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jueves, 22 de noviembre de 2007

Ser colombiano es un acto de fe

Para empezar, ustedes y yo tenemos la suerte de estar vivos. En un país donde morirse de viejos es un privilegio, otro milagro para compartir hoy aquí es haber sobrevivido. Basta con mirar despacio la historia de Colombia para darnos cuenta de que este estigma viene desde los tiempos arrasadores de La Conquista. Desde entonces los que sobrevivimos aprendemos a estar en el hilo de la muerte. Porque como reza el dicho popular, para morirnos sólo necesitamos estar vivos y, podríamos agregar, que para morir más fácil, sólo necesitamos nacer en Colombia. 

Triste pero dolorosamente real. Hace años, un eminente intelectual de nuestro país dijo que el colombiano es: biológicamente débil, fácilmente fatigable, más emprendedor que resistente, más alborotado que interesado en el conocimiento, más intuitivo y fantástico que inteligente, salta de una vez a las cumbres, más emotivo que pasional, más vanidoso que generoso, inconstante, imprudente, improvisador e iluso, adicto al licor.

Estigmatizados como brutos y atrasados. Y Borges manifestó que ser colombiano es un acto de fe. Y otros han dicho que somos biológicamente crueles y violentos. Que provenimos de razas indígenas beligerantes y asesinas, que estamos preparados para matar. Yo no lo creo porque si somos todo eso es porque tenemos en nosotros una cultura heredada de quienes han formado y manejado el país. La religión nos sembró el temor con la cruz y la espada mientras el español nos espoleó con sus armas de fuego. Los pijaos, indígenas del Tolima, por ejemplo, al mando del cacique Calarcá, prefirieron exterminarse antes que entregarse al invasor. 

Así muchas historias que a veces se convierten en leyendas. Los letrados o alfabetos encabezaron las guerras de independencia y en las guerras civiles, los señores feudales formaban sus propios ejércitos con peones y jornaleros de sus haciendas para tomarse el poder local o nacional. En medio de las contiendas, los colombianos del siglo XIX se formaban en las filas del patrón y afilaban el machete para defender lo que no les pertenecía. Porque los colonizadores tumbaron monte con sus hacheros para dar progreso al país apropiándose de las tierras mientras la iglesia hacía lo mismo con los ejidos y los que después llamarían bienes de manos muertas. 

Así se forma la clase que luego propiciará las guerras y formará a sus peones soldados, peones combatientes en el odio esgrimiendo la militancia en partidos políticos que los libertadores incentivaron pero que después los propietarios normatizaron y establecieron para organizar mejor el poder desde la fachada de la democracia. Y todavía se oyen historias, muchos de nosotros alcanzamos a vivirlas, donde más de 300.000 colombianos se dieron machete y plomo en la violencia de los años 50. Y crece la audiencia de los dolientes medio siglo después cuando se moderniza la técnica de la muerte en los países desarrollados y nuestros gobernantes se equipan para ejercer con mayor propiedad y menos riesgo de ser derrotados. Y el indefenso hombre ve cómo la muerte campea y la memoria se borra porque morir es tan común como vivir. 

La cultura de la guerra como la del dinero fácil nos ha hecho como somos. Y el juicio de la historia que tantas sociedades más civilizados le hacen a los asesinos instructores de la muerte, en Colombia no llega. Me duele saber que personajes de la historia más reciente del país, tienen voz y voto y veto cuando en sus pesadillas los centenares de muertos evitables pasan por sus noches negras mientras en los días se pasean por los salones de la cultura hablando de humanismo y poesía. Irrespeto no sólo con la memoria histórica sino con la vida y con los dolientes, que somos todos los que aún nos queda por lo menos vergüenza. Ojalá llegue un día en el que nuevas generaciones de colombianos, sin venganzas ni rencores (como los tenemos ahora) propicien el juicio de responsabilidades a esos hacedores de la violencia. No para condenarlos a prisión sino al olvido, al silencio y al desprecio. Por eso, hablar de la vida nos saca de muy adentro las ganas de dar ese grito que seguramente nos lo ahogarán con los métodos que persuasiva o directamente ejercen los que hacen parte del ejercicio de la muerte. 

