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sábado, 10 de agosto de 2013

El periodismo que necesitamos debe llamar a las cosas por su nombre

Luna sobre el Atlántico by Bunkerglo







“No me gaste las palabras
no cambie el significado
mire que lo que yo quiero
lo tengo bastante claro”.




Tengo una preocupación permanente por el uso del lenguaje. Por cómo nombramos a las cosas en Colombia. Especialmente a las situaciones de nuestra muy empobrecida vida política. Pienso que, en buena medida, la no apropiación de derechos y responsabilidades por parte de la inmensa mayoría de ciudadanos, por lo menos en Bogotá, se debe a que ya no se consigue reconocer que es lo bueno y qué es lo malo de las actuaciones de la gente de la vida pública, particularmente, de quienes hicieron de la política una profesión (rentable) y no un servicio. 

La sociedad, que apenas ahora comienza a dar destellos de despertar, nunca dimensionó la condenable y aberrante situación en la que se convirtió el Estado colombiano. El asesino número uno de sus propios connacionales. Las instituciones representadas en los gobiernos y que tienen el elevado encargo de protegernos, según reza en la Constitución, se convirtieron en enemigas publicas.

No. No es lo mismo, desde ninguna perspectiva, un crimen cometido por la delincuencia organizada, llámese guerrilla, banda criminal, atracadores o cualquier cosa que se le parezca, a un asesinato pensado y ejecutado por servidores y funcionarios con armas de uso privativo del Estado. Menos aún, si estos crímenes son cometidos con premeditación y alevosía como ja justicia ha demostrado en distintos asesinatos.  


La sociedad delegó el cuidado de sus instituciones LEGALES a personas LÍCITAS, no a delincuentes. Un delito contra la vida, honra y bienes de los ciudadanos cometido por un agente del Estado , sin importar  el rol que este tenga en la sociedad (sea presidente de la república, soldado, oficial del ejército, de la policía o militares ayudados por civiles llamados paramilitares), es mil veces más grave que un asesinato cometido por cualquier organización de la guerrilla, de traficantes de drogas, o de organizaciones de bandidos.

Si los medios de información no hubieran encubierto - a conciencia o por omisión- la dimensión de los graves hechos delictivos cometidos por soldados, llamando a los asesinatos extrajudiciales “falsos positivos”, es probable que la sociedad no solo se hubiera alertado, sino quizás con-movido y de pronto conseguido detener estos crímenes contra la vida de miles de personas. La destrucción irreversible de centenares de familias.

Y es paradójico, porque fueron algunos periodistas (más que los mismos medios de información), los que, de manera valiente y consecuente con su responsabilidad social de informar, los que se encargaron de develar esta aberrante situación.     

¿Por qué hay resistencia de los medios y periodistas de llamar a las cosas por su nombre? Será porque les suena más bonito? Es más atractivo? Rima? Esta aparente sutileza semántica no refleja nunca, y más bien aleja mucho a la sociedad, de la realidad real.

Creo que sí en Colombia comenzamos a llamar a las cosas por su nombre, el estupor de la sociedad y la vergüenza humana hubieran conseguido detener la comisión de tantos crímenes. Un momento en el que los medios, también, hubieran podido aportar algo de pedagogía humana, política y Constitucional a todos.

Aún estamos lejos de entender que la esencia de la democracia son los derechos humanos. Si no conocemos y vivimos en un Estado y estado permanente de respeto y conocimiento de los mismos, la democracia no es más que una declaración a la bandera. Como lo dijo el periodista y escritor Juan José Millas, "pervirtiendo el lenguaje se desnaturaliza la democracia". ¡Cuanta responsabilidad nos cabe a los periodistas en ello!.

Los medios de desinformación colombianos son campeones en distraernos de los asuntos fundamentales de nuestra existencia. Nos ayudan y mucho, pero a hundirnos más y más y más en el fango de nuestra supina, funcional y cómoda ignorancia. En todos los ámbitos.

