cielo, Ana Fabricia, prima entrañable, mujer afortunadamente irreemplazable.

Piedad Córdoba Ruiz
Publicado y tomado de kien&Ke http://ow.ly/5lm3x
Junio 12 de 2011

Este video fue realizado en el taller "línea del tiempo" en el auditorio de la Universidad de Antioquia en 2010, Ana Fabricia Córdoba denunció lo que venía viviendo.



Junio 18
18 defensores de derechos humanos asesinados en 2011. Ya son 102 desde 2007

"Los encuentro muy afectados" emocionalmente. "Les han matado al papá, a la mamá y a los dos hermanos. Manifestaron el deseo de irse del país", dijo el vicepresidente de Colombia, Angelino Garzón, tras reunirse con los hijos de Ana Fabricia Córdoba, la líder social asesinada el 7 de junio. Se marchan del país Diana, de 27 años, Carlos Arturo, de 18, y Carolina Ospina Córdoba, de 12. El crimen perpetrado en Medellín, capital industrial de Colombia, fue otra gota que rebasó la copa en la guerra sucia más larga de América Latina.