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lunes, 12 de septiembre de 2011

La globalización del mal

Este texto que leerá a continuación sobre el 11/9 fue escrito por el periodista polaco Ryszard Kapuscinski.

Vivimos en un mundo muy complejo, lleno de diferencias, con muchos niveles y planos. Por eso, para responder a la pregunta de si el mundo de hoy es distinto al que existía antes del 11 de septiembre, primero tenemos que definir el punto de partida de nuestro análisis de la realidad. Yo parto de la perspectiva que tiene el reportero, un testigo de los conflictos y transformaciones culturales que se pueden observar viajando por el mundo.

Si admitimos que la realidad que nos rodea puede ser representada por una pirámide, veremos que en su base, en el punto más bajo, allí donde está el plano de las relaciones entre los seres humanos, de la vida cotidiana, nada o muy poco ha cambiado. No cabe la menor duda de que el 11 de septiembre fue un día trágico para las personas que murieron aplastadas por los escombros de las Torres Gemelas, para sus familiares y amigos más cercanos, pero lo cierto es que la humanidad sigue levantándose cada día, como lo hacía antes del ataque, para trabajar, educar a los niños, planear las vacaciones, gozar de las alegrías, sufrir enfermedades y, en definitiva, para morir. La prosaica vida cotidiana siempre se impone y triunfa. Los temores e inquietudes que sentían los hombres antes del 11 de septiembre siguen presentes en sus vidas. No hay indicios de que, en el futuro más cercano y en ese nivel de la vida, se producirá algún cambio fundamental. La historia nos confirma que las grandes crisis que ya azotaron a la humanidad en el pasado demostraron su extraordinaria resistencia.

Muchos han afirmado que en el nivel más bajo de nuestra pirámide aumentaría la animosidad de los europeos y norteamericanos hacia los árabes y que entre los musulmanes también crecería la hostilidad hacia los ciudadanos occidentales. Muchos han previsto la intensificación de los conflictos entre las dos civilizaciones, pero nada de eso ha sucedido. En Occidente, los ataques contra los musulmanes han sido esporádicos y de mínima significación. Al mismo tiempo, yo no he sentido cambio alguno en el tratamiento que me otorgan en los países árabes que visito.

Donde sí se han producido cambios importantes es en los niveles superiores de nuestra pirámide. En primer lugar, los sucesos del 11 de septiembre demostraron que la distancia ya no basta de por sí para garantizar la seguridad. Descubrimos con horror que la distancia ya no nos pone a salvo. Hoy podemos ser blancos y víctimas de ataques terroristas todos y en cualquier punto del planeta. En una palabra, después del 11 de septiembre ya no nos sentimos seguros, cuando vivimos lejos del enemigo en potencia; ya no nos sentimos particularmente protegidos por el océano que nos separa de él.

En segundo lugar, el 11 de septiembre demostró que en nuestro globo ya no hay santuarios. Y no sólo se trata de que todos puedan ser atacados por todos, de que cualquier país pueda atacar a otro. Ese peligro ya existía mucho antes. La novedad del 11 de septiembre consiste en que demostró que en el mundo hay fuerzas que no representan los intereses de un determinado Estado, pero que, a pesar de ello, constituyen un enorme peligro incluso para los más potentes. Hasta ahora, el pensamiento estratégico se basaba en el supuesto de que las guerras se libraban entre Estados. Hoy, los estrategas tienen que remodelar con urgencia sus ideas, porque a los Estados se enfrentan fuerzas difíciles de situar. Ha cambiado la imagen del enemigo, porque ya no viste un uniforme concreto, lo cual dificulta su identificación, pero también porque puede hacer mucho daño, aunque no tiene tanques ni cañones. Es muy difícil combatir a un enemigo imposible de situar y con planes imposibles de conocer. Antes, cuando teníamos buenas relaciones con un Estado, podíamos tener casi la absoluta seguridad de que no sería un peligro para nosotros. Hoy podemos tener magníficos contactos políticos, económicos y culturales con un país y ser víctimas de un ataque lanzado desde su territorio. Esto se debe a que han aparecido fuerzas que no se someten a ningún centro de poder, que no representan los intereses de Estados concretos, pero que están en condiciones de aprovechar el territorio o la infraestructura de un país para atacar a otro. Esa situación nos confirma que ya somos testigos de la globalización del mal. Consiguen voz y voto -con sus actos- organizaciones y fuerzas que actúan al margen de las estructuras de los Estados nacionales. Y ese proceso no concierne solamente al terrorismo. Se relaciona también con el narcotráfico, la compra y venta de armas y otras fechorías. Eso significa que ha aparecido un ente internacional totalmente nuevo, aún no definido del todo, que escapa a las formas que tenían hasta ahora los sujetos de la vida internacional. 