¿Qué es eso de “carrusel de la contratación”

Siempre que leo o escucho llamar de esta manera al hecho delictivo de corrupción más ignominioso de la historia de Bogotá y del país contra los recursos públicos (sagrados), pero sobre todo, contra las miles de personas que viven en condiciones de miseria, antes que el rostro de los delincuentes Iván Moreno Rojas o Samuel Moreno Rojas, lo que pasa por mi mente es el tiovivo que había en el Parque Nacional y que aún extraño. Eso es un Carrusel. Una atracción de feria. Lo otro es la empresa criminal, literal y no metafóricamente, creada por estos dos delincuentes y sus varios secuaces para robarnos.
  
Será por eso entonces que, lejos de acabarse, la corrupción continua en su insaciable carrera del "todo vale para mi” y en contra de la sociedad. El interés individual por encima del colectivo. ¡¡Si nada más es una diversión!!

Los medios ni la sociedad hablan de los niños y las niñas menores de edad. Apenas de los menores porque lo de edad, está de más. “Una menor fue violada… Un menor fue asesinado”. ¿Un menor de qué? Por favor, no es una mera formalidad. Hablar de los niños y niñas menores de edad es reconocer su condición de personas sin importad su edad y, por tanto de restituir sus derechos y condición de personas.

El lenguaje está lleno de palabras distraídas que también distraen a quienes las utilizan: la disposición de sus sílabas no resulta lógica, ni armónica, ni apetecible de pronunciar, y encima predispone a evocar lo contrario de lo que se pretende, anotaba la periodista Carmen RigaltLo que sugieren las palabras no siempre coincide con su significado.

Durante ocho años de sombras y sin luces, en Colombia el conflicto armado interno desapareció. Después de casi 50 años dejó de existir. Esto, porque, según la persona que ocupó la presidencia durante ese tiempo, en el país no había “violencia política sino terrorismo”. Y los medios, sin más, acogieron y propagaron este "profundo" pensamiento. Y, cuando no nombramos las cosas y menos por su nombre, desaparecen. No existen.  

Nunca nos propusieron comprender, ni desde la información general y menos la noticiosa, sobre la ilegalidad y violación de los derechos humanos de las interceptaciones de comunicaciones privadas y el hostigamiento y persecución a ciudadanos por parte del DAS, sino que nos hablaban de las “chuzadas”. Eso y los chuzos de chorizo y pan eran lo mismo. Una comida rápida altamente amenazante -para el estómago-, pero nada más.

¿Qué decir del grave delito de cohecho propio y enriquecimiento ilícito llamado por la simplificación mental, no lingüística, de “Yidispolítica”? Los medios nos hicieron llamar y pensar sobre un hecho trascendental de corrupción contra la dignidad de la Carta Política: la compra de votos (exigua dignidad) de los congresistas para modificar la Constitución e incluir la reelección presidencial. Pero, lo que más sabe o recuerda la gente es que la “Yidispolítica” era "esa señora gorda que apareció en pelota en la Revista Soho". 

“Piñata de cuello blanco” no es el nombre para una fiesta de despedida de solteros con esmoquin. Es que así los medios decidieron llamar la historia de las propiedades incautadas a los delincuentes traficantes de drogas, y que fueron administradas, de manera directa e ilegal, por funcionarios y familiares de la Dirección Nacional de Estupefacientes (DNE), e incluso, por los mismos delincuentes.

¡Y qué tal el “Cartel de las Regalías”! Hasta yo misma quisiera formar parte de eso que suena tan, pero tan chévere. ¡Por favor! Están hablando de un grupo de personas que, con premeditación y alevosía, se organizaron para actuar como delincuentes y robar recursos de la ciudadanía. 

Personas en situación de desplazamiento (¡y no desplazados!), asesinatos selectivos (¡y no limpieza social!), genocidio del movimiento político Unión Patriótica (¡y no muertos colaterales de la guerra!). 

Pero aquí todo es al revés de como se llaman o se deben nombrar las cosas. 