El hombre podrá ser derrotado pero jamás vencido en su esencia. Hay algo que alimenta la esperanza, que aviva el sentimiento de saber que estando vivos podemos disfrutar lo poco que nos dejan. Es el arte y el humanismo, las utopías que nos quedan. Los sueños que no pueden borrarnos como los otros que tuvieron nuestros padres y abuelos. Sabemos que la educación y el trabajo, la dignidad y el respeto están perdidos por ahora, pero hay un refugio, que representa la vida, la paz, la convivencia. Creo en eso para los que vendrán y creo que la mejor forma de ganarnos la hilacha de vida que nos permiten, es contando a los otros sobrevivientes lo que nos avergüenza y no queremos que se repita. Y por qué no creer en el amor? Y por qué no en la inutilidad del arte para combatir la muerte pero sí para soportar la vida? Los educadores, los artistas tenemos la obligación de aprender a sobrevivir con el arte y el humanismo. 

Con el arte de la naturaleza (que también nos arrebatan), no sólo con el arte que compramos sino con el arte que hacemos y que vemos a diario si aprendemos a mirar. No creo en la guerra y sí en que la muerte es una mentira cuando hemos vivido bien. Y vivir bien es compartir ese trozo de existencia con ese relativo amor que no nos han enseñado pero que nos lo apropiamos como el aire, todavía. Necesito la vida, y la de ustedes para poder llorar no de dolor sino de alegría abrazando a los que amamos y creyendo que a pesar de los 500 años o más de dolor, el hombre (y debemos contarnos) es el ave fénix desde el pequeño mundo de cada uno que podrá. más allá del tiempo, formar el vuelo de la libertad.
Jorge Eliecer Pardo, escritor colombiano.
El texto se publicó el 26 de febrero de 2005, bajo el titulo Apuntes sobre la Vida en el diario virtual para hombres y mujeres de palabra, Cronopios, que dirige el periodista y también escritor colombiano Ignacio Ramirez.
Fotos by Búnker. Escultura Los Burgueses de Calaìs 1889, de Auguste Rodin. 
La misma se encuentra en el Museo Rodin, París Distrito 7.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Lección de ética de un hombre de palabra

 
La guerra es la degradación del hombre al mismo nivel que la bestia. Cada guerra es una derrota para todos. No hay ningún vencedor. He visto muchas guerras, pero recuerdo especialmente cómo acabó la II Guerra Mundial. Hubo unos días de euforia, pero luego fue saliendo a la luz la enorme infelicidad que la acompañaba: los mutilados, los niños huérfanos, las ciudades heridas y arrasadas, la gente irremediablemente enloquecida: La guerra no termina el día en el que se firma el armisticio. El dolor persiste mucho tiempo.