Fortalecimiento del Estado 

Un tercer cambio generado por el 11 de septiembre es el fortalecimiento de la idea del Estado, algo paradójico, porque el terrorismo siempre busca su debilitamiento. La globalización neoliberal también debilitó mucho el papel del Estado, porque promovió las corporaciones supranacionales, el flujo ilimitado de los capitales y la creación de mercados financieros mundiales. Como consecuencia, el Estado fue en gran medida marginado. Esa consecuencia la sufrió también Estados Unidos, país en el que había una oposición cada vez más potente ante una posición demasiado fuerte del poder estatal. '¿Para qué queremos un Gobierno tan potente? ¿Para qué pagamos impuestos tan altos?', preguntaban muchos norteamericanos. Sin embargo, el 11 de septiembre demostró que, en el mundo contemporáneo, las sociedades pueden sentirse seguras y protegidas solamente dentro de los Estados. Sólo el Estado puede garantizar la correspondiente protección a la sociedad. El ataque contra Estados Unidos demostró que el hombre y la sociedad no pueden funcionar sin el Estado.

Desde el 11 de septiembre -y éste es otro cambio importante-, la globalización se valora de otra manera. Hasta ahora prevalecía la opinión de que era una bendición para la humanidad, algo que nos ayudaría a resolver todos los problemas. Mientras tanto, nos topamos, por sorpresa, con otros rostros muy distintos de la globalización, que es un proceso lleno de contradicciones internas, un proceso que puede generar fenómenos negativos.

George Soros, una gran figura de las finanzas mundiales, advierte en On Globalization que ese proceso genera también grandes amenazas. Soros advierte que crece la dominación de dos grandes instituciones financieras, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que ya imponen sus concepciones a los Estados nacionales debilitando su posición.

Los sucesos del 11 de septiembre nos obligaron a percibir el mundo con más serenidad y ecuanimidad. Pudieron convertirse, incluso, en el punto de partida para un análisis serio y profundo de la situación en nuestro planeta. Lamentablemente, lo único que se supo hacer fue dar una respuesta militar a los terroristas. Nos dejamos embaucar por algunos políticos que sostienen que, si no fuese por el terrorismo, viviríamos en el mejor de los mundos. Pero la verdad es que, como dijo un comentarista norteamericano, 'el derrumbamiento de las Torres Gemelas fue el fin de las vacaciones que tomamos de la historia'. El fin de la guerra fría se caracterizó por la euforia que sentíamos tras el fracaso del comunismo. Parecía que todos los problemas habían terminado. Mientras tanto, aunque el ataque contra EE.UU. demostró que la euforia era prematura, nosotros no supimos abordar con seriedad lo que puede depararnos el futuro. Desaprovechamos la oportunidad que se nos presentó para tratar con seriedad los problemas que acarrea la globalización.

Yo creo que el terrorismo, tanto el individual como el que practicaron y practican distintas organizaciones, jamás fue una gran amenaza para el mundo. Algo muy distinto es el terrorismo de Estado que practicaron y practican los regímenes totalitarios. La mayoría de las sociedades del mundo no se sienten amenazadas por el terrorismo. Claro que en la historia de muchos países el terrorismo dejó huellas, pero se trata de actos de importancia secundaria. El problema que ahora enfrentamos consiste en la dimensión global del terrorismo. Ésa es una novedad, porque antes siempre fue practicado por organizaciones marginales.

Hoy, lo que puede sobrecogernos es que un país tan potente como EE.UU. fue golpeado de manera dolorosa por una pequeña organización. Todos coinciden en que el gran éxito de Al Qaeda, una organización integrada apenas por varios miles de militantes, consistió en que supo aprovechar para sus propios fines el gran liberalismo que impera en EE.UU. y que se basa en la confianza mutua. Por ejemplo, allí bastaba dar el número de nuestra cuenta bancaria para disipar todas las dudas y ser tratado con la máxima confianza.

