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miércoles, 16 de diciembre de 2015

Alguna vez siempre es la última

Rafa desafiándome con su ternura. Foto Bun - Agosto 22 de 2015 


Alguna vez siempre es la última

En la muerte de Rafa Baena

Logré verlo un jueves de julio a a las cuatro de la tarde, luego de un largo silencio mutuo. Apareció de repente, mustio y blanco sobre la blancura como una azucena marchita, con el aura sobrenatural y la energía desbordada de quienes están acostumbrados a la lucha cuerpo a cuerpo con el propio cuerpo.

La primera novela había sido una sorpresa de guerreros y poetas decimonónicos, en contravía de todas las tendencias; la segunda, un cañonazo de advertencia sobre su incontestable acomodamiento en la galería del género novela histórica; la tercera, una caricia en los recuerdos de todos nosotros y la cuarta un manifiesto de ternura… En el medio se deslizaron dos opúsculos más: su crónica salvaje del mundo pornográfico y su ensayo erudito sobre los caballos y la guerra. No conocía esos últimos… 

El encuentro no daba más espera. Era la parte baja del noveno inning y ambos lo sabíamos, de manera que dio base por bolas a mis lanzamientos sobre el origen de sus demonios, alargándome un infolio pequeño, en dieciseisavo como dirían los editores de antaño, preciosamente editado: Ciertas Personas de Cuatro Patas. Me lo dedicó con ternura y me lo alargó con gesto incontestable, que no daba lugar ni a las gracias. “Escribo por el mismo placer de cabalgar”, me escribió después. Hábilmente –zorro periodista que era –  desvió la conversación de mis bienintencionados interrogantes sobre las bambalinas de Siempre Fue Ahora o Nunca, a los brillos ya lejanos de la juventud, de la universidad, de ese jefe común y descomunal que fue Fernando Garavito, de los tiempos de revista Credencial, de cómo los destinos se nos habían entrecruzado como hilos de una autopista que van paralelos sin toparse jamás… 

Nos despedimos con el abrazo de tácita tristeza de quienes se tastasean en un recodo del camino y continúan solitarios la ruta, a sabiendas de que muy probablemente no volverán a verse.

Me llevé a Ciertas Personas en un viaje de traidoras compañías por las noches de mala muerte de Magangué y las rutas sobrenaturales de Mompox, por el brazo del río que ya nadie navega. Releía por entonces el Anábasis de Jenofonte, en un intento por recuperar las claves perdidas del periodismo que alguna vez hice y se acabó. Y los leí en paralelo, y al ver cómo los Diez Mil que en realidad eran once mil, cruzaban Persia desde el Bósforo hasta el Golfo y regreso, a pie, entendí por qué Rafael decía que algunos pueblos griegos no cultivaron la equitación guerrera: no tenían la cultura, porque no podían darles de comer a sus bestias en las breñas infecundas del Peloponeso.  Y así se lo escribí. Su respuesta no pudo ser más sencilla: le honraba que su humilde obra fuera leída en paralelo con un clásico. Jenofonte escribe más sencillo que vos, lo cual ya es difícil, le dije, y nos cruzamos unas cuantas observaciones sobre amigos comunes en cuyo recuerdo se cimenta Ciertas Caballosidades (si se me permite la variante, a la luz de Tanta Sangre Vista).

Pero el mail se quedó vacío y yo me quedé esperando que el umpire me decretara un extra inning. No lo hubo. Alguna vez siempre es la última vez, y fue aquella. Gracias Amalia por esa tarde en donde abusé del aliento de Rafael hasta donde pude… Ya quisiera yo haberle dado el mío para que siguiera escribiendo con esa furia y esa determinación que lo llevó a redactar cerca de 2500 páginas en siete novelas en diez años.
Adiós mi vale. Limpio y sencillo, sin pretensiones, no has muerto. Te volviste un faro…

Este (maravilloso) texto sobre Rafael Baena que comparte Sentipensantes con autorización del autor fue publicado en el block de notas de Facebook de Carlos Mauricio.

lunes, 23 de noviembre de 2015

Lecciones de Godofredismo en 343 páginas


Ángel Becassino, Toño Morales y el poeta Juan Manuel Roca
Foto by Bun smartphone 
Por Juan Manuel Roca

Iba a decir unas palabras sobre el excelente libro de humor satírico de Antonio Morales, “Godofredismo”, pero al momento de zambullirme en la pantalla y por argucias de algún chuzógrafo (cabe recordar qué profesión tan prestigiada fue la chuzografía en los dos cuatrenios anteriores), ocurrió lo que de seguro ya imaginan: alguien se coló en mi correo y deslizó con seguridad casi democrática esta carta enviada por el mismísimo Godofredo Cínico Caspa. Les comparto entonces esta pieza memorable:

“Por ahí dizque anda de mano en mano, manos apátridas sin recato, un folletín escrito por un espurio y desgualetado periodista en el que me veja a mí, Godofredo Cínico Caspa y en mi noble humanidad a todos los Godofredos que amamos en tres tiempos la bandera azul, la patria y el chocolate con queso. Cuando me vejan, me befan, me escrupulan, me empequeñecen, también vejan, befan, escrupulan y empequeñecen a todos los Godofredos de la Colombia inmortal. Lo hacen, a fe, porque amamos Convivir con nuestro glorioso pasado, con Laureanos y Marianos, hombres de cromagnon de nuestra sacra doctrina que anunciaban con clarines el ubérrimo advenimiento de Uribe, el grande. 