Existe un cuento del escritor polaco Jerzy Andrzejeswki que se titula El verdadero final de la gran guerra. El verdadero final de la guerra se produce muchos, muchos años después de la declaración oficial. En el fondo, la guerra no acaba nunca. La guerra es consecuencia de la interrupción de las comunicaciones entre los hombres. No hay que olvidar nunca que la capacidad de comunicarse es la esencia de la humanidad. A veces, en momentos como éstos, uno siente la necesidad de salirse de la corriente del río y sentarse en la orilla a observar las cosas desde fuera. Los acontecimientos se suceden, veloces y caóticos, y engendran remolinos contradictorios e incomprensibles. Es preciso aprender a mirar bajo la superficie, donde todo va más despacio y es posible intentar captar la naturaleza profunda de la historia que estamos viviendo, lo que Fernand Braudel llamaba "la larga duración". 
Yo quería escribir un libro sobre la globalización. En el último año y medio he vuelto a viajar por el mundo para recoger material y hablar con la gente, sobre todo en Latinoamérica. Pero me he dado cuenta de que este mundo cambia tan deprisa, de forma tan radical y violenta, que no puedo escribir ningún libro ni dar ninguna descripción convincente. No hay tiempo para hacer alguna reflexión profunda desde fuera. Y, sin embargo, estoy convencido de que lo que hace falta es precisamente intentar hacer una reflexión serena sobre el mundo. Ahora bien, para hacerla, es preciso distanciarse de los acontecimientos, encontrar una perspectiva más amplia y elaborada. Eso es lo que estoy haciendo ahora. Y para ello me he puesto a seguir los pasos de Herodoto: el maestro de todos nosotros, el primer reportero, un fenómeno único en la literatura mundial.
Herodoto fue el primero que entendió que, para comprender y describir el mundo, hace falta recoger gran cantidad de material y, para ello, uno tiene que salir de su tierra, viajar, conocer a personas que nos relaten sus historias. Nuestra escritura es el resultado de lo que hemos visto y de lo que nos ha contado la gente. Los reporteros somos el resultado de una escritura colectiva. El material de nuestros textos lo constituyen los relatos de cientos de personas con las que hemos hablado.
Herodoto no describía el mundo como hacían los filósofos presocráticos, partiendo de su propio pensamiento, sino que contaba lo que había visto y oído en sus viajes. Su filosofía consistía en que hay que moverse y descubrir ideas nuevas. Estaba convencido de que las culturas se mezclan y que, incluso cuando hay un conflicto, no tiene por qué ser un aniquilamiento. Herodoto polemiza con sus compatriotas, demuestra y prueba, por ejemplo, que los griegos, sin la cultura egipcia, no serían nada. Ninguna civilización existe de forma aislada: hay una interacción constante. Es un cronista y, al mismo tiempo, un patriota griego. Pero nunca emite una palabra de odio. Nunca usa términos como enemigo o aniquilamiento. 
El lenguaje del odio no tiene lugar en sus escritos. Escoge palabras dramáticas, que sirven para mostrar la desgracia humana dentro del conflicto. Lo que más le importa es destacar las razones de las dos partes. No juzga, da a los lectores las facultades y los materiales necesarios para formarse su propia opinión. Muchas veces, más que de cronista, tiene actitud de estudioso: después de narrar, se hace preguntas. Todo se basa en un interrogante dramático: ¿por qué se hace la guerra? Oí hablar por primera vez de Herodoto cuando estudiaba historia en la Universidad de Varsovia, pero estábamos en el periodo estalinista y sus libros, aunque estaban traducidos, permanecían guardados en las cajas de la editorial. Porque su obra es una gran apología de la democracia, una acusación contra sátrapas y tiranos. Muestra que la guerra era el conflicto entre la democracia y la dictadura, y que la primera venció porque los hombres libres están dispuestos a dar la vida por conservar su libertad. En aquella época, en Polonia, publicar un libro que exaltaba la democracia y la libertad, y que condenaba las dictaduras orientales, era imposible. Hubo que esperar a 1954, tras la muerte de Stalin y en un clima de tímida liberalización, para que se publicaran las Historias.
En 1956, recién terminados los estudios, tuve posibilidad de partir al extranjero por primera vez, a India, Pakistán y Afganistán, enviado por el periódico de las juventudes comunistas, El Estandarte de los Jóvenes. La directora me regaló para el viaje un ejemplar de las Historias de Herodoto. Con aquel libro inicié mi viaje en el periodismo, empezando por una escala de dos días en Roma. Italia fue el primer país que veía fuera del bloque soviético. Desde arriba, me acuerdo, vi una ciudad toda iluminada. Me hizo una tremenda impresión que aún hoy me dura. Y aquel libro me ha acompañado en todos mis viajes. Incluso ahora lo llevo siempre conmigo, como fuente de inspiración, reflexión y placer. Un modelo de objetividad e información completa para nuestro oficio de "investigadores del mundo".