Yo estuve en Estados Unidos antes del 11 de septiembre. Aterricé en el aeropuerto Kennedy de Nueva York. Tenía que coger allí el avión de Washington. Estuve media hora buscando el lugar en que debía embarcar. Recorrí el aeropuerto de cabo a rabo y me pareció que, de haber tenido malas intenciones, hubiese podido hacer cualquier cosa, porque nadie se interesó por mí. Antes de llegar a Estados Unidos, di prácticamente la vuelta al mundo y en todas partes me controlaron el equipaje, cosa que no ocurrió en Nueva York.

Nos queda el consuelo de que los terroristas ya no podrán repetir un ataque como el del 11 de septiembre, porque la vigilancia ahora es muy grande. Los norteamericanos se han dado cuenta de que incluso un control mínimo en sus aeropuertos hubiese frustrado el ataque contra Nueva York y Washington. Por eso creo que después del 11 de septiembre, para aumentar la seguridad, no hacían falta las medidas típicas de un régimen policial. Hubiese bastado un control apenas algo mayor.

En EE.UU. todos saben que la gran eficacia del sistema norteamericano radica en la libertad que garantiza. Toda limitación de esa libertad, por ejemplo, mediante el control estricto de las personas y mercancías en la frontera, sería un freno para el desarrollo. ¿Cuántos barcos de los miles y miles que atracan en los puertos de Estados Unidos pueden ser controlados? Apenas un pequeño porcentaje, porque, si quisiéramos controlarlos todos de manera minuciosa, provocaríamos la paralización de la economía. Todas las limitaciones de la libertad y de la democracia causan efectos muy negativos sobre el funcionamiento del capitalismo. El terrorismo podría ser erradicado completamente en veinticuatro horas, pero a condición de que implantásemos un régimen totalitario, y eso no estamos dispuestos a hacerlo, porque sabemos que destruiríamos la sociedad cívica y la democracia. 

Libertad y eficacia

El conflicto entre la libertad y la eficacia de los sistemas estatales es, hoy por hoy, el problema más importante no sólo para EE.UU., sino también para el mundo entero. Ése es, a mi modo de ver, uno de los retos más serios que se plantean ante la humanidad en el siglo XXI. Hay que definir las proporciones óptimas entre la seguridad por un lado y la libertad y el bienestar por otro, es decir, resolver un problema que todavía no ha sido planteado con toda la claridad que merece. En el siglo XIX y a comienzos del siglo XX, la libertad y la democracia no estaban en peligro. Hoy sí lo están, porque la globalización conduce hacia dos fenómenos sumamente peligrosos. El primero es la privatización de la violencia. La democracia y el capitalismo se desarrollaron en los tiempos en los que la aplicación de la violencia estaba monopolizada por el Estado. La violencia tenía uniformes, armas y carnés. El Estado era el único con derecho a hacer uso de la violencia. Hoy, cualquiera puede tener un arma, y hay cientos o miles de ejércitos privados. Hay que hacerse, pues, la pregunta: ¿cómo proteger en esas condiciones los mecanismos de la democracia? No sabemos responder a esa pregunta. Ahora bien, eso no significa que en EE.UU. no se analice el asunto. Por el contrario, ese país es uno de los centros de discusiones y análisis más serios sobre los fenómenos que aquí nos ocupan. Es en las universidades norteamericanas donde surgen los análisis más acertados sobre los fenómenos que tienen lugar en el mundo. Es también en EE.UU. donde encontraremos los mejores y más críticos análisis sobre EE.UU.. Y no es casual que sus adversarios más radicales aprovechen con frecuencia los argumentos formulados por los pensadores norteamericanos.
El gran problema radica en que en Estados Unidos hay un gran abismo entre el pensamiento universitario y las concepciones de los círculos políticos. Cuando se conoce la vida de las universidades, uno se siente admirado por el nivel y la gran clase de las discusiones que se organizan en sus aulas. Lamentablemente, los políticos son totalmente impermeables a las ideas y argumentos de sus colegas profesores y científicos. Y ésa es otra prueba más de la complejidad que tienen la sociedad norteamericana y su sistema estatal.

