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A veces las cosas se destruyen para hacerse más visibles
Carolina Sanín
Tomado de su Facebook – Abril 15
de 2019
"Lo que hoy ha ardido y en parte ha colapsado
en París no es simplemente un "templo católico". Es uno de los
testimonios vivos de que hubo un tiempo —la baja Edad Media— en que el
conocimiento, el arte, el trabajo (individual y colectivo) y la educación se
concibieron de una manera más integral y acaso menos ingenua que hoy. Las catedrales góticas respondían al deseo de
hacer un libro vivo universal que mostrara que el universo es habitable y
cognoscible (aún hoy es ese el fundamento de todo afán científico y también de
toda presunción política, en últimas). Las catedrales góticas eran —son—
edificios legibles que vinculaban la breve y frágil vida del hombre con el
largo pero finito tiempo del mundo (con la historia y las generaciones) y con
la eternidad de Dios. En la construcción de una catedral gótica se
involucraban todas las disciplinas del saber y del quehacer. La construcción no
culminaba en una generación, ni en dos: quienes terminaban de hacer la catedral
(si es que una catedral se termina de hacer) eran hombres a quienes los
iniciadores no habían conocido ni concebido. Con ello, la catedral era
construida por la ciudad entera: por su pasado, su presente y su futuro. Los
vitrales, las esculturas, la pintura, la arquitectura buscaban transmitir la
historia de la humanidad, o lo que se conocía de ella, y a la vez formular las
preguntas correctas para llegar a entender cómo estaba estructurada la
realidad. Un público —que en la época era iletrado en
su mayoría— podía adquirir conocimientos (algunos explícitos, otros más
sutiles, herméticos, espirituales) observando la catedral, viviéndola y
compartiéndola. La catedral tenía una aspiración universal, que quizás no haya
tenido ninguna otra empresa educativa hasta hoy (tal vez internet sea su
correlato más exacto). Hoy el incendio de Nuestra Señora de París,
un lugar donde he pasado horas deseando entender y a veces recibiendo la
promesa de que un día entenderé algo, me ha recordado que todo es perecedero.
Que más que los empeños del hombre y que todos sus amores puede el fuego del
sol. Días después de que viéramos la foto del agujero negro, también leo este
incendio como una invitación a volver los ojos hacia el saber de las catedrales
(a veces las cosas se destruyen para hacerse más visibles): a recordar que los
arquitectos y masones góticos ( y los autores de los enormes libros de cuentos
ensartados, que eran catedrales escritas) se acercaron también (no menos que
nuestra ciencia empírica —que entre otras cosas es un desarrollo de la alquimia
y los cálculos de los medievales—) a ver más allá; a imaginar más y más lejos. Las torres y la aguja de Notre Dame, y todos sus altorrelieves, sus esculturas
y sus vitrales claman una sola cosa: el ser humano puede conocer y elevarse.
Hoy la humareda, que se eleva más alto que la aguja, afirma lo mismo. Todo en
el mundo es finito, y todo se levanta".
Texto reproducido con autorización de su autora.