Para muchos, este trabajo no es más que una forma de ganar dinero, pero también hay muchos jóvenes que se preguntan sobre lo que hacen y buscan maestros y ejemplos (lo veo constantemente en los contactos que mantengo en la universidad, durante conferencias y presentaciones de mis libros). El libro sobre Herodoto será para ellos: lo veis, diré, hace 25 siglos, vivió un hombre que comprendió que el periodismo es un oficio que debe practicarse con escrúpulos, honradez y respeto, y que combate contra el partidismo y el chauvinismo. Herodoto quiso presentar el mundo como un lugar habitado por personas que pueden y deben vivir juntas y en paz.
Mi trabajo es una misión y debe estar sujeto a unos valores; debe ayudar a mantener el equilibrio del mundo, un orden no sólo político, sino ético. La guerra de Irak tiene muchas facetas. Una de ellas, por ejemplo, es la guerra televisiva entre Al Yazira y CNN, una gran guerra de manipulación. Un conflicto de propaganda a través de los medios. Cada uno intenta mostrar la guerra que le conviene para sus fines (tanto nacionales como internacionales). No es ninguna cosa nueva. Hace unos años, un amigo mío, el gran periodista Philip Knightley, escribió un libro que todos deberían hoy releer: The first casualty (La primera víctima). En él, Knightley muestra que las informaciones sobre las guerras, desde la de Crimea hasta la de Vietnam, siempre se han manipulado. Los reporteros contaban los hechos de forma bastante objetiva, pero, cuando las noticias llegaban a las sedes de los periódicos, en Londres o París, se distorsionaban completamente, por razones políticas o de conveniencia. De forma que los datos que figuraban en el papel impreso no tenían ninguna relación con la realidad. Si en una página se colocara la información que contaban los diarios y, en la de al lado, los hechos que de verdad habían ocurrido, se descubrirían dos historias opuestas.
La primera víctima de cualquier guerra es la verdad. Y sigue siéndolo hoy. He estudiado los comunicados de prensa de la guerra de 1972 entre Israel y Egipto. De creer lo que decían, las dos fuerzas en combate habían destruido recíprocamente tres veces los medios reales del enemigo. En cuanto comienza un conflicto, lo que interesa no son las noticias, sino sus efectos psicológicos. Así se entiende mejor, por ejemplo, la continua destrucción de la verdad llevada a cabo en Rusia, desde la Revolución bolchevique hasta la caída de la URSS, e incluso después. Rusia es un país que siempre se ha sentido en guerra, rodeado de enemigos. Por consiguiente, no podía haber más que una manipulación constante de los hechos: nada de objetividad, sólo propaganda. Hoy, la máquina que selecciona las noticias y las manipula tiene que ser mucho más potente, porque todo ocurre bajo la mirada de las cámaras de televisión. Todo el mundo puede sentirse implicado emocionalmente desde su casa.
Hay que tener presente que en mí han convivido dos oficios: el periodista de agencia de prensa (la agencia polaca Pap) y el historiador-escritor. Ser corresponsal, un trabajo agotador, era mi única forma de tener dinero para viajar. Ahora bien, como periodista, tenía que estar sujeto a los criterios de brevedad y ahorro. No podía ofrecer un cuadro completo de la situación, en mis artículos no había sitio para las sensaciones, el trasfondo de las cosas, las reflexiones, los paralelismos históricos. Trabajaba en los países del llamado Tercer Mundo y redactaba informaciones muy "pobres". Reducía todo a los hechos desnudos. Pero así impedía que mis lectores obtuvieran un sentido de las proporciones. Fuera de su alcance quedaba un mundo inmenso. Por eso empecé a escribir libros. Volvía de los viajes con un material riquísimo que me permitía, en mi casa de Varsovia, explicar con calma el mundo de aquellos hechos que antes sólo había contado telegráficamente.Nunca he escrito mis libros sobre el terreno ni al instante; algunos, muchos años después. Sólo así podía entrar, como Herodoto, hasta el fondo de las cosas. Lograba superar el carácter telegráfico de los despachos de agencia empleando un lenguaje distinto. Mis viajes de trabajo se convirtieron en la forma de recargar las baterías del historiador-escritor. Cuando tenía un día libre, tomaba apuntes o cogía la cámara de fotos para fijar (como se ve en mi álbum Desde África) rostros, colores y todas las cosas que, por desgracia, no es posible describir con números y datos. Siempre he intentado unir el lenguaje rápido de la información con la lengua reflexiva del cronista medieval. Mis libros y mis fotos tienen sabor de autenticidad porque estuve verdaderamente en esos lugares, viví esas situaciones, a veces incluso con riesgo para mi vida. 
Por Ryszard Kapuscinsky
Reportero de guerra, escritor y poeta polaco. Murio el 23 de enero de 2007 a los 74 años de edad en Varsovia, Polonia.
Titulo original del texto: Con Heródoto en la Guerra.
Foto by AFP