Al secuestro de personas por la guerrilla de las Frac las llamaron "pesca milagrosa"; al atraco y robo de dinero de las cuentas de las personas mediante la modalidad de secuestro, “paseo millonario”,  a la negación o negligencia de atención en salud de una persona en condiciones graves hasta causar su muerte le dicen “paseo de la muerte”, a la muy extendida practica de hacer negocios no transparentes o soborno le dicen “mordida”, al asalto o robo de personas a la salida de las entidades bancarias "fleteo".…  

La lista o relación de eufemismos en los medios en la comprensión (o más bien incomprensión) y boca de la ciudadanía es extensa. Cotidiana. Permanente. Unos más significativos que otros, pero que, en general, denotan una predisposición a no querer ver las cosas como son y a llamarlas por su nombre. No se trata de un cliché en el uso del lenguaje, cargado de tópicos alambicados sin contenido o de adornos cuasi literarios como el que, recientemente, describía el periodista Juan Gossain.

El eufemismo gramatical, lejos de contribuir en el conocimiento y comprensión de nuestros ya no urgentes, sino endémicos problemas sociales (miseria, pobreza, cobertura y calidad en la salud, desnutrición, analfabetismo, vías, etc.), originados en buena medida por una cultura social cómplice y reverencial con la delincuencia organizada, llámese guerrilla (¡¡por 50 años!!), paramilitarismo, corrupción del Estado, usura empresarial bancaria, alimenticia, de la construcción, etc., lo que ha conseguido siempre es aplanar, aplastar y ocultar lo que realmente queremos (¿?) y debemos modificar, terminar, cambiar.

Estoy de acuerdo con la profesora de linguística Silvia Hurtado González cuando señala que, aunque la palabra del periodista no es mágica o ritual que crea la realidad, quien tiene la responsabilidad de informar no debe ocultarla con trampas semánticas cambiando el verdadero nombre de las cosas. “No es un uso inocente del lenguaje sino que es un arma política y de dominio social cuyas consecuencias son a veces imprevisibles”.

¿Cómo encontrar la verdad si desde el lenguaje mismo se procura ocultarla?

El eufemismo esconde la realidad. Las cosas que no se nombran no existen. “Las palabras que no se pronuncian, no duelen. Esa pertinaz querencia al disimulo dice mucho de la incapacidad para manejar el diccionario y llamar a las cosas por su nombre, pero dice más del cinismo que adorna la condición humana”. 

Razón tenía Ryszard Kapuscinski en repetir que los cínicos no sirven para este oficio.

El lenguaje configura nuestro presente y una manera de estar en el mundo. Si no sabemos, si no conocemos, si no llamamos por su nombre a lo que no queremos más, a lo que debemos cambiar, a lo que necesitamos transformar para crear una sociedad feliz, ¿qué es lo que pretendemos cambiar? ¡Palabras!

El periodismo que necesita Colombia hoy es el que sea capaz de señalarle, desde los hechos mismos, cual ha sido el camino equivocado, quienes son sus responsables y cómo hemos perdido todos en ello. Pero lo tiene que decir con todas las letras del abecedario. Debe llamar a las cosas por su nombre.


Esta última imagen-aviso me la compartió por tuiter @hemegale el 12 de agosto y me pareció oportuno incorporarla al post.

1 comentario:

arturoarmenia dijo...

La retórica con la que tratamos de comunicarnos está lleno de la figurada literaria más llamativa y elegante según parece ....... la metáfora..... ella dice algo que se parece a otra realidad pero que adorna demuestra mentalidad compleja ... es decir... incomprensible... y eso precisamente es lo que se logra con la utilización de las tales metáforas. Además que a los humanos nos han regalado la metáfora como un medio peligroso, pero sutil , artificioso pero impactante. Cuantas situaciones crudas, realidades verdaderas que se convertirían en dramas. se quedan como simples simbolos que no impactan y que están destinados al olvido porque se llevaron a la opinión utilizando la metáfora. Bien el comentario de Gloria Ortega y por lo demás valiente...

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