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Foto de Colprensa |
“A veces un pueblo aprende más por lo que pierde que por lo que gana”.
Su sonrisa impresa en un lienzo de
medio pliego reclinada en seis volúmenes de la Enciclopedia Universal Ilustrada Espasa Calpe, recibía
por igual a conocidos y anónimos ciudadanos en el majestuoso Salón de la
Constitución.
Protegido por la luminosidad de dos cirios blancos y la
fragancia de azucenas y lirios del mismo color, sus cenizas fueron dispuestas
con la misma sencillez y recato como fue su presencia en vida.
Como sí él mismo se hubiera ocupado de ello en este espacio, alguna vez, habitado por los fondos del saber legislativo, Biblioteca del Congreso.
Como sí él mismo se hubiera ocupado de ello en este espacio, alguna vez, habitado por los fondos del saber legislativo, Biblioteca del Congreso.
Una escena en la que la sobresalía la autonomía individual, el libre
desarrollo de la personalidad y la dignidad, un hecho manifiesto en su vida
y visible, incluso, después de su muerte.
Lo salvaguardaba el espíritu de la
libertad, bajo la bóveda celeste del lugar. Un grande entre los grandes.
Custodiado y acogido por Los Comuneros, Simón Bolívar, Antonio Nariño, Francisco de Paula
Santander, José María Obando, José Hilario López, Tomás Cipriano de Mosquera, Rafael Núñez, Miguel Antonio Caro, Rafael Reyes,
Rafael Uribe Uribe, Darío Echandía, Alfonso López Pumarejo…
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Extraordinario pintor y muralista de Ituango, quien murió una semana antes, el 14 de marzo.
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Imperceptibles, discretos, viviendo un sencillo y generoso duelo, mientras iban y venían los visitantes en respetuoso silencio trenzado de murmullos y cálidos saludos.
En el puntal del edificio de la carrera séptima con calle 10, la tricolor a media asta se agitaba imponente en el telón celeste, protegida por el grifo águila-león que, con ojo vigilante, espía que se cumplan las leyes, velando con la fuerza por que la veracidad prevalezca y para hacer que se
cumplan.
Se marcha el hombre pero nos queda su símbolo, el de la democracia. La esperanza que nos acompañó y salvó en una Nación
demencial, franqueada por el odio y el desamor por el Otro, manifiesta en la barbarie, la desigualdad, la exclusión y
la indignidad.
Por esto, sus sentencias bien pudieron ser el antídoto vital para alcanzar y preserva derechos sociales, individuales,
las libertades y la igualdad.
Con argumentos jurídicos, filosóficos y éticos, el ateo, el libre pensador, el Maestro, arropado siempre del un único traje de la decencia, puso en lugares inequívocos
de la vida social, política y espiritual, la vivencia y vigencia de derechos en derecho y humanos.
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Quizás por esto asomara silenciosamente, afuera del Capitolio, la pancarta "Si a la dosis personal", con la que quizás, también, se honraba su memoria.
Hay quienes piensan (como yo) que murió con un enorme pesar en su alma.
Tuvo que ser indecible el dolor y la frustración de ver la postración de la Corte Constitucional y el eminente peligro de la Justicia.
Dice el poeta Juan
Manuel Roca que su temprana partida es, sin duda, “una baja más en las menguadas filas de la dignidad política”.
Ojala ocurra, si embargo, lo que escribió en su memoria el Magistrado mexicano Xavier Díez de
Urdanivia: “que la semilla por él sembrada ha caído en tierra fértil y
rendirá, a su tiempo, los mejores frutos”.
Descanse en paz, honorable ciudadano CARLOS GAVIRIA DIAZ.
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