La felicidad se halla en mi cola


Fabula de la felicidad

Un gato negro encontró a un gato blanco.
El gato negro miraba cómo el gato blanco corría en rondas intentando atrapar su
propia cola. Luego de unos minutos, mareado de mirar a su compañero, el gato
negro le preguntó al blanco qué es lo que hacia.
El gato blanco, haciendo una pequeña pausa, explicó:
"he descubierto que la
felicidad se halla en mi cola, y por eso la persigo sin cesar".
Qué casualidad -dijo el gato negro- también yo descubrí que la felicidad se halla en
mi cola, por eso voy haciendo tan solo lo que necesito hacer, y ella viene detrás de
mi todo el tiempo...

Desconozco el autor de la fabula, asi que si alguien lo sabe le agradezco el dato.
Foto by Búnker, Boris o Borichenko, el gato que llegó al cuidado de mi sobrino Diego Díaz y ahora es de toda la familia. Yo solamente le hago fotos. 2007.

¿Es posible perdonar?


Nuestra obligación primera con las víctimas es ayudarles a cruzar el dolor, soltar la rabia y restaurar su dignidad.
El otro día, una mujer que había perdido a varios de sus hijos en dos masacres paramilitares recibió la llamada más inesperada de todas: el comandante del frente que perpetró las masacres le ofrecía proporcionarle la ubicación exacta de las fosas comunes en las que podría hallar los restos de sus hijos a cambio de que ella se comprometiera a no denunciarlo y asistiera a una ceremonia de "perdón" en la que se firmaría una suerte de "pacto de Reconciliación".
El caso es aberrante, pero no es extraño ni exclusivo de Colombia. Tampoco es parte de una gran conspiración del Gobierno, ni siquiera una práctica formal del grupo armado. Se trata, simplemente, de un subproducto de la impunidad. El combatiente, más allá de la justicia, necesita asumir su responsabilidad sobre los crímenes que ha cometido para poder continuar con su vida, pero no quiere ir a la cárcel. La mujer no quiere dinero ni asistencia, sino salirse de una vez del permanente infierno de la incertidumbre en la que viven las familias de los desaparecidos. Ella también quiere continuar con su vida y deshacerse, al menos un poco, del dolor. Bajo esa lógica, el acuerdo tuvo lugar.
No quiero tocar ni las implicaciones legales, ni las condiciones de inseguridad y desamparo que permiten que este tipo de situaciones sucedan. En cambio, quisiera argumentar que la primera preocupación, tanto del Estado como de las organizaciones de derechos humanos, es hacer de la victimización una situación transitoria, no un estatus permanente y eterno y, mucho menos, una forma de vida que esté por fuera de toda discusión política. Ese debe ser el marco ético en el que tiene que fundamentarse tanto los contenidos de los acuerdos de paz como todos los esfuerzos por hacer justicia. En pocas palabras, nuestra obligación primera para con las víctimas es ayudarles a hacer el tránsito, a cruzar el dolor y a soltar la rabia, a restaurar su dignidad, a construir una nueva vida, y evitar que la impotencia y la humillación les emponzoñen el alma y terminen dirigiendo los destinos de sus vidas. La justicia no solo cumple aquí con el papel tradicional, sino con la función de disuadir, restaurar, rehabilitar y descargar, a quienes más han sufrido, de la tarea de buscar la verdad y esclarecer los hechos.
Pero eso no se logra imponiendo el perdón por decreto solemne y marcial. Tampoco valen los eventos de reconciliación de un día, seguidos por los abandonos de siempre. El perdón es un camino que se recorre a lo largo de toda una vida. Las rabias vienen y van por oleadas, asaltan a destajo y desgarran el alma a mansalva. Las familias afectadas lloran ríos salvajes en los que muchos de sus miembros perecen ahogados, atrapados en memorias oscuras y pantanosas, incapaces de superar la tragedia que las consume. El Estado, responsable como todos, tampoco tendría la capacidad moral ni la fuerza legal para legitimar el crimen imponiendo el perdón, que, por demás, solo ocurre en la dimensión más íntima e individual, aquella en la que el Estado no tiene cabida.
Los esfuerzos deben concentrarse en la reconciliación, que no tiene como prerrequisito el perdón, pero que sí facilita los puentes para la transformación social que sienta las bases de la convivencia y que impulsa, a su vez, las transformaciones individuales. Nuestra obligación es, con paciencia, ayudar a remar en esas aguas agitadas y prestar toda la infraestructura para alimentar a todos estos heridos y ayudarles a sanar lenta pero seguramente. No podemos volver atrás y cambiar el pasado, pero sí podemos facilitar que la vida vuelva a fluir y evitar que los círculos de violencia y odio sigan determinando nuestro futuro.
Natalia Springer, Analista política y escritora colombiana
Texto tomado de El Tiempo, Noviembre 13 de 2006.
Foto by Búnker Serie Resistencia Civil contra el Olvido, tomada el 10 de Octubre, Día Nacional contra el Genocidio de la UP. Plaza de Bolívar, 2007.