Sea como fuere, hay que reconocer que son las ideas formuladas en las escuelas superiores norteamericanas las que dictan hoy al mundo los temas de las principales discusiones y polémicas sobre el presente y el futuro. Todos los grandes debates de los últimos decenios concernieron a concepciones de gran importancia surgidas en EE.UU., generadas por el pensamiento norteamericano. Un ejemplo muy útil es la tesis que formuló Francis Fukuyama sobre el fin de la historia. A principios de la década de los años noventa proclamó que el fin del comunismo significaba el fin de los conflictos. De esa circunstancia, el pensador norteamericano sacó la conclusión de que, por consiguiente, la democracia liberal triunfaría en todas partes en tanto que régimen ideal que desean todos los humanos. Seis años después, Samuel Huntington formuló su concepción sobre la confrontación entre las civilizaciones. Entonces se propagó la idea de que todos los conflictos existentes se debían a las diferencias entre las civilizaciones. La última gran idea fue formulada por Robert Kagan, autor de la afirmación de que los grandes aliados, Estados Unidos y Europa, se separan. Y es muy probable que esa circunstancia sea el cambio más importante promovido por los sucesos del 11 de septiembre.

En el pasado hablamos de un mundo dividido en Norte y Sur y luego en ricos y pobres. Hace no muy poco se describía el mundo con la frase 'The West and the Rest' (Occidente y los demás). Hoy se reemplaza la palabra West con el término America: 'The America and the Rest'. Y Kagan hace referencia a ese nuevo paradigma en nuestro pensamiento sobre el mundo.

Kagan afirma que ya no existe la noción occidente, que se ha producido una ruptura en el Atlántico. La guerra fría unió durante 50 años las dos orillas del océano. Hoy, cuando ya no existe el enemigo común, EE.UU. y Europa no quieren seguir caminando por la misma senda. Por el contrario, tienen dos visiones distintas del mundo y, por consiguiente, el abismo sólo puede ensancharse y profundizarse. La grieta apareció el 11 de septiembre, porque desde aquel día, la Administración norteamericana considera que en el resto del mundo imperan el desorden y la anarquía, es decir, un peligro mortal. Es esa concepción sobre el mundo la que induce a EE.UU. a concentrarse en la lucha. Washington cree que el caos puede ser controlado solamente con las armas. Y de ahí las enormes cuotas que gasta EE.UU. en armas, mucho más de lo que gastan todos los demás miembros de la Alianza Atlántica. Mientras tanto, Europa, que no olvida la experiencia de la II Guerra Mundial y de los regímenes totalitarios, promueve otra visión del mundo, kantiana, la visión de un mundo de paz eterna. Europa ve su visión civilizadora en el intercambio de ideas, en el mantenimiento de negociaciones y en la búsqueda de compromisos. Cuando las concepciones son tan distintas, tan dispares, es inútil pensar que EE.UU. y Europa conseguirán un punto de encuentro.

Observamos una creciente marginación de las organizaciones internacionales. Prueba de ello es la ONU, que ya no desempeña el importante papel que tenía en el pasado. Ha perdido su autoridad incluso el Consejo de Seguridad, porque se dedica a aprobar resoluciones que nadie cumple.

En esa situación no puede extrañar que en EE.UU. todos coincidan en que deben comportarse en el mundo como el sheriff que impone el orden. Por eso, la discusión no se desarrolla en torno a si debe desempeñar o no ese papel, sino a cómo debe hacerlo. Ciertos círculos norteamericanos consideran que EE.UU. puede cumplir esa misión en solitario, por su cuenta y responsabilidad, mientras que otros creen que hay que conseguir aliados. El secretario de Defensa Donald Rumsfeld suele decir: 'Podemos arreglarnos solos'. El secretario de Estado Colin Powell es más prudente: 'Queremos montar una coalición'. 

Líderes y potencia

Para saber qué camino elegirá en definitiva EE.UU., tenemos que analizar lo que dicen sus líderes. Parece que confían plenamente en la potencia de su país y de sus fuerzas armadas, con las que nadie puede competir. Están convencidos de que únicamente EE.UU. puede realizar cualquier operación militar, en cualquier momento y en cualquier punto del planeta. Ese sentimiento de fuerza ilimitada que anima a los líderes norteamericanos no siempre va acompañado del conocimiento necesario sobre el mundo y sus complejos procesos. Por eso, los que preparan la guerra contra Irak tienen la seguridad de que alcanzarán un gran éxito. Más objetivos parecen ser los militares norteamericanos. Fueron sus analistas los que previeron en la década de los años noventa el aumento de los conflictos. Fueron los expertos del Pentágono los que indicaron que el enfrentamiento entre los ricos y los pobres, así como la falta de perspectivas, acumularían enormes capas de frustración, ira y agresión que se convertirían en fuentes de trastornos muy difíciles de controlar.