Loado sea ese hombre sano de mente y más sano de cuerpo, un portento mental al que nunca, ni en las peores endemias, se le bajan las autodefensas. 

El insolente de marras se atreve, como lo hizo un calanchín circense llamado Jaime Garzón, que Dios lo tenga en la paila mocha con Gabo, como dijera una grandiosa pensadora, a lanzar su desafinado cuac empastado, su anarcocantaleta contra mis pares, contra la legión mariana de los Godofredos viriles y bien bragados, forrados en Cristo.

A un insigne creador de pirotecas, que echó al fuego eterno un bulto de libros inmundos como el de Morales, habría que rogarle en un exorcismo ritual, que quemara también ese volumen relapso, y ojalá los atizara con algunos otros de Iván Cepeda, de Alfredo Molano y otras hierbas indeseadas, de su misma laya sediciosa.

No es otro el propósito del levantisco Antonio Morales que avalar la horrible asonada contra la guerra, que avalar la indeseable vesania de la paz. A los bandidos y a los execrables defensores de los derechos humanos no hay, padre nuestro, que avalarlos, hay que abalearlos como bien se lo merecen.
Celebren su aquelarre. Nada se me oculta, mequetrefes. Se que se reunirán a ecuchar música de negros en una Casa de Citas y a darle palmaditas al zángano señor Morales. ¡Se que el castro-chavismo baila mambo y hasta hace cabriolas con una pollera que, ideológicamente, para ellos tiene que ser “colorá”!

Los que celebra su libraco son los descarados impulsores de la paz. Gentes sin heráldica ni señorío que nos concitan a los auténticos adalides del nacionalismo a practicar el tiro al blanco de la paz. Ya nuestros heroicos defensores, en otras calendas ejercieron su tino en las siluetas móviles de unos que se decían unidos y se decían patrióticos. 

No olvidemos que la realidad es de facto y el poder para no soltarlo. No olvidemos que a nombre de la objeción de conciencia quieren desvalijar nuestro glorioso ejército, ¡oh júbilo inmortal!.

Invito a los hombres probos del país, que no son los debiluchos agremiados en el pandemonium LGBT ni mucho menos fantoches que joroban todo el tiempo por el deterioro ambiental, cuando son ellos los que tornan el aire mefítico, intolerable, a que no acepten ni regalado el folletinesco libro perversamente titulado “Godofredismo”. O qué caray, que lo reciban pero lo pongan de inmediato en las manos ígneas del procurador.

Queremos que el país siga bien, tal y como va, y que no nos vengan con las argucias y madedicencias de la paz. Queremos que el país siga como en los versos recamados de Silva, viviendo una noche toda llena de chanchullos y de música de balas.

Ya lo saben, copartidarios, nada de dudar de nuestros principios frente a los bárbaros, además los principios hay que dejarlos para el final. Nuestro lema seguirá siendo: que mi mano derecha no sepa lo que hace mi otra mano derecha. Godofredos de todos los países, ¡uníos!. Amén.

Atentadamente, Godofredo Cínico Caspa, doctor del bien decir y árbitro de la elegancia.

El periodista, publicista y creativo Ángel Becassino y el escritor y poeta Juan Manuel Roca presentaron el libro GOFOFREDISMO del escritor y periodista Antonio Morales Riveira, en una velada cálida, hilarante pero inteligente el pasado 20 de noviembre de 2015 en Casa de Citas, un lugar dónde todos los días se dan cita gentes de la cultura, de la buena mesa peruana y la mejor salsa en el centro histórico de Bogotá. 

martes, 27 de octubre de 2015

En primera persona

Realmente me ilusionaba sentir (no pensar) que la hegemonía del macho iba a llegar a su fin. Quizás esté cerca pero no era ayer, para este tiempo. 
Mi alma no se aquieta aún de la muerte súbita de las ilusiones y trata de desmenuzar un poco el por-venir. 
Me ayudo pintando mándalas, como está que les comparto, la penúltima de mi nuevo libro para colorear. 
Y digo la penúltima y no la última o el fín, mientras me dispongo a ordenar y separar emociones y sentimientos para continuar caminando en esta misma realidad pero con un telón distinto. 
Ya nos repondremos unos y otros, de este mezcla parda y clara de sorpresa. No tenemos otra opción. 
Me preparo para aceptar y respetar la decisión de una contundente mayoría deseando que se construya sobre lo construido y el ojo avizor puesto sobre el cuidado del agua. 
Nada deseo más que a Peñalisa y la gente que reúna para trabajar con él por Bogotá, lo haga y le vaya bien. 
Todos no lo merecemos. También, que en la izquierda democrática se pueda revisar, evaluar y retomar con realismo el camino de la siembra y cortas cosechas.

Post pos elecciones
Octubre 25 de 2015