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martes, 17 de enero de 2012

Los principios no se negocian ni por poder, ni por cálculo político, ni mucho menos por dinero

Noticieros de RCN con perfil de Cambio, así tituló hoy Confidencial Colombia  la noticia que los periodistas María Elvira Samper y Rodrigo Pardo estarían a la cabeza de los informativos del Canal RCN.

Como lo he dicho en twitter la noticia para el periodismo, para la sociedad y para la democracia no puede ser mejor.

Plazoleta de Los Periodistas, Bogotá D.C. by Bunkerglo
Durante los últimos 10 años esta cadena radial se convirtió de manera evidente en vocera del gobierno de Álvaro Uribe Velez, negociando abiertamente los principios del periodismo por poder, cálculo político y dinero, todo lo contrario de lo que ha sido la sostenida y clara trayectoria periodística de estos colegas, férreos y coherentes no solo con una profesión, sino con una responsabilidad ante la sociedad: la de informar.

Es inocultable el hecho. No por casualidad comunmente nos referíamos a RCN como Radio Casa de Nariño. La gente expresaba así su percepción de lo que recibía no solo a través de la radio sino de la televisión de periodistas y programas como La Noche de Claudia Gurisatti (propaganda especializada en FARC y Hugo Chavez) y la misma Victoria Eugenia Dávila Hoyos o Vicky Dávilia (especialista en propagar rumores al servicio de Uribe a través de su tal "Cosa política").

Por eso es importante señalar un antes y un después y ver este momento como el punto de partida, quizás, para que ese conglomerado periodístico tome un rumbo informativo y labor periodística al servicio de la sociedad, para que esta pueda reconstruir una visión de sí misma y, por tanto de la Nación, centrada en los valores, en el respeto y el reconocimiento del Otro en donde No Todo Vale. 

Desde luego la tarea no será fácil. No hay que perder de vista que ni María Elvira ni Rodrigo son los dueños del cartelito. Hay todo un conglomerado industrial, automotriz, financiero y de comunicaciones detrás. Sin embargo, este rotundo cambio de visión (sin duda oportunista) de Carlos Ardila Lülle es importante.

También es pertinente recordar que a Samper y a Pardo les cerraron la Revista Cambio por su labor investigativa. Un mes después de que revelara el informe periodístico "Programa Agro Ingreso Seguro ha beneficiado a hijos de de políticos y reinas de belleza" en enero de 2010, la revista fue cerrada sorpresivamente que dizque por su situación financiera propinándole así un golpe al periodismo de denuncia, como tituló El Espectador. Aunque es difícil no pensar que, seguramente, Uribe también tuvo que ver en ello. La historia nos lo dirá. 

Lo que aún tenemos que comprender para aprender los consumidores de medios es que ni los periodistas, ni las empresas periodísticas "se mandan solas". La sociedad les ha delegado la función social de informarnos con responsabilidad, oportunidad y equilibrio. De ahí que estos consumidores de información seamos los fiscalizadores, pero también garantes de su trabajo. Nada más ni nada menos. Libertad de empresa sí. Libertad de expresión sí. Pero libertad de empresa y de expresión con carácter y utilidad para la evolución y desarrollo de una nación y de un país.  

En el 2010, mismo año en que cerraron la revista cambio "víctima de la segunda conquista española", María Elvira Samper fue destacada con el Premio Simón Bolívar a la Vida y Obra de un periodista. Su discurso hoy constituye un documento indispensable para reconocer en esta colega una trayectoria profesional asumida con repsonsabilidad, de cara a la sociedad y sustentada en la coherencia de unos principios y valores que jamás ha negociado.


Los principios no se negocian ni por poder, ni por cálculo político, ni mucho menos por dinero: María Elvira Samper

Rodrigo Pardo y Ma. Elvira Samper Marcha contra paramilitarismo Foto by Bunkerglo
Antes que yo, por aquí debería haber pasado mi mamá, Lucy Nieto de Samper, con más de 50 años en el oficio y quien a punta de teclear en una máquina de escribir Olivetti nos educó a sus cinco hijos, huérfanos de padre muy temprano en la vida. A ella, heredera de una tradición que lleva el periodismo en la sangre, y a mi hijo Andrés, a quien mi necesidad de trabajar lo privó muchas veces de mi presencia, les dedico este reconocimiento.

Llegué al periodismo sin proponérmelo. Rebelde sin causa, no quería ser ni la hija de Lucy, ni la nieta de LENC, Luis Eduardo Nieto Caballero, un nombre que nada dice a las nuevas generaciones pero que hace parte de la historia del periodismo colombiano, un hombre que en la defensa de la democracia, de la libertad de pensamiento y de la libertad de prensa, sufrió la cárcel y la censura. Fue codirector de El Espectador al lado de don Luis Cano y fue también columnista y colaborador de El Tiempo durante 40 años, hasta su muerte un mes antes de la caída de la dictadura del general Rojas Pinilla. Cuando en 1955 el régimen militar ordenó cerrar El Tiempo porque su director, don Roberto García-Peña, abuelo de mi colega Rodrigo Pardo, rehusó hacer una rectificación que no consideró pertinente, el mío se negó a callar y acudió a las cartas para denunciar la corrupción y los abusos de la dictadura, exigir justicia y protestar por la censura.

Dirigidas al General, las entregaba personalmente en las puertas de Palacio y, mimeografiadas, circulaban luego de mano en mano. Sus luchas políticas, basadas en sus profundas convicciones de librepensador e inspiradas en su vocación de servicio al país, las libró siempre con la más noble y limpia de las armas: la pluma.

Hago esta introducción con sabor a nostalgia para honrar esa herencia que me enorgullece y que me dejó la lección de mi vida personal y profesional: los principios no se negocian ni por poder, ni por cálculo político, ni mucho menos por dinero. Esta ha sido mi carta de navegación en un oficio en el que maduré y estoy envejeciendo gracias a todos aquellos que alguna vez me dieron oportunidades y abrieron espacios: Jaime Soto, Felipe López, Plinio Mendoza, Fernando Gómez Agudelo, Juan Gossain…También a las decenas de periodistas con los que he trabajado en prensa, radio y televisión, y a ese puñado de colegas amigos con quienes, no hace muchos años, emprendimos quijotescas aventuras periodísticas: María Isabel Rueda, Ricardo Ávila, Pilar Calderón, Roberto Pombo, Enrique Santos, Mauricio Vargas, Édgar Téllez y, ni más ni menos, que Gabriel García Márquez, inspiración y aliento en el noticiero QAP y en los años en que hizo parte de la revista Cambio.

Han sido décadas turbulentas y los periodistas, no siempre bien preparados, no siempre con tiempo para profundizar, para estudiar nuestra propia historia y entender por qué somos como somos y nos pasa lo que nos pasa, nos hemos visto enfrentados a múltiples violencias, a complejos procesos de negociación con organizaciones armadas, al ingreso de los grupos económicos a los medios de comunicación, a enormes escándalos de corrupción pública y privada, rodeados de trampas, amenazas, presiones y talanqueras a la libertad de prensa... Difícil, entonces, no mirar atrás ahora que este premio me obliga a reflexionar sobre mi vida en los medios. Difícil no describir, aunque sea a grandes brochazos, las distintas encrucijadas que hemos enfrentado y en las que los periodistas han dejado una alta cuota de sangre.

En los albores de los años 80, consciente de que si bien el Frente Nacional había puesto fin a la violencia entre liberales y conservadores también había creado dos monstruos, las guerrillas y la represión militar, Belisario Betancur promovió el diálogo con la subversión. La actitud de total respeto por la libertad de prensa que asumió el Presidente, quien llegó a decir que prefería una prensa desbordada a una prensa censurada, significó un punto de quiebre para el periodismo que, sobre todo en radio y televisión, había estado sometido al control de la información sobre el conflicto que ejercía el gobierno del "estatuto de seguridad" de Turbay Ayala.

Sentimos que nos habían soltado la rienda y en parte por falta de preparación, en parte por ingenuidad y exceso de optimismo, caímos en la tentación de conceder demasiado protagonismo a los jefes guerrilleros que aún conservaban cierto aire de romanticismo revolucionario.

Tanta visibilidad irritó a los enemigos de los diálogos y desató una polémica sobre los límites y responsabilidades de la prensa, y los peligros que entrañaba para el equilibrio informativo el llamado "síndrome de la chiva". García Márquez terció en la controversia y en el prólogo del libro La guerra por la paz, un compendio de columnas que Enrique Santos Calderón había escrito sobre el proceso, dijo que la opinión pública, que debía ser el árbitro final del debate, "había quedado reducida a la condición de pobre señora sentada en medio de un ventisquero de informaciones contradictorias, en el cual era imposible saber, sin lugar a dudas, dónde estaba la verdad". ¿Fuimos los periodistas idiotas útiles, chivos expiatorios o víctimas del doble discurso oficial, que desde el Ejecutivo concedía estatus político a los guerrilleros y desde la cúpula militar hablaba de bandoleros? Los interrogantes quedaron abiertos y volvieron a surgir durante las conversaciones de Caracas y Tlaxcala en el gobierno de César Gaviria, y en las negociaciones del Caguán durante la administración de Andrés Pastrana. Para ese momento, al menos la prensa escrita había aprendido algunas lecciones: varios medios crearon Unidades de Paz o abrieron espacios de discusión con expertos, en un esfuerzo para comprender los hechos más allá de la coyuntura, para mirar la negociación a la luz de otras negociaciones de conflictos internos y aportar elementos de juicio a los lectores.

No hicieron lo mismo los noticieros de radio y televisión que, sometidos al rating, impusieron un periodismo sensacionalista que daba prioridad a situaciones dramáticas -tomas de pueblos, cilindros-bombas contra alcaldías y estaciones de Policía, enfrentamientos, expresiones de dolor de las víctimas-, sin duda hechos noticiosos que no podían dejar de ser cubiertos, pero que terminaron por hacer mucho ruido y desviaron la atención de avances, apenas visibles para los analistas del conflicto.

