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martes, 16 de abril de 2019

A veces las cosas se destruyen para hacerse más visibles: Carolina Sanín

Nota del editor. La Catedral Nuestra Señora de París fue consumida por un voraz incendio en la tarde de hoy. El fuego que ardió por casi 14 horas, destruyó casi todo el techo y la aguja central del monumento gótico construido entre 1163 y 1345. El edificio medieval, aparentemente, no fue afectado. La Catedral estaba siendo intervenida por obras de renovación.  
Foto recibida por WathsApp sin autor 

A veces las cosas se destruyen para hacerse más visibles 

Carolina Sanín
Tomado de su Facebook – Abril 15 de 2019

"Lo que hoy ha ardido y en parte ha colapsado en París no es simplemente un "templo católico". Es uno de los testimonios vivos de que hubo un tiempo —la baja Edad Media— en que el conocimiento, el arte, el trabajo (individual y colectivo) y la educación se concibieron de una manera más integral y acaso menos ingenua que hoy. Las catedrales góticas respondían al deseo de hacer un libro vivo universal que mostrara que el universo es habitable y cognoscible (aún hoy es ese el fundamento de todo afán científico y también de toda presunción política, en últimas). Las catedrales góticas eran —son— edificios legibles que vinculaban la breve y frágil vida del hombre con el largo pero finito tiempo del mundo (con la historia y las generaciones) y con la eternidad de Dios. En la construcción de una catedral gótica se involucraban todas las disciplinas del saber y del quehacer. La construcción no culminaba en una generación, ni en dos: quienes terminaban de hacer la catedral (si es que una catedral se termina de hacer) eran hombres a quienes los iniciadores no habían conocido ni concebido. Con ello, la catedral era construida por la ciudad entera: por su pasado, su presente y su futuro. Los vitrales, las esculturas, la pintura, la arquitectura buscaban transmitir la historia de la humanidad, o lo que se conocía de ella, y a la vez formular las preguntas correctas para llegar a entender cómo estaba estructurada la realidad. Un público —que en la época era iletrado en su mayoría— podía adquirir conocimientos (algunos explícitos, otros más sutiles, herméticos, espirituales) observando la catedral, viviéndola y compartiéndola. La catedral tenía una aspiración universal, que quizás no haya tenido ninguna otra empresa educativa hasta hoy (tal vez internet sea su correlato más exacto). Hoy el incendio de Nuestra Señora de París, un lugar donde he pasado horas deseando entender y a veces recibiendo la promesa de que un día entenderé algo, me ha recordado que todo es perecedero. Que más que los empeños del hombre y que todos sus amores puede el fuego del sol.  Días después de que viéramos la foto del agujero negro, también leo este incendio como una invitación a volver los ojos hacia el saber de las catedrales (a veces las cosas se destruyen para hacerse más visibles): a recordar que los arquitectos y masones góticos ( y los autores de los enormes libros de cuentos ensartados, que eran catedrales escritas) se acercaron también (no menos que nuestra ciencia empírica —que entre otras cosas es un desarrollo de la alquimia y los cálculos de los medievales—) a ver más allá; a imaginar más y más lejos. Las torres y la aguja de Notre Dame, y todos sus altorrelieves, sus esculturas y sus vitrales claman una sola cosa: el ser humano puede conocer y elevarse. Hoy la humareda, que se eleva más alto que la aguja, afirma lo mismo. Todo en el mundo es finito, y todo se levanta".

Texto reproducido con autorización de su autora.