La palabra


Estamos de acuerdo; por una vez concedamos que ustedes, los poetas, tienen la razón; que tienen toda la razón: sí,las palabras se gastan, las palabras envenenan todo lo que tocan. Digamos que acertaron, que dieron en el blanco, que cogieron la cosa por donde era; digamos que hay palabras metálicas que si caen desde cierta altura pueden matar a una persona y que hay palabras en forma de ceniza que explotan como pólvora, y que hay otras palabras que son flores que se marchitan en un día - como las de este verso de doble faz, útil para floreros y promesas - y que hay otras que se huelen y se tocan y se miran y palabras detergente y palabras perfume y que también está la palabra silencio. Digamos, en fin, que hay palabras como la palabra caravana o la palabra sombra, sin mencionar la conocida rosa. Pero ya estamos llegando al límite. Las palabras, son palabras, poetas, y yo no puedo hacer nada por ustedes.
Darío Jaramillo, poeta colombiano
Foto by Búnker, Luna Llena de diciembre 3 de 2006

martes, 20 de noviembre de 2007

¿Qué es lo que no resiste el país?

A propósito de la orden de captura contra tres congresistas uribistas por ser parte de estructuras paramilitares y hasta determinadores de algunas de sus masacres, he leído con insistencia la afirmación de que hay que ir con cautela en este tema porque el país no resiste la verdad. ¿Cuál país es el que no resiste la verdad? ¿De dónde viene la resistencia? Exceptuando el país político y la clase dirigente, el resto del país no sólo resiste sino que necesita la verdad para desmontar las estructuras criminales que no sólo intimidan sino que gobiernan. Cuando hace poco más de un año publiqué una investigación sobre la estrategia política del paramilitarismo y sus posibles beneficiarios, del tema se hablaba poco, nada o en voz baja. De la penetración del paramilitarismo en nuestra sociedad no se habla por temor a perder la vida y por temor a las revelaciones que se encuentren. A ver reflejados en semejante podredumbre a los colombianos supuestamente mejor educados que estaban en posiciones de liderazgo social, político y económico y que, como tales, tenían el encargo de proteger nuestra democracia y procurarnos el desarrollo. En cambio, se entregaron a una mafia armada con tal de que protegiera sus intereses y los defendiera de la guerrilla. Hoy, esos líderes están capturados por el chantaje de sus antiguos protegidos y tan aterrados de quedar en la picota pública como de las acciones judiciales en su contra. Eso es lo que no resisten. Los paramilitares son los que han puesto el ritmo y las condiciones del proceso de limpieza judicial, política y económica que negociaron con el presidente Uribe. El Gobierno no presiona el inicio del proceso judicial de los paramilitares ante la Fiscalía porque teme las confesiones de los paramilitares. Porque sabe que buena parte de las mayorías electorales, legislativas y regionales que dan cuenta de su gobernabilidad reposan en la acción política del paramilitarismo. Y no quieren que se les caiga el arreglo de "tu gobernabilidad por mi limpieza y mi silencio por tu prestigio". Ellos son los que no resisten. Lo que el resto del país no aguanta es que millones de colombianos sigan gobernados por un enjambre de alianzas político-paramilitares que protegen a quienes supuestamente deben capturar; se hacen los de la vista gorda con el trafico ilegal de coca, armas y plata; desvían por lo menos el 35 por ciento del presupuesto público para sostener esas alianzas y los privilegios que ostentan, y no a sacar a los colombianos de la pobreza; y usan la representación y el poder que tienen en Bogotá para que todo lo anterior quede impune. Eso es lo que el país no resiste. Lo que el país no aguanta es que los jefes paramilitares de vacaciones en La Ceja puedan escoger a conveniencia cuándo hablar y qué decir. 