No hemos salido en general bien librados en el cubrimiento de los diálogos con la subversión, y por varias razones: por falta de más análisis y crítica, y de más independencia de las voces oficiales, y por la dificultad para superar la condena visceral de la barbarie de la guerrilla, de todas maneras lógica, que nos impidió ver más allá y entender que los caminos de la paz son terreno minado. Contribuimos a crear falsas expectativas y confusión en la opinión. Ayudamos, sin proponérnoslo, a impulsar el péndulo que, según la coyuntura, se ha movido del entusiasmo por la paz al entusiasmo por la guerra.

La época del narcotráfico y su ofensiva violenta contra el Estado durante las administraciones de Virgilio Barco y César Gaviria, nos enfrentaron a una de las más dramáticas situaciones de nuestra historia reciente. Si al comienzo del Gobierno Betancur la lucha contra las drogas no había sido prioridad, el asesinato de su ministro de Justicia Rodrigo Lara, por orden del cartel de Medellín, fue un punto de inflexión definitivo.


Los carteles comenzaban a marcar su territorio con sangre y fuego, y convencidos de que por el camino de la violencia podían acorralar al Estado y recuperar la senda de la negociación que había fracasado en el Gobierno Betancur, intensificaron la ola de atentados, amenazas, y asesinatos de magistrados, jueces, policías, funcionarios, periodistas…Fue la dictadura del miedo: la consigna era silenciarnos o corrompernos. Algunos sucumbieron a la tentación, pero en general los periodistas nos convertimos en blanco y en trinchera.

El asesinato del director de El Espectador, Guillermo Cano, nos llevó a convocar una marcha nacional para rechazar el crimen y defender la libertad de prensa. Multitudinaria en todas las ciudades, fue la expresión de un país conmocionado hasta los tuétanos. Hicimos también un paro informativo, 24 horas sin noticias, para crear un espacio de reflexión sobre lo que significaba el silencio de los periodistas.

No estábamos dispuestos a aceptar la mordaza que los carteles pretendían imponernos, y para autoprotegernos organizamos luego un pool de medios que aportaron sus unidades investigativas y designaron a un puñado de periodistas, del cual hice parte, para preparar informes sobre esas organizaciones criminales. Adaptados a radio, prensa y televisión fueron divulgados en forma simultánea durante tres meses cada 15 días. Nos reuníamos en diferentes lugares, en distintos días y horas de la semana, pero nos descubrieron y las reiteradas amenazas nos obligaron a suspender las reuniones. 


No obstante, la campaña causó gran impacto y permitió que la opinión conociera las dimensiones del monstruo. La sociedad empezó a darse cuenta de que la violencia no solo era de la guerrilla, que también era del narcotráfico y de los paramilitares, que escalaban la guerra sucia contra la UP, financiados por la droga y apoyados por miembros de la fuerza pública y sectores políticos de extrema derecha.

Fue la época de las peores masacres, de los secuestros de Andrés Pastrana y Álvaro Gómez, de una nueva iniciativa de paz, de esa ofensiva violenta que alcanzó su máxima expresión con el magnicidio de Luis Carlos Galán, del restablecimiento de la extradición por vía administrativa, del narcoterrorismo en las ciudades, del asesinato de Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro. Los periodistas nos debatíamos entre el miedo y la incertidumbre, nunca sabíamos si íbamos a volver vivos a nuestras casas.

La campaña presidencial había sido la más violenta y trágica de la historia. Todo parecía excluir cualquier posibilidad de un acuerdo con los narcotraficantes. Sin embargo, César Gaviria aprovechó la crisis para dar una vuelta de tuerca y retomar el camino de la negociación, imposible tras el asesinato de Galán. Propuso abrir espacios jurídicos con instrumentos diferentes a la amnistía y el indulto para lograr la entrega de los llamados "Extraditables" a cambio de la no extradición.

¿Negociar con las mafias no era claudicar, reconocer que el Estado estaba derrotado? ¿Había otra salida para poner fin al baño de sangre? Como siempre en este oficio, eran más las dudas que las certezas.


Para presionar al Gobierno, los capos, que buscaban tratamiento político y no de delincuentes comunes, acudieron al secuestro de periodistas, Diana Turbay y Francisco Santos entre ellos. En el entretanto, el equipo de Gaviria daba las puntadas finales a la política de sometimiento, y se abría paso la Asamblea Constituyente que en junio del 91 proclamaría la nueva Constitución que prohibía la extradición. Ese mismo día, se entregó Pablo Escobar a la Justicia. Respiramos aliviados. Lejos estábamos de imaginar que un año después registraríamos su fuga, y año y medio más tarde su muerte en un operativo del Bloque de Búsqueda.

La muerte del capo significó el final del narcoterrorismo pero no del narcotráfico y el crimen organizado. El paramilitarismo con su maquinaria criminal surgiría como el nuevo enemigo. Sus jefes acudirían a las formas más infames para acallar a la prensa. Muchos periodistas, sobre todo de los medios regionales, más vulnerables, pagaron con su vida la osadía de denunciar. No obstante, gracias a esas denuncias y sobre todo a las investigaciones periodísticas de algunos medios capitalinos, la opinión empezó a descubrir la dimensión del poder que habían alcanzado los paramilitares en las administraciones locales y regionales, y en el Congreso, donde lograron el 34 por ciento de las curules en la campaña de 2002, todas de la coalición uribista.

Reelegidos la mayoría en 2006, las investigaciones de la llamada parapolítica no solo llevaron a muchos de congresistas aliados del Gobierno a la cárcel, sino que derivaron en el escandaloso espionaje del DAS a opositores, magistrados de la Corte Suprema y periodistas.

El uso de prácticas perversas y de dineros oscuros para conseguir resultados políticos y electorales ya tenía antecedentes: la campaña que llevó a Ernesto Samper a la Presidencia y que derivó en el llamado proceso 8.000. Entonces quedó claro que las mafias habían aprendido que mejor que enfrentar a las instituciones, era infiltrarlas y corromperlas, y que más rentable que asesinar policías, jueces, políticos y periodistas, era comprarlos.

Fue entonces cuando se rompió una constante histórica: el periodismo cortó su cordón umbilical con los políticos. Fue un proceso por etapas: tímido al comienzo, se radicalizó a medida que conocíamos declaraciones, documentos, testimonios, grabaciones e indagatorias que comprometían a congresistas, altos funcionarios y al propio Presidente de la República. Repugnancia y rechazo por la corrupción de la clase
política se respiraba en las salas de redacción.

Los congresistas no ahorraron esfuerzos para imponernos controles y estatutos, precisamente cuando 173 parlamentarios empezaban a ser investigados por recibir plata del narcotráfico. El Gobierno acudió al chantaje para arrodillar a periodistas y medios mediante licitaciones de TV y frecuencias de FM, y con ayuda de sus amigos en el Congreso sacó una ley que cambiaba las reglas del juego y cuyo propósito era castigar a los noticieros que cuestionábamos su gestión. Entonces el DAS también interceptaba teléfonos y hacía seguimientos a los periodistas críticos del Gobierno.

La crisis del 8.000 significó un nuevo debate sobre el papel de los medios. Nos acusaron de haber ignorado las reglas del oficio, de haber servido de correa de transmisión de fuentes interesadas, de no haber investigado suficiente. En resumen, de tomar partido, de hacer parte de la crisis. Ante el vacío y el fraccionamiento de los partidos, ante la usencia de una oposición política organizada, la prensa ocupó parte de ese espacio y sí, tomo posición, y cavó trincheras. Ese fue, paradójicamente, su mayor acierto y su más grave error. Se jugó sus restos, su prestigio, su credibilidad pero no pudo salvarse del diluvio. ¿Pero qué habría pasado, entonces, de no haber sido por ese periodismo que, incluso con sus fallas y excesos, hizo de cancerbero? ¿La opinión habría sabido que el narcotráfico había penetrado hasta las más altas esferas del poder, que innumerables miembros de la clase política habían vendido su alma al diablo? No estoy segura. 


La encrucijada más reciente pero no la última fue la que creó el gobierno de Álvaro Uribe. Por esa la ley del péndulo que antes mencioné, el país pasó del desencanto por la paz al entusiasmo por la guerra. Seducidos por el fuerte liderazgo del Presidente, que concentró la información sobre el conflicto en cabeza suya y unificó el mensaje, un único mensaje, la lucha contra el narcoterrorismo de las Farc, la casi totalidad de los medios se contagiaron del clima de unanimismo que reinaba en la opinión.

Una tras otra, las encuestas reflejaban el decidido apoyo al presidente Uribe y, hábilmente manipuladas por el Gobierno, acabaron por incidir en las líneas editoriales y en los titulares de las noticias a la hora de informar sobre las políticas y acciones oficiales. Ese ambiente perversamente acrítico, alimentado por el discurso macartizador del Presidente que asociaba crítica y oposición con subversión, creó un peligroso ambiente de intolerancia y polarización.

Nunca como en los gobiernos de Uribe se había presentado un divorcio tan grande entre la opinión mayoritaria reflejada en las encuestas y la de la mayoría de los columnistas de la prensa escrita. El Presidente logró establecer una conexión directa con la gente y nos ganó de mano en nuestro propio terreno.

Pero habrían de presentarse nubes en el paraíso de la seguridad democrática con las investigaciones periodísticas sobre el fenómeno paramilitar, sus tentáculos en la política, la economía y las instituciones del Estado, y su influencia en la campaña del 2006. Sin embargo, el destape de las cartas de la reelección y la intención del Presidente de modificar la Constitución en beneficio propio, fueron el punto de quiebre: Uribe estaba yendo demasiado lejos. Así se lo hicieron saber desde sus editoriales, diarios que habían apoyado la primera reelección, y buena parte de los columnistas que hasta ese momento lo habían apoyado. Y así lo interpretó la Corte Constitucional que le cerró el paso a la segunda reelección.

Un lección fundamental dejó el "uribato" al periodismo y es que el exceso de concesiones y benevolencia con los gobiernos, da pie para grandes abusos y contribuye a banalizar opiniones periodísticas analíticas y críticas de las políticas y acciones oficiales.

