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miércoles, 21 de noviembre de 2007

La palabra


Estamos de acuerdo; por una vez concedamos que ustedes, los poetas, tienen la razón; que tienen toda la razón: sí,las palabras se gastan, las palabras envenenan todo lo que tocan. Digamos que acertaron, que dieron en el blanco, que cogieron la cosa por donde era; digamos que hay palabras metálicas que si caen desde cierta altura pueden matar a una persona y que hay palabras en forma de ceniza que explotan como pólvora, y que hay otras palabras que son flores que se marchitan en un día - como las de este verso de doble faz, útil para floreros y promesas - y que hay otras que se huelen y se tocan y se miran y palabras detergente y palabras perfume y que también está la palabra silencio. Digamos, en fin, que hay palabras como la palabra caravana o la palabra sombra, sin mencionar la conocida rosa. Pero ya estamos llegando al límite. Las palabras, son palabras, poetas, y yo no puedo hacer nada por ustedes.
Darío Jaramillo, poeta colombiano
Foto by Búnker, Luna Llena de diciembre 3 de 2006

martes, 20 de noviembre de 2007

El Director de Orquesta


¿Por qué vuelve a las manos ese libro olvidado justo cuando la vida iba a necesitarlo?
¿Por qué siempre encontramos el amor verdadero cuando íbamos buscándolo por caminos de engaño?
¿Por qué resurge, más feroz, el César? ¿Por qué la hija de Aspasia es nuevamente Aspasia?
¿Por qué hay cosas e instantes perdidos en los días que parecen de pronto darle sentido a todo?
¿Por qué florecen de sus ruinas los templos? ¿Por qué vuelve en los sueños la nariz de la Esfinge?
¿Por qué la dicha más fugaz puede borrar rebaños de insomnio?
¿Por qué sólo unas cosas del tiempo se alargan en recuerdos?
¿Por qué vuelve la muerte donde estuvo la muerte?
¿Por qué la última flor del horror es la belleza? ¿Por qué la última flor de la belleza es el horror?
Estas cosas me inquietan.
¿Por qué nuestro destino se parece tanto a nosotros?
¿Por qué el que tiene amor encuentra amor?
¿Por qué el que tiene espanto encuentra espanto?
¿Por qué el sueño nocturno nos redime del día?
¿Por qué siempre esos golpes en la puerta de Macbeth?
¿Por qué el bufón se borra cuando Lear enloquece?
¿Por qué están asustados los espinos? ¿Por qué están tan serenas las garzas?
¿Por qué es el agua dócil y concéntrica?
¿Por qué todos completos después de tantas muertes?
¿Por qué está Troya intacta en la memoria?
¿Por qué odiamos al bárbaro pero somos el bárbaro?
¿Por qué no desespera el caracol de su ritmo?
Estas cosas me inquietan.
¿Por qué tantos encuentros casuales?
¿Y por qué es tan difícil encontrar lo buscado?
¿Por qué después de tantos milenios industriosos vuelven a ser perfectos la hierba, el agua, el aire?
¿Por qué nada se hunde definitivamente? ¿Por qué regresan a la luz los galeones dorados?
¿Por qué este mismo amor que hace tanto había muerto?
¿Por qué lo más precioso se pierde? ¿Por qué lo más precioso se salva?
¿Por qué siempre golpea la sombra donde más doloroso es el golpe?
¿Por qué sigue este puñado de vivientes, pequeño en los tobillos de Babilonia, intimando con ellos, uniendo su grito al dorado rumor de los muertos?
Mortales, ésta es mi respuesta: porque la vida no es camino ni escala, porque la vida no es expiación ni justicia, porque la historia no asciende hacia la plenitud, ni va buscando la verdad ni lo eterno, porque hay una perfección en el abandono y hay una perfección en el esfuerzo, porque la salamandra no es menos importante que Shakespeare, porque la vida es música.
William Ospina, escritor y poeta colombiano
Foto by Búnker. Camino Villa de Leyva, Boyacá. Agosto de 2007.