'Jorge 40', por ejemplo, se retractó de empezar su proceso judicial ante la Fiscalía cuando aparecieron las revelaciones de su computador. ¿Por qué el Presidente permite que unos criminales gocen de privilegios e impunidad legal sin que se sometan a la justicia y cumplan lo pactado? ¿Qué están esperando el Gobierno y los paramilitares? ¿Acaso ver hasta dónde llegan las investigaciones de las Cortes y la Fiscalía para sólo tener que aceptar eso y declararse inocentes de lo demás? ¿Para no tener que contar lo que no resisten? Por Sucre se pudo empezar porque la acción de hombres como el famoso coronel Rafael Colón, de la Armada (a quien este Gobierno sacó de la zona), recuperó la confianza ciudadana en que por fin al menos una parte del Estado estaba dispuesta a dejar la connivencia y enfrentar a los criminales y porque los Morris y García son minicasticas comparadas con otras más poderosas y prestigiosas, por ejemplo, del Magdalena y el César, y ni qué decir de Bogotá, hasta las cuales también hay que llegar. Al fin empezamos. Pero falta mucha resistencia por vencer y mucha verdad por revelar.
Claudia López, analista política.
Columna publicada en El Tiempo, el jueves 16 de noviembre de 2006 (hace un año ya) bajo el titulo completo: LA VERDAD SOBRE EL PARAMILITARISMO ¿Qué es lo que no resiste el país?
Foto by Búnker. Plaza de Bolívar. Mayo 18 Día Nacional contra la Impunidad, 2007.

Detener la propaganda negra

¿No será ya hora de que el Presidente y sus ministros acepten que existe la oposición en Colombia y que dejen a un lado la propaganda negra que cada día incrementan más en contra de la oposición?¿No será ya hora de que este sector de la clase dirigente frene sus instigaciones para vincular a la oposición con la lucha armada?¿No son conscientes de que esta campaña lo único que logrará será que el baño de sangre que nos consume desde hace más de cincuenta años siga su camino y cubra el país con más muerte y más sangre?¿No se dan cuenta de que con sus comentarios están instigando a las fuerzas más oscuras a atacar físicamente a los líderes de esta fuerza de oposición naciente, o no les importa y esto es lo que buscan?
El presidente Uribe y sus ministros, quienes en varias ocasiones han dado muestras de ser personas inteligentes, no pueden llevar al país a prolongar el baño de sangre mediante la eliminación de la oposición legítima. No pueden olvidar o desconocer que más dedos mil personas del movimiento de izquierda Unión Patriótica fueron asesinadas en los años 80, precisamente a partir de las sindicaciones que se les hicieron de ser el brazo desarmado de las Farc. Lo que está en juego es el futuro inmediato del país, de nosotros y de nuestros hijos y nietos, y es totalmente irresponsable por parte de quienes hoy detentan el más alto poder en Colombia tratar defrenar a la oposición con la calumnia, la propaganda negra, el dicterio. Por favor, señores, desatar la violencia es mucho más fácil que lograr contenerla. Si el Presidente y sus ministros de verdad quieren tener un lugar digno en la historia, deberían dedicarlos años que les quedan en el gobierno no a buscar prolongarlos más tratando de acabar con la oposición, sino dándole una forma real al proceso de desmonte del paramilitarismo y lograr de esta forma que se acabe de verdad -y no solo en el papel o en los discursos- este engendro terrible, y así frenar uno de los más graves factores de la actual violencia en Colombia, y de paso dejar sin argumentos a los grupos guerrilleros, que cada día pierden más su norte. Por favor, señor Presidente y señores ministros: detengan esta campaña de propaganda negra antes de que comience a cobrar las primeras víctimas, de las cuales los únicos culpables serían ustedes.
Guillermo González Uribe, Director Revista Número http://www.revistanumero.net/
Texto Tomado de El Tiempo.com Octubre 30 de 2007
Foto by Búnker. Pabellón de Colombia que ondea en el Capitolio Nacional.