El cubrimiento del nuevo Gobierno nos abre muchos interrogantes y tienen que ver con sus conexiones con los más importantes medios de comunicación. Pero más preocupante aún es el reto que nos plantean las nuevas realidades de los medios, sobre todo de los escritos, antes de gran relevancia para la opinión y hoy con influencia muy debilitada. Y es que la prensa dejó de ser lo que era y no solo por la proliferación de otros canales de comunicación y el avance de nuevas tecnologías, sino porque los viejos periódicos propiedad de una familia han pasado a la historia y hoy forman parte de poderosos conglomerados multimedia dentro de los cuales juegan un papel funcional al grupo.

Pese a que esos grupos tienen gran solvencia económica para resistir chantajes o presiones económicas y políticas, para influir en la agenda pública, para defender el bien común, sus dueños están más interesados en la rentabilidad que en su responsabilidad con los ciudadanos o en la fiscalización del poder, bien porque comparten sus mismos intereses, bien porque persiguen negocios que dependen de él. Esa es la razón, por ejemplo, de la muerte de la revista Cambio, víctima de la segunda conquista española.


El negocio es el nuevo nombre del juego. Como dice el analista de medios Germán Rey, “la ideología es hoy la de los libros de contabilidad”. Las noticias han entrado en el mercado de la comunicación y su valor no es propiamente periodístico-noticioso, es económico. El criterio informativo ha pasado a ser también criterio financiero y eso está llevando a la prensa escrita, en especial a los periódicos, a una visión más restringida de su papel. De ahí la preferencia por contenidos que aseguren mayores ventas, de ahí que la información esté cada vez más arrinconada por el entretenimiento, de ahí que se decante preferencialmente por las llamadas “noticias útiles”. Cada vez hay menos análisis, menos investigación y menos historias relevantes.

¿Qué nos depara el futuro a los periodistas? Ante la marginación o extinción de medios alternativos, ante la evidente disminución de la independencia de los medios y las reducidas fuentes de trabajo, cada vez hay más limitaciones para informar con talante crítico, para meter las narices en las entrañas del poder. Debo reconocer que no es es mi caso, pues los medios que me acogieron tras el despido de Cambio, RCN Radio y El Espectador, me dejan expresar con total libertad. ¿Pero pueden todos los periodistas decir lo mismo? No creo. Para buena parte de ellos la opción es la autocensura, el silencio cómplice o la neutralidad pasiva. Y en el caso de los llamados cargaladrilos, se ven obligados a informar sobre el lanzamiento de productos de los grupos donde trabajan –libros, revistas, telenovelas, concursos, realities-, y a convertirse en periodistas multifuncionales que deben producir, por el mismo sueldo, para los distintos medios que convergen en su empresa -televisión, diarios, revistas, emisoras…-, con las implicaciones que eso tiene para la calidad de la información y su consecuente homogeneidad.

Acepto, pertenezco a la vieja guardia, soy de la generación de los tubos, no de los chips; de la m·quina de escribir, no del computador; del teléfono fijo, no del celular; del predominio de la prensa escrita, no de Internet. Soy un dinosaurio. Pero aun así, y reconociendo el valor de las nuevas tecnologías y la utilidad de la red como fuente de información, creo que hasta ahora poco han servido para mejorar la calidad del periodismo. La concentración de medios en conglomerados conspira contra ello.

En estas circunstancias, el peligro no es solo que haya más espacio para la corrupción porque donde los medios independientes mueren, la corrupción tiene más probabilidades de prosperar. El peligro es también para el propio periodismo que como función social pierde cada vez más oxígeno.

¿Cómo llenar el vacío que dejan la disminución del número de periódicos y revistas, y la precariedad y mediocridad que hoy predominan en el cubrimiento periodístico? ¿Cómo crear o mantener empresas independientes que cumplan con el papel de auténtico servicio público que han ido dejando los grupos multimedia en aras del negocio? ¿Cómo hacer para que el buen periodismo, el que investiga, el que analiza, el que hace de contrapoder, encuentre apoyo entre los anunciantes? ¿Cómo evitar que el periodista perro guardián acabe convertido en perro faldero? Estos son apenas algunos de los interrogantes que hoy nos hacemos los periodistas de ayer. Muchas gracias...

Discurso de la periodista María Elvira Samper al recibir el premio Simón Bolívar a la Vida y Obra 2010.


Los destacados del texto son míos. La foto de María Elvira Samper y Rodrigo Pardo la tomé (Canon E250 análoga) durante la Marcha contra el paramilitarismo el 6 de marzo de 2008.

martes, 10 de enero de 2012

Ya no nos ocupamos de honrar la Memoria de los Muertos

No, no puedo estar de acuerdo. A Mateo y a Margarita no los mató la felicidad ni los ranking que muestra sin sonrojo el periodismo acrítico nacional que solo se mira a sí mismo.

A Margarita y Mateo los mató  el egoísmo y la ceguera de una sociedad que creyó y calló sin preguntar ni cuestionar, las verdades a medias o las mentiras completas de un proceso que solo existió en la bravuconada de un discurso y de unas armas que nunca se entregaron. 


Las otras víctimas de esta desgracia no cuentan o cuentan como Consuelo Gómez, la mamá de Margarita, que hoy nos dice que quiere “morir cuanto antes, porque quiero estar con ella… Pero moriré tranquila el día que se haga justicia y no quede en la impunidad”. 


Y no se resolverá, como tantos otros crímenes en los que de una u otra forma está vinculado el Estado. Porque los territorios dominados por el paramilitarismo, también están dominados por el ejército regular de Colombia. Expertos, a veces sin mucha suerte, de desaparecer pruebas, rastros, señas, cuando no, personas y hasta cadaveres. Todo se encubre en el manto de la impunidad claramente blindado por la cultura de una sociedad del “deje así” tan, pero tan colombiana.


No vayan porque hay un muerto en el camino, parece ser el sino trágico de esta sociedad que espanta porque no se espanta con nada. Tal vez la Fiscal General, Viviane Morales, no sepa que Margarita, como ella y como yo, fuimos cinceladas en la palabra, el respeto y la solidaridad cuando ocupamos en distintos momentos de nuestros caminos las mismas aulas de la primera juventud. Esa que recién dejaba Margarita para ir a andar el llano abierto, las serranías, cuencas, montes, ciénagas, quebradas y ríos por entre los almendros del departamento de Córdoba.


Como cuando en vida Pablo Escobar, los gobiernos de Barco y Gaviria lo responsabilizaban de todos los crímenes y sucesos delictivos de todo orden en el país, en este, al parecer, los uribeños, perdón!! los Urabeños son los determinadores de estos asesinatos y ya. Una vez declarado esto, la investigación duerme el sueño de los justos. Ya no nos ocupamos de honrar la Memoria de los Muertos, sino en recordar lo que no hacen los vivos, o mejor, los que están con vida, para este caso la Justicia. Un año y nada. Y habrá otro y nada pasará.


Esta Luna para sus familias, padres, abuelos, hermanos. Una luz que sueño, en cada extremo, es llevada por Margarita y Mateo.



Foto by Bunkergo. Serie Per-Siguiendo a la Luna con @JlpalacioL. Bogotá D.C., enero 10 de 2012.

martes, 3 de enero de 2012

Nuevos Desafíos del Periodismo

El texto del escritor William Ospina forma parte de las reflexiones ofrecidas en el marco del Foro Internacional "Gobernabilidad Democrática y periodismo en la coyuntura política colombiana" los días 16, 17 y 18 de agosto de 2000 en Bogotá. El periodista y escritor Ryszard Kapuscinky fue el invitado central de este Foro al conmemorarse el undécimo aniversario del asesinado del líder político Luis Carlos Galán y que tuve el privilegio de organizar para el Instituto para el Desarrollo de la Democracia. La fuerza de su vigencia sigue siendo la misma para el periodismo de hoy en Colombia, en donde los desafíos siguen siendo los mismos doce años después. Los destacados son míos.

Por William Ospina [1]


El único mal de Colombia es la  falta de una ciudadanía solidaria consciente de sus deberes y de sus derechos, responsable y vigorosa que no sólo esté en condiciones de ofrecerles la paz a los grupos violentos que siembran muerte y terror por todas partes, sino que sea capaz también de imponerles otro modelo mental a unas clases dirigentes mezquinas y torpes que, a pesar de estar rodeadas por todos los decorados de la modernidad, siguen manejando el país con la moral de los conquistadores españoles y con la mentalidad de los encomenderos del siglo XVI. Y digo que es el único mal porque es el que impide la solución de todos los otros. Mientras no se logre esa reacción ciudadana inteligente, generosa y creativa que proponga e instaure un proyecto nacional razonable y moderno, Colombia seguirá eligiendo gobiernos no por su talento y sus ideas, sino por su apellido y su buen tono social y seguirá cruzando los dedos con la esperanza desvalida de que los actores armados arrastrados a la barbarie y a la destrucción se pongan de acuerdo para regalarnos un país civilizado y próspero.

Yo diría que pocas disciplinas tienen hoy tantas responsabilidades en Colombia y en el mundo como el periodismo. Ya pasaron los tiempos en los que se limitaba sólo a informar y a comunicar. Hoy posee un poder tan grande como el de los partidos y el de las empresas, modela las reacciones de la opinión pública, alerta o aletarga, crea figuras públicas o las hunde, puede ayudar a clarificar los hechos o puede hacerlos aún más confusos y terribles de lo que son, puede ayudar a entender los fenómenos o puede sumergirlos en una niebla de incomprensión y de misterio.

El mundo moderno que de tantas maneras distintas ha ido rompiendo el hilo de sus tradiciones, que ha perdido tantas costumbres, parece expuesto a no tener otra explicación de los hechos que la que los medios le conceden. Pero, en los países democráticos consolidados, la educación tiene la prioridad de formar el carácter y el criterio de los ciudadanos y el Estado tiene la capacidad de brindar el espacio de orden donde ese criterio puede ejercerse.

