Es
así. No se puede ver sin llorar un poco. El arte eleva la dignidad de los
colombianos en situación de desplazamiento. El Coliseo El Campin ocupado a
borde. ¿Los asistentes? Centenares de personas en situación de desplazamiento
forzado, el 100% víctimas de esta maldita guerra interna.
Entre los 200
caminantes en escena y los que asistían a la presentación habían mujeres y
hombres de todas las edades, niños, viejos, jóvenes, blancos, indígenas,
afrodescendientes, campesinos...
Fue
afortunado que ya cuando salimos del Coliseo el deportivo Tolima anotara en el
estadio El Campin el único gol del partido, pues la silbatina y gritos de un
gol hubieran quebrantado la intima y sagrada ceremonia que vivíamos en este
recinto cuya música, plástica y coreografía nos movía y conmovía todas las
fibras del alma.
El
bailarín, coreógrafo, pero sobre todo el pedagogo Álvaro Restrepo entregaba la
historia de los caminantes, esos 4 millones de colombianos que han tenido que
dejarlo todo luego de una masacre, un asesinato o la desaparición de un hijo,
un hermano, un padre y su historia de vida en ese o en cualquier lugar de este
paisaje nacional.
La
muerte y la vida.
Una sinfonía de lamentos y lamentaciones exorcizan y liberan del sufrimiento, pero no del olvido la tragedia inhumana del hombre de estas tierras.
La
voz, la música, los sonidos y la danza proporcionan las imágenes del horror,
del miedo, del abandono y desesperanza vividas por estos millones de personas,
en donde un asesinato, un desaparecido, una masacre de hoy era aplastada,
olvidada, borrada por otra que aparecida de la nada y del todo en esta larga y
horrible noche que aún nos acompaña.
Todo
eso y más vemos, escuchamos, sentimos los espectadores que, por invitación de
Álvaro no interrumpimos con ruidosos aplausos, sino que imperceptibles
expresamos con el maravilloso lenguaje de los ciegos y así, fue más el tiempo
que mantuvimos las manos alzadas que abajo en las revolcadoras escenas
acompañadas por el lirico dolor de la Soprano Sarah Cullins y la magistral
Filarmónica de Bogotá.
Y
la palabra. Esa que ata y nos libera, que hiere, pero también que acuna. Doce
palabreros reunidos en círculo, de lenguas diferentes y representando a las más
de 60 etnias y lenguas vivas que aún subsisten en Colombia, brindan una
polifonía de rostros y rastros que hablan de la Madre Tierra, la Mujer, y nos
advierten de una diversidad rica, pero también maltratada hasta
desaparecer.
La
última imagen (ver en esta secuencia de fotos) fue demoledora. El nuevo y
último trabajo Álvaro Restrepo convoca al cuerpo y al alma para transformar
desde lo profundo, el dolor, el miedo, la pérdida pero no para olvidar, sino
para dignificar a las víctimas.
Fue
un privilegio estar esta tarde allí, como una más, entre las víctimas del
desplazamiento forzado.
Fotos by Bun. Bogotá D.C., Coliseo El Campin. Diciembre 12 de 2010