viernes, 19 de octubre de 2007

Ernesto Rafael Guevara de la Serna

Roberto, Adelaida, mis muy queridos:
Anoche volví a París desde Argel. Solo ahora, en mi casa, soy capaz de escribirles coherentemente; allá, metido en un mundo donde sólo contaba el trabajo, dejé irse los días como en una pesadilla, comprando periódico tras periódico, sin querer convencerme, mirando esas fotos que todos hemos mirado, leyendo los mismos cables y entrando hora a hora en la más dura de las aceptaciones. Entonces me llegó telefónicamente tu mensaje, Roberto, y entregué ese texto que debiste recibir y que vuelvo a enviarte aquí por si hay tiempo de que lo veas otra vez antes de que se imprima, pues sé lo que son los mecanismos del télex y lo que pasa con las palabras y las frases. Quiero decirte esto: no sé escribir cuando algo me duele tanto, no soy, no seré nunca el escritor profesional listo a producir lo que se espera de él, lo que le piden o lo que él mismo se pide desesperadamente. La verdad es que la escritura, hoy y frente a esto, me parece la más banal de las artes, una especie de refugio, de disimulo casi, la sustitución de lo insustituible. El Che ha muerto y a mí no me queda más que silencio, hasta quién sabe cuándo; si te envié este texto fue porque eras tú quien me lo pedía, y porque sé cuánto querías al Che y lo que él significaba para ti. Aquí en París encontré un cable de Lisandro Otero pidiéndome ciento cincuenta palabras para Cuba. Así, ciento cincuenta palabras, como sin uno pudiera sacarse las palabras del bolsillo como monedas. No creo que pueda escribirlas, estoy vacío y seco, y caería en la retórica. Y eso no, sobre todo eso no. Lisandro me perdonará mi silencio, o lo entenderá mal, no me importa; en todo caso tu sabrás lo que siento. Mira, allá en Argel, rodeado de imbéciles burócratas, en una oficina donde se seguía con la rutina de siempre, me encerré una y otra vez en el baño para llorar; había que estar en un baño, comprendes, para estar solo, para poder desahogarse sin violar las sacrosantas reglas del buen vivir en una organización internacional. Y todo esto que te cuento también me averguenza porque hablo de mí, la eterna primera persona del singular, y en cambio me siento incapaz de decir nada de él. Me callo entonces. Recibiste, espero, el cable que te envié antes de tu mensaje. Era mi única manera de abrazarte, a ti y a Adelaida, a todos los amigos de la Casa. Y para ti también es esto, lo único que fui capaz de hacer en esas primeras horas, esto que nació como un poema y que quiero que tengas y que guardes para que estemos más juntos.
Che Yo tuve un hermano. No nos vimos nunca
pero no importaba. Yo tuve un hermano que iba por los montes
mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo, le tomé su voz
libre como el agua, caminé de a ratos cerca de su sombra.
No nos vimos nunca
pero no importaba,
mi hermano despierto
mientras yo dormía,
mi hermano mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida.
Ya nos escribiremos. Abraza mucho a Adelaida.
Hasta siempre,
Julio
Julio Cortazar le escribió esta carta a Roberto Fernández Retamar el 26 de octubre de 1967. Tomada del libro "Fervor de la Argentina" de Roberto Fernández Retamar.
Foto by Búnker. Tomada a un anónimo pasajero durante recorrido en Metro de Madrid, Junio de 2006.

jueves, 18 de octubre de 2007

No te salves


No te quedes inmóvil al borde del camino,
no congeles el júbilo,
no quieras con desgana,
no te salves ahora ni nunca.
No te llenes de calma,
no reserves del mundo solo un rincón tranquilo.
No dejes caer los párpados pesados como un juicio;
no te quedes sin labios, no te duermas sin sueño,
no te pienses sin sangre, ni te juzgues sin tiempo...
Pero si pese a todo, no puedes evitarlo y congelas el júbilo
y quieres con desgana y te salvas ahora y te llenas de calma
y reservas del mundo solo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados pesados como juicios
y te secas sin labios y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil al borde del camino y te salvas...
Entonces, no te quedes conmigo.
Mario Benedetti
Foto by Búnker Obra en Museo Orsay, París. Junio de 2006.

sábado, 13 de octubre de 2007

El olvido que seremos


III
Ya somos el olvido que seremos. El polvo elemental que nos ignora y que fue el rojo Adán y que es ahora todos los hombres y los que seremos. Ya somos en la tumba las dos fechas del principio y el fin, la caja, la obscena corrupción y la mortaja, los ritos de la muerte y las endechas. No soy el insensato que se aferra al mágico sonido de su nombre; pienso con esperanza en aquel hombre que no sabrá quien fui sobre la tierra. Bajo el indiferente azul del cielo, esta meditación es un consuelo. J.L.Borges Foto by Búnker. Crepúsculo en Bogotá,de la Serie Desde la Ventana, 2006.