En Colombia donde siempre el poder despreció a la gente la educación nunca fue una prioridad del Estado y es por ello que el Estado no cuenta hoy con el respaldo de una ciudadanía vigorosa y resuelta que le ayude a cumplir sus tareas de civilización. Existen grandes diferencias entre formar e informar. En Francia o en Inglaterra, los medios no necesitan proponerse la tarea de dar formación a la ciudadanía porque esa tarea ya la han cumplido, y de un modo programado responsable y eficiente, otras instancias de la sociedad, particularmente la familia y la escuela. Es sobre todo en ellas donde se modela el perfil de un país, su orgullo o su vergüenza, su respeto sincero por las normas o su vocación transgresora, la conciencia que tiene el ciudadano de su propia dignidad o su precaria valoración de sí mismo. Esa formación básica determina si alguien actúa solo como individuo en función de sus intereses personales o si se tiene ciudadano, es decir, alguien con responsabilidades sociales con conciencia de su valor ante la comunidad.

William Ospina con el coreógrafo y bailarín Álvaro Restrepo, atiende mi llamado. 
En Colombia somos vigorosamente individuos, pero no somos ciudadanos. Cuando asisto a reuniones de intelectuales o de profesionales en las que se discute como construir ciudadanía, casi siempre se insiste en la necesidad de volver ciudadanos a quienes no han ido a la escuela o a quienes están excluidos de toda oportunidad. Pero el mayor desafío de Colombia es cómo volver ciudadanos a los intelectuales, a los empresarios, a los profesionales, incluso creo que sería importante pensar en cómo  volver ciudadanos a los políticos[2], cómo lograr que actuemos minimamente en función de unos propósitos colectivos, de una simpatía básica por los demás, de la necesidad de nos estar solos en un mundo, donde de tantas maneras necesitamos de los otros.

La del periodista, se diría, es una de las profesiones más modernas que existen, no en el sentido de que es muy reciente, sino de que esté en la vanguardia de la actualidad. Nadie de los periodistas tiene por oficio la recepción y comunicación inmediata de todo lo que ocurre en el mundo, los mil rostros de una humanidad que no ha renunciado ni a la guerra, ni a la mezquindad, ni a la miseria, ni a la esperanza. Aparentemente, la tarea del periodista es solo la de convertir en lenguaje articulado los hechos y transmitirlos a través de influyentes medios de comunicación. Labor que supone una alta vigilia de atención e investigación, una existencia aventurera con largos desplazamientos, peligros continuos, largos tramos de esfuerzo y de incertidumbre.

Abundan las novelas y las películas cuyos héroes son los periodistas que vivieron peligrosamente la aventura de los golpes de estado, las revoluciones, las catástrofes naturales o los atentados criminales. Esa labor de cubrir los hechos no siempre permite a cada periodista ser ese personaje ultra informado que puede situar los episodios que narra en su perspectiva histórica, en su significación política, en sus implicaciones éticas y en su contexto planetario. Se supone además que el periodista solo debe ofrecer al público datos objetivos y que son profesionales mucho más especializados quienes podrán ahondar en la interpretación de los hechos y en la orientación de su público, pero yo creo que ningún periodista aceptaría voluntariamente ser un mero observador de datos sueltos. Para todos es un imperativo profesional y humanos situar los acontecimientos verlos en perspectiva y sin pretender convertirse en historiador o en filósofo contribuir a su desciframiento.

Todo lenguaje participa de las propiedades del análisis, todo lenguaje es una interpretación de la realidad. Así  que a los viajes, las esperas y los maltratos que forman parte cotidiana de la aventura periodística se suman la curiosidad intelectual y un esfuerzo expresivo que excede los meros asuntos gramaticales para participar de preocupaciones estéticas como la búsqueda de claridad, la eficacia narrativa, e incluso la capacidad de conmover, pues si esta no se logra los hechos dramáticos de la aventura humana no serán comunicados plenamente.

En situaciones como las que vive Colombia con un conflicto político y social de tan enorme magnitud y unas esperanzas tan tenues de transformación del escenario a corto plazo la labor de los periodistas se ve agravada también por el enfrentamiento entre las fuerzas que libran la guerra, por su recíproca  convicción de ser dueñas de la verdad y su decisión de imponer esa verdad a todo el mundo. Esto añade al trabajo periodístico, presiones, exigencias, amenazas y finalmente atentados y crímenes por parte de grupos que quieren beneficiarse de la divulgación de sus actos o imponer a la sociedad la versión que más les conviene.

El deber de los periodistas va, sin embargo, más allá del esfuerzo por informar y por dilucidar los hechos, aunque creo que la siguiente no es ya una exigencia que competa solo a los individuos sino también a los medios, a los gremios y a la profesión en su conjunto. El periodismo, - y ese es un alto destino-, se debe menos a la verdad de los protagonistas de los hechos que a los intereses de la humanidad. Es la perspectiva humana, no facciosa la que le puede dar su sentido no solo como instrumento informador, sino como instrumento civilizador.

Creo que el periodismo por su altísima influencia, por su presencia cotidiana ante las comunidades, por su capacidad de formar criterios y despertar opiniones ha demostrado en muchos sitios que tiene la posibilidad de influir de un modo mayor en el discurrir de las naciones, y es allí donde su condición de extrema actualidad gana sentido. Al periodismo le compete un papel de primera magnitud en el proceso de modernización de las sociedades. Una de las más urgentes tareas de la sociedad colombiana, es la de superar su ficción de modernidad, esa modernidad formal de autos y computadoras de electrodomésticos, supermercados, entretenimiento y moda, y acceder a la verdadera modernidad que es la de las ideas.

La guerra que vivimos se nos presenta como una típica guerra medieval, intolerante e inhumana, librada eso si con los sofisticados arsenales del siglo XXI, pero es que la mentalidad de nuestra sociedad, es una mentalidad arcaica donde todavía los únicos signos de preeminencia son la riqueza, la capacidad de excluir a los otros la capacidad de hacer daño, la capacidad de  manipular a los demás. Nuestra información de lo que pasa en el mundo es harto precaria,  nuestra participación en los grandes debates de la época,  nula. Nuestro encierro  en las contorsiones agónicas de este mundo aldeano, patético. Y sólo nos llama la atención los hechos espectaculares y violentos. Los personajes de nuestras noticias son, en su abrumadora mayoría, los que protagonizan procesos de rivalidad y de competencia que embriagan o conmocionan a las multitudes, esto no es malo cuando se trata de deportistas que arrasan  marcas mundiales o de luminarias del espectáculo y de la farándula, pero es muy grave cuando la mayor parte de la información se debe a aquellos que utilizan la violencia, la extorsión, el chantaje y la masacre, los señores de la guerra, los protagonistas de casos de corrupción y los políticos solo en la medida en que intriguen y manipulen.

La respuesta que escuchamos más a menudo es que la realidad no depende de los periodistas, que estos son - como lo decía un querido amigo en su columna de opinión-, una suerte de espejos de la realidad: muestran lo que ven y nada más. Que sería demasiado pedirle al periodismo, - que además de afrontar todas las pruebas que he enumerado y las violencias que de un modo creciente padecen-, tuvieran que encargarse de transformar una realidad que nadie más parece empeñado en transformar.

Pero la madurez de una sociedad y su grado de civilización está sobre todo en la escala de valores que la rige. En todas las sociedades modernas hay grandes deportistas, celebridades espectaculares, criminales y guerreros. Pero hay también empresarios, productores, orientadores, constructores de tejidos sociales, investigadores, pensadores, intelectuales, científicos, artistas. Sus noticias parecen menos excitantes, pero son más valiosas  para la vida. Y en la mayoría de las sociedades modernas, esas personas tienen un estatus social, una responsabilidad y un papel protagónico que en la nuestra no tienen.

Me atrevo a decir que uno de nuestros males como sociedad, es que nos hemos acostumbrado a las noticias embriagantes, a las noticias excitantes. Encendemos el televisor cada noche, no esperando que se nos diga que está funcionando bien, qué esfuerzos se hacen, sino qué atrocidades espectaculares, qué amenazas escalofriantes, qué hechos tremendos se ciernen sobre nuestras cabezas. El mal por supuesto está en la sociedad toda, pero también hay una suerte de colaboración entre quienes esperan las noticias, quienes las protagonizan y quienes las transmiten. Oigo decir a menudo que afortunadamente vivimos en un país excitante donde ocurren cosas que conmocionan. Incluso cierta vez el director de un gran periódico nacional dijo en una entrevista que le parecería muy tedioso vivir en uno de esos tristes países donde hay un muerto cada seis meses. Esas afirmaciones en alguien que vende centenares de miles de periódicos son ciertamente impúdicas, porque son ingeniosidades apenas tolerables en la ficción.

Recuerdo que Cherteston dijo alguna vez con mucha gracia que una novela para ser buena necesitaba un muerto. Una novela donde no haya un muerto, añadió, me parece falta de vida. Pero hay una diferencia importante entre el arte y la realidad, y más vale no confundirlos. Goette se preguntaba por qué será que lo que nos repugna en la vida nos fascina en el arte. Yo creo haber percibido la respuesta leyendo unos argumentos de San Agustín sobre el lenguaje: es que lo mejor que tiene la palabra perro, decía San Agustín, es que no muerde y lo mejor que tiene la palabra basura es que no huele mal. En el arte los hechos están despojados de su peligrosidad brutal, porque están inscritos en un orden estético y en un ritmo revelador que nos ayudan a su comprensión y nos fortalecen frente ellos.

El periodismo no se propone ser una obra de arte en ese sentido, y si bien no puede impedir que sucedan los hechos lamentables de una guerra que tiene su origen en muchas malignidades y muchas injusticias, también es responsable en parte del orden mental que impera en la sociedad, del sistema de valores que la rige y del tipo de importancia que se concede a las obras de la barbarie y a las obras de la civilización.

Es por ello que decía que no podemos pedir a los periodistas, individualmente considerados, que además de su valerosa misión se propongan cambiar a una sociedad que el resto de la comunidad no parece del todo empeñado en transformar. Pero si creo que la profesión, que los grandes medios, que la pedagogía profesional están en mora de plantearse otras responsabilidades  que si están en condiciones de asumir. Si se puede o no crear pautas para que, al menos los esfuerzos de entendimientos, de civilización, de convivencia, de creación, tengan tanto papel protagónico como los trabajos de la muerte, de la intolerancia y de la arrogancia criminal.