El Director de Orquesta


¿Por qué vuelve a las manos ese libro olvidado justo cuando la vida iba a necesitarlo?
¿Por qué siempre encontramos el amor verdadero cuando íbamos buscándolo por caminos de engaño?
¿Por qué resurge, más feroz, el César? ¿Por qué la hija de Aspasia es nuevamente Aspasia?
¿Por qué hay cosas e instantes perdidos en los días que parecen de pronto darle sentido a todo?
¿Por qué florecen de sus ruinas los templos? ¿Por qué vuelve en los sueños la nariz de la Esfinge?
¿Por qué la dicha más fugaz puede borrar rebaños de insomnio?
¿Por qué sólo unas cosas del tiempo se alargan en recuerdos?
¿Por qué vuelve la muerte donde estuvo la muerte?
¿Por qué la última flor del horror es la belleza? ¿Por qué la última flor de la belleza es el horror?
Estas cosas me inquietan.
¿Por qué nuestro destino se parece tanto a nosotros?
¿Por qué el que tiene amor encuentra amor?
¿Por qué el que tiene espanto encuentra espanto?
¿Por qué el sueño nocturno nos redime del día?
¿Por qué siempre esos golpes en la puerta de Macbeth?
¿Por qué el bufón se borra cuando Lear enloquece?
¿Por qué están asustados los espinos? ¿Por qué están tan serenas las garzas?
¿Por qué es el agua dócil y concéntrica?
¿Por qué todos completos después de tantas muertes?
¿Por qué está Troya intacta en la memoria?
¿Por qué odiamos al bárbaro pero somos el bárbaro?
¿Por qué no desespera el caracol de su ritmo?
Estas cosas me inquietan.
¿Por qué tantos encuentros casuales?
¿Y por qué es tan difícil encontrar lo buscado?
¿Por qué después de tantos milenios industriosos vuelven a ser perfectos la hierba, el agua, el aire?
¿Por qué nada se hunde definitivamente? ¿Por qué regresan a la luz los galeones dorados?
¿Por qué este mismo amor que hace tanto había muerto?
¿Por qué lo más precioso se pierde? ¿Por qué lo más precioso se salva?
¿Por qué siempre golpea la sombra donde más doloroso es el golpe?
¿Por qué sigue este puñado de vivientes, pequeño en los tobillos de Babilonia, intimando con ellos, uniendo su grito al dorado rumor de los muertos?
Mortales, ésta es mi respuesta: porque la vida no es camino ni escala, porque la vida no es expiación ni justicia, porque la historia no asciende hacia la plenitud, ni va buscando la verdad ni lo eterno, porque hay una perfección en el abandono y hay una perfección en el esfuerzo, porque la salamandra no es menos importante que Shakespeare, porque la vida es música.
William Ospina, escritor y poeta colombiano
Foto by Búnker. Camino Villa de Leyva, Boyacá. Agosto de 2007.