Si vemos solo los hechos, también sus causas y sus contextos, si vamos a seguir considerando importante sobre todo lo que lesiona y vulnera y destruye, o si también le concederemos importancia a lo que crea y piensa, a lo que convive y descubre, a lo que sosiega e inventa.

En las sociedades bárbaras solo cuentan los guerreros. Colombia es hoy una sociedad guerrerista, violenta, extasiada con su ración diaria de malas noticias, que parece moderna porque está adornada con todos los adminículos de la modernidad, pero la mentalidad de la gente es lo esencial, el sistema de valores que rige a la comunidad. Debemos saber si hay en ella respeto por el trabajo, por el pensamiento por la creación por la capacidad de convivir y de reinventar el  tejido social, porque si ello no existe se perpetuará la barbarie y todos los ciudadanos seremos cómplices y servirán de poco los desvelos y la abnegación de tantos periodistas heroicos, ya que también el horror como alimento cotidiano puede producir adicción.

Si Colombia es tan débil por falta de justicia y por falta de una educación dignificadora y enaltecedora del ciudadano, el periodismo, con su enorme poder tendrá que proponerse además de su labor informadora, una mínima labor formadora de criterio de carácter, de orgullo y de dignidad. Si de algo se alimentan la injusticia y la barbarie es de la ignorancia, de la falta de criterio, de la falta de orgullo, del resentimiento y del maltrato.

Lo que sucede hoy en Colombia, es en primer lugar un reto a la inteligencia y a la creatividad de los ciudadanos, de los profesionales de todas las disciplinas, de los políticos de los intelectuales, de los hombres de empresa. Es decir, tal vez  esta guerra de desgaste y de ruina sólo pueda ser resuelta por quienes no están devorados por ella y arrastrados por su vórtice de pasiones polarizadas y resentimientos crecientes. Es pavoroso que en las puertas mismas del tercer milenio, un país occidental esté naufragando en una guerra fanática de tintes religiosos, en una guerra particularmente brutal y sobre todo que esté abandonando a la muerte de la generación de jóvenes de todos los bandos que tendría que contribuir con su trabajo y con su talento a resolver las graves preguntas de la época y responder a sus desafíos.

Pero nos equivocaríamos si pensamos que lo único que hay que resolver en Colombia es la guerra, porque la pobreza, la exclusión, la ignorancia, el egoísmo y la injusticia no sólo son anteriores a esa guerra, sino que en gran medida son sus causas y es allí donde hay que definir si cada uno de nosotros reclama la paz solo para sentirse personalmente seguro, o si busca tener por fin un país donde todos podamos mirarnos como conciudadanos y podamos respetarnos como seres humanos. Muchas gracias.



[1] Muchas gracias. Quiero agradecer al Instituto Luis Carlos Galán esta invitación, y voy a leer unas reflexiones, que es la ampliación de unas reflexiones que hice hace algunas semanas ante el grupo de periodistas de Medios para la Paz, sobre los nuevos desafíos del periodismo.
[2] Aplausos.
Foto by Bunkerglo Diciembre 12 de 2010. Inxilio, el sendero de lagrimas. El Campin, Bogotá.

sábado, 31 de diciembre de 2011

Saludo a mis amables suscriptores

Amables suscriptores:
Ha sido un inmenso privilegio contar con su interés en este Blog y en los pensamientos que allí encuentran. Todos y cada uno de ustedes son un estimulo que cuido con atención y afecto. Cada nuevo día procuro hacerlo mejor, escribir más y con mayor calidad para lo cual siento que le he ganado la partida de achaques de salud al año que dejamos atrás.
Por lo pronto, les deseo que el tiempo venidero llamado 2012 sea bueno, alegre y con salud. Va un abrazo renovándoles mis agradecimientos por estar aquí.
Con profundo afecto y respeto,
Gloria - @Bunkerglo - Bun



miércoles, 28 de diciembre de 2011

¡Hideputas!

El periodista Juan Gossaín cuenta, indignado, cómo se pudrió la comida y cómo se vio perjudicado un pueblo

Excúsenme si parezco furioso: lo estoy. Esperé una semana antes de sentarme a escribir, pero no se me pasa. El crimen que se ha cometido clama justicia al cielo. Voy a contarles la historia.
San Estanislao de Kotska, con su nombre de santo polaco, es un pueblo de 15.000 habitantes, en el departamento de Bolívar, situado apenas a 40 kilómetros de Cartagena. Por allí se le conoce simplemente como Arenal.

En la víspera de Nochebuena murieron dos niños, uno, de 2 años, en Arenal, y el otro, de 7 meses, en Soplaviento, la aldea de músicos que le queda al frente.

Estaban recogidos con sus familias en albergues para damnificados del invierno. Los dictámenes médicos fueron iguales en ambos casos: muerte por desnutrición. Los aguaceros de los últimos años han ocasionado tantos estragos en las riberas del canal del Dique que ya no hay comida. Un sacerdote amigo mío vio a una madre con sus hijos almorzando las hojas que arrancaban de un palo de limón a la salida de Calamar.

Ese mismo día, mientras los vecinos piadosos recogían dinero en la calle para enterrar a los niños, en una bodega de la zona industrial de Cartagena tuvieron que destruir 12.000 raciones de comida que la Gobernación de Bolívar había comprado hace cuatro años, para socorrer a las víctimas del invierno, pero que acabaron pudriéndose en un depósito.

No eran solo alimentos. En las cajas también había varias medicinas, entre ellas suero glucosado para rehidratar a los hambrientos. Es probable que con un par de esas botellas los dos niños se hubieran salvado. Sigo pensando en ellos hoy, que es día de los Santos Inocentes.

Historia de un crimen

Todo empezó en el año 2007. El implacable invierno, que desde entonces venía rugiendo como un perro hambriento del sur de Bolívar hacia el norte, había cobrado ya sus primeras víctimas: ranchos destruidos, cosechas perdidas, gallinas y cerdos que flotaban en las corrientes. Las romerías de indigentes, con un pedazo de colchón al hombro y las criaturas en brazos, se
desplazaban de pueblo en pueblo, mendigando cobijo y pan.

El gobernador Libardo Simancas, que estaba a punto de dejar su cargo para ser investigado por vínculos con la parapolítica, ordenó que se compraran 12.000 mercados a unos licitantes de víveres que los cotizaron por 4.000 millones de pesos.

Joaco Berrío, el nuevo gobernante, acusó a su antecesor de haber hecho una compra amañada y sin los requisitos que exige la ley. Según declaró públicamente, temía que al repartir esos alimentos lo metieran en la cárcel. En aquella ocasión le dije por radio que es mejor terminar preso por repartir comida que por dejarla pudrir.

Prefirió ordenar que almacenaran los mercaditos en una bodega contratada mientras se adelantaba una "investigación exhaustiva" que no llegó a ninguna parte. (Malditas sean las investigaciones exhaustivas en Colombia. Todavía no hemos podido saber quién asesinó al mariscal Sucre ni quién ordenó que mataran a Gaitán.)

A Berrío lo destituyó la Procuraduría por otras razones. Llegó un tercero, Jorge Mendoza, tan fugaz que ni tuvo tiempo de averiguar dónde diablos era que estaba guardada la comida.

En el 2010 convocaron a votaciones atípicas para que alguien gobernara los nueve meses que hacían falta. Solo participó el 10 por ciento de los ciudadanos. Apareció Alberto Bernal, el cuarto mandatario, y, según él mismo ha dicho, desde el día de su posesión ya los mercaditos estaban dañados.

En esos cuatro años, cada invierno fue más grave que el anterior.
Los damnificados se multiplicaron. Eran, como siempre, los más indefensos y desprotegidos. Uno puede comprobar en las calles coloniales de Cartagena que los desplazados por el agua ya no piden dinero. Ni siquiera piden una sábana. Ellos mismos dicen que se conforman con una lata de leche en polvo o unos cubitos para hacer sopa.

Pasó el tiempo. Llovían las explicaciones legales, hubo una inundación de incisos y parágrafos, cayó un diluvio de intrigas, metieron sus manos diputados y concejales, y así, entre martingalas de leguleyos y bellaquerías de políticos, la bodega terminó por convertirse en un pudridero.

La ira de Dios

Los vecinos del depósito empezaron a quejarse. Los olores apestaban. 12.000 cajas de comida para seres humanos se habían convertido en un banquete de ratas y en basurero de cucarachas.

Hasta que la semana pasada un grupo de especialistas decidió que se procediera a destruir los mercaditos con candela porque eran un peligro para la salud pública. Yo no sé cuál de todos esos gobernadores es el culpable, o si lo son todos, porque cada uno cuenta un cuento distinto y cada quien trata de sacar sus chorizos del humo.

Solo espero que la ira de Dios caiga sobre los responsables de una infamia como esta, ya que la justicia de los hombres no solo es ciega, sino sorda. Y que les tenga reservada una paila del infierno más caliente que el fuego de los mercaditos, para que prueben una cucharada de su propia medicina. Son más condenables que la guerrilla, los narcotraficantes y los paramilitares juntos.

Este crimen de lesa humanidad es más horrendo que el de los parásitos financieros de Wall Street, que los fraudes electorales de Putin en Rusia, que las masacres de Gadafi en Libia, que las palizas del Ejército sirio contra los manifestantes de Damasco.

Pero aquí, en Colombia, tierra del café más suave del mundo y de las esmeraldas más bonitas, nadie se indigna, nadie ocupa una plaza para expresar su protesta, nadie abre la boca. Nadie se estremece. ¿Es que aquí a nadie le duele nada? ¿Qué es lo que tenemos en las venas? ¿Chicha de maíz?

Las estadísticas más confiables señalan que casi cuatro millones de colombianos se acuestan cada noche sin haber comido. De ellos, la mitad son niños. Pero la plata del Bienestar Familiar no alcanza para llenar el barril sin fondo de tanto contratista ladrón. Y en Cartagena dejan pudrir 12.000 mercados.

Sigamos en esas, sigamos; sigamos felices, como Nerón, tocando el arpa mientras Roma arde.

Epílogo para una infamia

Y faltan más horrores. Ya dije que el suministro de los mercados perdidos se contrató hace cuatro años por 4.000 millones de pesos. Como nunca les pagaron, ahora los proveedores exigen 9.000 millones, un incremento del 125 por ciento, a lo que hay que añadirle el precio hasta ahora desconocido de cuatro años de bodegaje, más 44 millones de pesos adicionales que cobraron los encargados de destruir la podredumbre.

No escribo con tinta de computador, sino con sangre, porque Altenberg me enseñó que quien escribe con sangre aprende que la sangre es el espíritu.

A punto de terminar, busco en la cabeza una palabra precisa para referirme a quienes hayan sido los causantes de esta monstruosidad. Todos los epítetos me parecen pobres ante la magnitud de lo ocurrido. Decía Cervantes que "solo hay una palabra, y solo una, para expresar lo que un hombre está sintiendo". Pero ninguna sirve para deshacerme del tarugo que tengo enquistado en el fondo del corazón.

Hasta que la encontré ahí, en las páginas del propio Cervantes. Cuando aquellos truhanes de una hospedería del camino lo molieron a palos, Don Quijote salió del lugar lanzándoles todos los improperios que se merecían: bribones, sinvergüenzas, granujas, perversos, malignos, villanos. No contento con ello, subió a su caballo sarnoso y, antes de volver grupas para marcharse, se asomó por la ventana de la posada, llenó de aire los pulmones, abrió la boca hasta donde pudo y, con toda la fuerza de su alma, les gritó:

-¡Hideputas! 


Juan Gossaín, periodista.

ESPECIAL PARA EL TIEMPO publicado el 27 de diciembre de 2011. Tomado de Eltiempo.com

martes, 6 de diciembre de 2011

Imagine... Lennon y el Che cantando Imagínate



Imagínate
Imagina que no existe el Cielo
es fácil si lo intentas
sin el Infierno debajo nuestro
y sobre nosotros, solo el cielo
Imagina a toda la gente
viviendo el hoy...
Imagina que no hay países
no es difícil de hacerlo,
nadie por quien matar o morir
ni tampoco religión
imagina a toda la gente
viviendo la vida en paz...

Puedes decir que soy un soñador
pero no soy el único
espero que algún día te unas a nosotros
y el mundo vivirá como uno

Imagina que no hay posesiones
quisiera saber si puedes
sin necesidad de gula o hambre
una hermandad de hombres
imagínate a toda la gente
compartiendo el mundo

Puedes decir que soy un soñador
pero no soy el único
espero que algún día te unas a nosotros
y el mundo vivirá como uno solo.
  John Lennon  
Cuando vi la foto en el Muro de FB de la música Manuela Forero (@Koopaland), sentí que  de ser verídica la foto Imagínate era la canción que podrían estar cantando en ese instante de 1966 estos amorosos dementes. No se si la foto es un laborioso montaje, pero si así fuera, me encanta y la acepto. 
Escribe Adriano Coglián en su muro de FB que la historia de la foto es como sigue: "Chicago, 11 de agosto de 1966. John Lennon se refugió en una vieja cabina de grabación de radio para estar solo y relajarse. Recién salía de una conferencia de prensa bajo la presión del escándalo desatado por sus declaraciones en marzo al London Evening Standard (aunque en Estados Unidos se conoció esto a través de la revista Datebook ) donde afirmó que los Beatles ya eran más famosos que Jesucristo. Situación que en Estados Unidos propició el veto de su música en varias estaciones de radio. 
Aquel 11 de agosto, Lennon con guitarra en mano, levantaba su mirada y ante él estaba otra figura de pelo largo y con sueños de libertad.
Guevara no sabía cantar pero tomó una guitarra y cantó, más bien gritó canciones sobre los oprimidos y las causas justas. John lo escuchó sin decir palabra alguna y el Che se fue así como llegó.
Ni John ni Ernesto comentaron nunca nada acerca de ese extraño encuentro.
Hoy se conoce la existencia de aquel miniconcierto secreto, y ya algunos se han aventurado en decir que ese encuentro marcó en definitiva la producción artística de John.
Otros hasta han llegado a escuchar fragmentos de aquellos "cantos" del Che en "Revolución #9", del album blanco de Los Beatles." Ahora escúchela otra vez. 
Hoy se conoce la existencia de aquel miniconcierto secreto, y ya algunos se han aventurado en decir que ese encuentro marcó en definitiva la producción artística de John.
Otros hasta han llegado a escuchar fragmentos de aquellos "cantos" del Che en "Revolución #9", del album blanco de Los Beatles." La traducción la tome de un portal en Internet y, la ajuste un poco. Ahora escúchela otra vez

viernes, 2 de diciembre de 2011

Carta abierta a los organizadores de la marcha 6D y al pueblo colombiano

La carta que leerá a continuación es realmente muy importante. Me la envió el profesor Jorge Villareal () en un twitLonger . Esta dirigida a los organizadores de la marcha 6D. La publico en SomosSentipensantes para facilitar su lectura dada su notoria extensión.

Espero que su autor -a quien no tengo el gusto de conocer- el especialista en conflictos armados y política exterior José María Rodríguez González, no encuentre inconveniente en ello. Es el primer documento público de carácter ciudadano que conozco está dirigido a dos de los actores armados del conflicto armado: el ejército de Colombia y las Farc.
Me he permitido presentarla con algunas imagenes de mi autoría procurando con ello acompañarla y aligerar su lectura dada su extensión. Creo que será la primera vez que lo invitaré a que recomiende a otros su lectura. No podemos seguir en este laberinto incierto movidos por las visceras. Debemos torcerle el camino a nuestra historia como nación de una vez por todas. Gracias.


Carta abierta a los organizadores de la marcha 6D
y al pueblo colombiano
2 de diciembre, 2011

EJÉRCITO DE COLOMBIA Y LAS FARC EN MARCHA 6D
Reflexiones sobre la marcha del 6 de diciembre

Estimados amigos,

Los acontecimientos de la mañana del Sábado 26 de noviembre volvieron los ojos de Colombia nuevamente sobre las FARC. Sería inexacto decir que el crimen de guerra cometido por las FARC ese día era para lograr el protagonismo y la atención máxima de toda la nación y hasta del mundo.

El impacto mediático de las FARC es prácticamente inevitable, así el gobierno hubiera querido mantener silencio sobre una operación militar que estuvo cerca del escenario de los acontecimientos, el magnetismo de las FARC lo hubiera impedido como efectivamente lo hizo otra vez. ¿Por qué cualquier delito que cometa las FARC roba la atención de Colombia?

¿Le daríamos primera plana de los periódicos a todos los crímenes que abruman a los colombianos hasta en ciudades como Medellín, Bogotá y Cali? No. Eso es reservado solamente a los asesinatos más originales, sensacionales o de relación con personalidades de cualquier campo. El anuncio de la criminalidad ordinaria es selectivo. El anuncio de los crímenes de las FARC por pequeños que sean nunca son selectivos, todos cuentan.

A diario hay secuestros que quedan por fuera de las estadísticas y del conocimiento público. Sin contar que no existe la primera banda criminal que guarde a un secuestrado por más de unas contadas semanas, máximo. La idea de la delincuencia común es tener una ganancia rápida por su presa, en eso consiste su negocio criminal.

En mayor cantidad que los secuestros todos los días hay asesinatos en Colombia, Más de cuatro personas son asesinadas a quemarropa por atracadores cada día, sin embargo estamos acostumbrados a que cualquier muerto por la delincuencia común, que se eleva a altos porcentajes diarios en todo el país, no tenga la prensa que la gente se imagina y la mayoría de asesinatos, heridos, secuestrados y demás víctimas del crimen ordinario quedan ignorados. Si contáramos los crímenes que diariamente anuncian la radio, la televisión y la prensa llegaríamos a la conclusión de que el crimen es un problema insignificante de Colombia.

La violencia mayor que vive Colombia es la de la delincuencia común, pero la delincuencia común no mueve a nadie porque nos hemos malacostumbrado a convivir diariamente con ella.
¿Cuánta gente se atropellaría para hacer una marcha contra los criminales que todos los días asesinan, roban, atracan, violan y cometen la variedad más increíble de crímenes contra la ciudadanía? Ni una sola persona. ¿Por qué? Porque estamos acostumbrados a que es normal que el crimen exista y opera diariamente, el crimen se ha vuelto parte de lo que tenemos que afrontar cada día de nuestras vidas. El crimen es parte de la vida colombiana como el pan diario. La delincuencia es tan común en nuestras vidas que por eso debe ser que la llamamos delincuencia común.

Pero, cualquier delito que cometa las FARC acapara la atención nacional por una única y sencilla razón: Las acciones de las FARC son ciento por ciento políticas y ese impacto político es imposible de eludir.

El solo hecho de nombrar las FARC significa nombrar la amenaza de un sistema de poder, eso es político. Significa nombrar un enemigo radical del Estado, eso es político. Significa un poder que amenaza cambiar todo lo que conocemos de la economía y la política de Colombia. Todo esto es político.

Las FARC no son temidas porque maten cuatro u once secuestrados, cuatro o veinticinco uniformados, sino porque cada una de esas muertes impactan, aunque sean tan pocas en comparación a los altos índices de asesinatos diarios de Colombia, porque significan ataques a Colombia. Esto, atacar a Colombia –una acción política-, es lo que diferencia a las FARC de la delincuencia común y de los abrumadores crímenes que reinan en las estadísticas del crimen colombiano.
El crimen ordinario es inofensivo políticamente, no es político, no atenta contra el Estado, no intenta tomar el poder ni quiere dirigir nuestros destinos. Nos roban pero nos dejan nuestra religión y creencias políticas. Se llevan nuestras propiedades y se van. Aunque dejen detrás un muerto o más, ninguno de esos crímenes va a afectar el status quo de todos los colombianos, el del estado ni el del gobierno.

El poder mediático de las FARC es el resultado única y exclusivamente de su carácter político. Su magnetismo nacional no es nada más ni nada menos que la comprobación de su poder político. Cualquier operación y avance de las FARC es interpretado y temido como un avance político contra el Estado y el gobierno colombiano.

Las FARC saben de memoria que sus crímenes no pueden quedar ignorados como si quedan los de la delincuencia común. Las FARC no tiene que cometer muchos crímenes, uno solo de cualquier magnitud es suficiente para mantener una asegurada presencia pública amplia y una ineludible conmoción política nacional. Las FARC disfrutan de la primera plana de la prensa, las primicias de la radio y los especiales de la televisión. Y hasta las calles de las capitales de Colombia también son escenarios para la popularidad de las FARC. En política mala propaganda es buena propaganda.

Al parecer el gobierno, y esa parte de la ciudadanía que vive alerta día y noche de todas las noticias sobre las FARC, piensa ingenuamente que el nuevo crimen cometido hace unos días por las FARC les daría otra oportunidad para aumentar el desprecio y el rechazo hacia ellas.
Sin percatarse que los crímenes de las FARC son políticos, el tratamiento de héroes que recibieron los cuatro uniformados asesinados prueba ante Colombia y el mundo que el país quedó herido políticamente, porque si se tratara de honrar a soldados muertos se habría venido cometiendo injusticias por años contra los más de cuatro mil uniformados muertos solamente durante el doble gobierno anterior de acuerdo a estadísticas militares. Y ninguno de esos miles de uniformados muertos recibió homenaje nacional en la Catedral Primada de Colombia con asistencia del presidente, altos dignatarios de su gobierno y la primera plana de la jerarquía militar y policial de la nación. Y tampoco ninguno recibió la publicidad mediática ni inspiró ninguna marcha. A pesar de que la inmensa mayoría de esos miles de uniformados murieron como verdaderos héroes combatiendo y dejando sus vidas en el campo de batalla. 

Es indudable que el gobierno y los medios volvieron a caer en la trampa que le tendió a Colombia el pasado gobierno alegando que las FARC son criminales y no tienen una pizca de política. Colombia trató estos cuatro asesinatos de las FARC como crímenes ordinarios que no deberían quedar en el olvido, como todos estamos acostumbrados con los crímenes ordinarios, sino que contradictoriamente los elevó al mayor rango político posible.

Colombia mostró el dolor político de cuatro muertes de uniformados contratados para morir por Colombia y no como los millares de ciudadanos civiles que nadie ha contratado para morir y son asesinados salvaje e impunemente todos los días por la delincuencia común a lo largo y ancho de Colombia.

Realmente no hubo ninguna verdadera honra a los cuatro uniformados asesinados, lo que hubo fue una despliegue político en respuesta al alto contenido político del crimen de las FARC. En su afán de magnificar la respuesta política contra las FARC el gobierno como acostumbra, pero sin medir las consecuencias de moral para los uniformados, se inventó que los asesinados eran héroes de la patria. Todo prisionero de guerra queda automáticamente obligado a dar su vida, primero porque es su deber por la patria y para eso le pagan y segundo porque ser prisionero es una suerte que puede cambiar si deciden ejecutarlo para humillar al enemigo.

Realmente los cuatro asesinados no hicieron nada heroico. Tres de ellos simplemente obedecieron voltearse y recibieron sus tiros de gracia, eso no es ningún heroísmo. Y el cuarto se equivocó y en vez de correr en la dirección que creía correcta estaba corriendo en dirección contraria y al ver que por su error lo perseguían corrió como un diablo para esconderse y luego verificar si eran amigos y pedir auxilio a unos soldados. Eso si que menos es heroísmo.

Actos heroicos son actos de supremo valor y ejemplo para cada miembro del ejército y la policía. El último ejemplo dado es que si un soldado se ve perseguido por un militante de las FARC lo heroico es correr como un diablo para esconderse y pedir auxilio. El sentido común nos enseña que ese falso héroe, forzado a ser inventado por el brutal golpe político de las FARC, daña la moral y el sentido del valor del ejército y la policía. Nadie en Colombia parece darse cuenta que lo único heroico posible en el último caso era haber desarmado al militante de las FARC, apresarlo y llevárselo para entregarlo a la justicia y mostrarlo vivo, como victoria del ejército.

El hecho de haberse inventado cuatro héroes en el último minuto demuestra el desequilibrio y la precipitación que el gobierno tuvo para tapar la vergüenza de que nunca fue capaz, ni en catorce años, de hacer algo por la liberación inmediata de cada miembro de sus fuerzas armadas. Cuando cae prisionero un militar o un policía la obligación inmediata y la urgencia de sus instituciones es lograr su liberación por cualquier medio que lo garantice vivo, porque ese prisionero es una doble humillación para la moral y para la institución armada.

Una, porque se dejó coger, estando armado, y dejarse coger es ya humillante y una derrota de por sí, peor si se pertenece a una entidad que ha gastado billones de dólares en entrenamiento y equipo para triunfar y no para caer en manos del enemigo.

Y la otra, porque es la destrucción de la moral de los combatientes de estas instituciones que saben que si las guerrillas los cogen su liberación nunca será la prioridad de sus compañeros, ni de la institución para la que trabajan ni del gobierno que defienden. Eso le mata el valor a cualquier combatiente. Si los uniformados en combate supieran que si caen en manos del enemigo su liberación se convierta en la primera tarea del ejército y la policía y que desde ese momento no descansarán hasta que los liberen de cualquier medio, con vida por supuesto, entonces, el valor de los combatientes se multiplica porque sienten el apoyo real de sus compañeros, del arma a la que pertenecen y del gobierno al que defienden.

Que con toda la cháchara del doble gobierno anterior ese jamás se haya interesado siquiera por saber dónde tenían las FARC a estos uniformados, hoy asesinados, y que jamás haya hecho el mínimo esfuerzo por rescatar o negociar la inmediata liberación de esos uniformados no solo es una vergüenza para esos dos gobiernos que anteceden pero una que dejó de herencia al actual gobierno.

No se debe hacer eco del gran error político del gobierno de inventarse héroes para tapar catorce años de incapacidad y humillación para lograr la inmediata y obligada liberación de sus soldados caídos en manos del enemigo. Lo que hubiera evitado que las FARC dejaran al descubierto la crónica falla militar de rescatar vivos a los suyos.

Todo, los pomposos funerales y las fiestas mediáticas por estos cuatro inventados héroes, que en realidad son cuatro grandes víctimas de catorces años de indolencia, inercia y abandono negligente que con impunidad el mismo gobierno los condenó a su suerte y a que sufrieran todos los riesgos posibles, incluida su muerte, solo enaltecen a las FARC.

En estas circunstancias es un cinismo corruptor que el gobierna pretenda liderar la marcha del 6 de diciembre con su apoyo. El invento de cuatro héroes para enmascarar la incapacidad del gobierno durante 14 años para liberar cuatro personas que cayeron en manos del enemigo es suficiente. Enmascararse también con la marcha es el colmo del cinismo.

El oculto chichón de la marcha del 4 de febrero 2008 fue el apoyo efectivo desde el gobierno nacional y todas sus representaciones diplomáticas en el mundo. No fue una marcha organizada única y exclusivamente por el pueblo colombiano como la de MANE que tumbó la Ley 30.

Hay que aprender de la experiencia de los resultados.

Pero si el apoyo del gobierno ilegitima la marcha, también la ilegitima una marcha contra las FARC porque es un reconocimiento más del poder político de las FARC y de cómo ese poder hirió a Colombia para mostrarle la herida, cuando lo que hay que hacer es curarla.

Una marcha de esa clase solo podría ser para mostrar cuanto se odia a una organización beligerante subversiva y guerrillera, que aunque la llamen “terrorista narcotraficante’ eso no le quita un pelo a su amenaza ni al poder político efectivo que la misma marcha corroboraría. El único beneficio de una marcha de tal naturaleza sería la superficial catarsis de los fanáticos que la apoyan, pero no produciría absolutamente ningún resultado respecto a las FARC, porque las FARC no poseen ningún poder sobre los colombianos como si lo tiene el gobierno, por lo que si los marchantes duraran meses y años expresando su odio, las FARC continuarán igual puesto que sus operaciones y función no están basadas en la opinión pública, sino en el real ataque y debilitamiento político y militar de las estructuras del estado.

Una marcha para echar a un dictador como Hosni Mubarak tiene sentido porque muestra la erosión de su poder y que su propia gente no lo apoya. No hay otra salida honrosa que renunciar. Las FARC no tienen poder en el Estado. Están fuera del Estado. Una marcha no está erosionando ningún poder de las FARC.

Una marcha contra la Ley 30 tiene sentido porque quien participa en ella sabe que mientras estén marchando están creando una presión que demuestra lo impopular de una política y en consecuencia amenaza la popularidad misma del gobierno.

Las deserciones se producen por diferentes motivos, la marcha es mínima para ellas, pero una cosa es segura: que no son los militantes más leales ni en los que una organización debiera confiar. Por lo que al final, que las FARC se libren de militantes que pueden fácilmente ser sus traidores no es como una pérdida que van a lamentar.

Las FARC no recibirían ninguna presión. Tomar el poder por la vida armada no requiere gozar de ninguna popularidad. El interés de las FARC es la desestabilización y el colapso del estado y no realmente ganar un reinado de simpatía.

Al final es una marcha descalabrada, como un grito en el vacío, como de ingenuos que gritando solos creen que están diciéndole algo a una pared. Es la humillación de hablar sin que las FARC tengan interés en oírlos.

Una marcha de esos parámetros justifica la lucha de las FARC, les da la razón de que lo que están haciendo, sea lo que sea, tiene un indiscutible impacto profundo que puede explotar si hay la gente que las hace presente a gritos, aunque sea negativamente. Las FARC quedan definitivamente seguras de que no son ignoradas y que con una acertada política pueden voltear esa popularidad a su favor.

Cuando una marcha pretende enfrentarse a las FARC hay una ampliación de su influencia política. Si las FARC solo influenciaran a 20 personas ¿valdría la pena hacer una demostración de miles por esa pequeña influencia de las FARC? Sería contraproducente.

Una marcha solo contra las FARC reafirmaría y garantizaría la presencia de las FARC en la actual historia de Colombia, y aunque eso sea cierto ¿hay necesidad de gritarlo? Una marcha de esas características pone la situación semejante a la de la ex novia que no pierde ninguna oportunidad y hasta busca al ex novio para gritarle “te odio”. Si de verdad alguien nos enerva lo normal es no querer ver esa persona ni que nos la nombren. Pero el fanatismo de muchos colombianos los lleva a ridiculeces y cosas tan absurdas como odiar a las FARC y pedir que el nombre de las FARC aparezca en toda su propaganda hasta el extremo de llevar la palabra FARC en su pechos para que todo el mundo la vea, haciéndola memorable.

Este tipo de sinsentido no debe permitirse en la marcha.

El expresidente Uribe y las FARC se pelean constantemente por protagonismo nacional ¿De qué le sirve a la nación caer en ese juego? ¿Por qué no aislar esas ambiciones políticas y mejor enfrentar la violencia en Colombia, que venga de donde venga el resultado es el mismo: colombianos muertos?

Las marchas son manifestaciones políticas porque son el poder de las masas que se enfrentan a algo o por algo.

La marcha fue creada y originada en la lucha contra la violencia en Colombia, inspirada en el asesinato de los cuatro uniformados, pero no quedándose en eso, que solo es uno de los innumerables y diferentes actos de violencia que a diario suceden en Colombia. Si la marcha logra que Colombia tenga conciencia de lo negativo y contraproducente que es el odio, causa de la violencia, su servicio será un paso histórico hacia la civilidad y el avance de los colombianos hacia vivir todos en una sociedad en paz.

Para que tenga verdadero éxito, la marcha del 6 de diciembre próximo debe ser auténticamente del pueblo colombiano y debe ser contra toda forma de violencia armada en Colombia. Debe ser por erradicar el odio, que es el que genera la violencia, y por cambiar la historia de Colombia con una paz sólida que ojalá comenzara con la libertad de prisioneros envueltos en el conflicto armado.

El odio es un aliciente de la guerra no una manera de terminarla

Cordialmente,

José María Rodríguez González
Especialista en conflictos armados
y política exterior

jueves, 1 de diciembre de 2011

Ministro: ¿Usted usa condón?

Alexandra Uribe
En Memoria de Ale 

Tres hechos claros marcaron en los años 90 el camino de la información, la comunicación y  la sensibilización pública sobre el HIV/SIDA en Colombia.

El primero de estos, la exhibición en televisión de un pene de latex de forma natural, y con este, la instrucción clara y explícita de cómo se pone un condón. El escándalo en su momento (1991), fue mayúsculo y alcanzó, inclusive, a la  amenaza de cierre del programa. Semejante hazaña de información pública fue posible mediante la complicidad profesional de mi amiga y colega Ale, Alexandra Uribe, quien por ese entonces dirigía un relevante programa de opinión en televisión: Enfoque, y en el que se abordaban los más diversos temas. Para esta labor ilustrativa Ale invitó al sociólogo y pionero de las labores de información, prevención del VIH y acompañamiento a las personas con Sida, Manuel Velandia Mora. También, dicho sea de paso, creo que Velandia fue el primer hombre que le puso la cara a la sociedad para decir y o  s o y  m a r i c a. Fue el “destape” de lo gay en el país.

El segundo episodio  ocurrió cuando, también el programa de opinión Controversia con Yamid Amat, el mismo sociólogo, quien fuera después asesor del Consejo Nacional de SIDA (instancia que dependía directamente del Ministro de Salud), el 25 de noviembre de 1991 le pregunta en vivo y en directo y en horario AAA al entonces jefe de la cartera de salud Camilo Gonzalez Posso: “Ministro: ¿Usted usa condón?”.

Mismo Ministro que pocos días después, y en el marco del Día Mundial de Lucha contra el SIDA que se celebraría el 1 de diciembre, lanzara la Campaña de TV “El hombre desnudo” un comercial en el que aparecía un jóven y bello hombre tal cual, desnudo, pero con un condón, aún empaquetado, en una de sus manos cubriendo su pene. El mensaje decía: "recuerda que la única prenda de vestir que no te puedes quitar es el condón”. ¡Y ardió Troya!

El entonces Monseñor Darío Castrillón y toda la godarria del país (la misma de hoy), se rasgaron las vestiduras, armaron un escándalo de tal magnitud, que consiguieron presionar a la Comisión Nacional de TV. y  el comercial, cuya pauta estaba prevista para un horario AAA, terminó en el horario de los vampiros. Después, mucho después, las herramientas para continuar las proporcionaría la nueva Constitución.

Sin embargo, la gigantesca repercusión del suceso también traía consigo estimables frutos. La censura puso el tema del VIH/SIDA al descubierto y comenzó a penetrar con fuerza y decisión en todos los ámbitos de la vida del país, incluso, con citación del Ministro Camilo González Posso a control político por tamaña desfachatez de promover la única protección posible contra la enfermedad. "La doble moral no es el remedio".

Ese mismo año se celebraba en el país las primeras jornadas nacionales contra el Sida, y un Foro que, también por primera vez plateaba una mirada interdisciplinaria del asunto y no meramente de salud pública. El desafío era gigante. Así que los Ministros de Educación, Justicia, Trabajo y hasta de Defensa (Rafael Pardo) y los consejeros de DDHH y la otrora  Juventud, Mujer y Familia, acometieron discursos y compromisos frente a un flagelo que crecía silencioso en nuestra sociedad.

Quizás este fue el génesis de una lenta ruptura de lo que se hablaba pero a escondidas y de la indiferencia colombiana sobre una enfermedad que, como ya se sabía en ese momento, hace 20 años, no era un problema de maricas y putas, sino que ya registraba entre sus víctimas a portadores niños y niñas prenatales, amas de casa  e incluso adultos mayores, afectando por igual a heterosexuales, bisexuales y homosexuales.

Este destape supuso empezar a enfrentar una situación que no solo era de salud pública, sino cultural y que crecía. Todo exigía atención inmediata: las personas infectadas (no contagiadas, el VIH no se contagia se trasmite) que ya estaban viviendo con Sida, víctimas de discriminación, exclusión y segregación en el cuidado y la atención. Había que importar -como hasta ahora-, los retrovirales existentes en el mercado, así como orientar a los miles de portadores asintomáticos. En últimas, era vital abordar de fondo la prevención en general, pues la proyección era que habían algo más 25 mil personas asintomáticas portadoras del VIH a principios de los 90. Esto significaba, ni más ni menos, que hablar de frente, en directo y de manera clara del adminículo llamado condón y de cuerpo como territorio sagrado para el placer pero con protección.

Las campañas que hasta ese momento se habían promovido eran mentecatas y, las más de las veces. confundían más que aclarar a la gente. “Los primeros mensajes que se pasaron por T.V. fueron inocuos y hasta ridículos: unos corazoncitos que se besan y que los televidentes bien podrían confundir con una propaganda comercial del día del amor y la amistad; unas piernas de jóvenes de ambos sexos, bailando, mientras se escucha una voz que de una manera superficial menciona el Sida, mensaje que bien podría confundirse con un anuncio de medias, zapatos o de pantalones de una nueva marca”, decía una noticia de ese entonces.

Así que el Hombre Desnudo hizo historia aquí y acullá. En Colombia, el Ministro Gonzalez fue citado a control político por los Representantes de la Cámara. Memorable debate porque, como dice el dicho, al que le van a dar le guardan, y todos los Congresistas, además de recibir una completa carpeta informativa sobre la epidemiología de la enfermedad, historia, casos, proyección, etc., recibieron para su espanto un condón. Aún recuerdo algunos rostros de asombro. Cogían el condón como si estuvieran tomando un papel untado de caca. ¡La doble moral! decían. Pienso más bien que eran tarados o idiotas.

Y allá, el comercial del Hombre Desnudo, criticado y calificado como grotesco en Colombia y alrededor del cual se desató una aguda polémica, fue presentado en el 34 festival de cine y televisión de Nueva York y fue catalogado, un mes después, como uno de los diez mejores mensajes del mundo para televisión en la categoría de servicio público.

El uso adecuado del condón iba ganado cada día mayor espacio y protagonismo en la vida sexual de los colombianos, muy a pesar – ¿o más allá?- de la santa iglesia católica, apostólica y romana, del país Laico, y de la mismísima godarria nacional.    

Luego de un apasionante proceso de información y sensibilización durante más de siete meses mediante charlas familiares y talleres cerrados personalizados realizados por Manuel Velandia Mora, la OGN Apoyémonos, inforamción en ETS* y Sida, se dpropuso acercar a la gente al uso del condón. Políticos, actrices, actores, periodistas, escritores, artistas, enfermeras, médicos… pasaron por este ejercicio. Jaime Garzón, Fanny Mickey, el periodista y notable escritor Rafael Baena… cientos de personas se informaron, formaron y divirtieron descubriendo los miles de usos de un condón, además de su obvio objetivo. 

El 1 de diciembre de 1992,  en el mismo formato de su Revista cultural Magazín, El Espectador se une a la campaña "Sensibilización de Opinión Pública"  que desarrolla la ONG, y circula inserto, en el mismo diario, Apoyémonos Información en Sida, una revista de 23 páginas y 200.000 copias con la que se pretendió presentar, de manera sencilla, el ABC del VIH/Sida desde una perspectiva holística, más humana, más cercana. Uno de los artículos de pagina y media en el que se indicaba como usar un condón, y todas y cada una de las revistas traían pegado un condón Today.

Han pasado 20 años desde esta pretenciosa, pero amorosa, solidaria y divertida gesta informativa en la que también participo activamente Ale, y que comprendió muchas más acciones entre el 1, Día Mundial de Lucha conra el HIV/Sida y el 10 de diciembre, Día mundial de los Derechos Humanos. Desde entonces no hevuelto a ver algo parecido. Seguramente los programas formativos en derechos humanos y los de educación sexual sean hoy el pan nuestro de cada día en el cuidado y protección de los jóvenes y jovencitas del país.
Como entonces, para mi hablar de Sida es hablar de Vida. Estamos vivos, el cielo puede esperar. 
*ETS Enfermedades de Transmisión Sexual