Pero no hay que perder la esperanza. En primer lugar, el hombre está dotado de un potente instinto de autoconservación y, en segundo lugar, las sociedades, por lo general, suelen rechazar las soluciones extremistas, radicales, y optar por los caminos de la prudencia y la moderación. Los extremistas pueden conseguir respaldo, pero sólo en el ámbito local y por poco tiempo. Cuando el hombre llega a un lugar en el que poco antes se combatió, donde aún se ven las huellas de los enfrentamientos, lo primero que suele hacer es limpiar el terreno, restablecer el orden. Los hombres, por lo regular ancianos, porque los jóvenes murieron en los choques, retiran los escombros, cierran con cartones las ventanas sin cristales y encienden el fuego. Las mujeres, mientras tanto, barren y cocinan. Todos juntos restablecen la normalidad, y ésa es la gran fuerza de la humanidad.
Ryszard Kapuscinski. Periodista y escritor.
* Publicado en el mes de Septiembre de 2002 entre otros medios en The New York Times y el periódico El País.

domingo, 23 de enero de 2011

Ryszard Kapuscinski en primera persona


No quería ver el día
no quería ver el sol
Sólo la oscuridad
la oscuridad
apretaba los párpados
para que ni un rayo
lograra colarse
en mi interior
porque entonces hubiera visto
que allí reina el vacío
desde el invisible principio
hasta el invisible final

Ryszard Kapuscinski, Febrero 2006 

Una de mis últimas conversaciones con Ryszard Kapuscisnki fue la tarde de un domingo 2 o 3 de mayo de 2004, en una de las bancas del Parque de la 93 en Bogotá. 

Estaba de visita invitado por el Fondo de Cultura Económica (FCE) para presentar un libro de su autoría editado por la Fundación Nuevo Periodismo con el sello de FCE. 

“Los cinco sentidos del periodista” fue dado a conocer en Colombia en el marco del Día universal de la libertad de expresión en la XVII Feria Internacional del Libro de Bogotá.

Por petición suya, esa fría tarde, lo 'rescaté' de un largo almuerzo a donde “todos me hablaban, pero además, todos querían hacerse fotos conmigo. ¿Para qué? ¡Qué tontería!”, me contó con una exclamación mientras subía su ceja derecha sobre el brillo de su cálida y celeste mirada.

Recorrimos un par de veces el parque casi vacío, para luego caer sin demasiada alegría en Oma para apurar un par de cervezas mientras continuábamos des-armando el mundo y volviéndolo a armar. 

Le gustaba la cerveza y mucho. Hablamos, como decimos en Bogotá, de lo divino y humano, en especial, de dos de sus pasiones: la fotografía y la poesía, porque antes que periodista y antes que escritor, Ricardo sentía que era primero poeta y fotógrafo.

Repasamos y compartimos nuestros respectivos achaques de salud, eso si, omitiendo todos los detalles, también, de su inmenso cansancio y de la inutilidad que sentía de seguir viajando cuando, lo que realmente quería era nunca tener más que salir del altillo en el tercer piso de su cálida casa a donde vivió toda su vida. 

Era su refugio. Allí se entregaba a la lectura sin fatiga, organizando las miles de notas que hacía en papelitos durante sus viajes y, desde luego, a escribir. Lo acosaba una necesidad imperiosa de escribir. Avanzar en el libro que tenía entre manos sobre América Latina.

Con Alicja en el restaurante favorito de Ricardo. Varsovia 2009
Ryszard ha estado presente de manera permanente en mi vida personal y profesional desde que lo conocí hace 10 años. 

Fui a encontrarme con su recuerdo hoy en ese parque. 

Justo en ese lugar y por primera vez en mi vida, exhibían una fotografía mía en la exposición de Foto Museo "Un día en la Vida de Colombia 200 años después"

Justo en ese lugar que “no me dice nada y me dice todo”, como lo describiera aquella tarde.  

También, quería que supiera que otra vez esa enfermedad infecto contagiosa llamada periodismo volvió a atacarme renovando todo con sus cinco sentidos: estar; ver; oír; compartir y pensar.

"Hay que ser escépticos, realistas, prudentes para ejercer el periodismo, pero nunca cínicos porque el cinismo es inhumano y, para poder describir esta pobre existencia humana, se necesita ser muy humano". 

En público o en privado era algo que, realmente, era muy importante para él. Quería que lo supieran los jóvenes periodistas que escribirán del mundo. ¡Y este hombre sí que lo era!

Profunda y sencillamente humilde. Vivió con la misma austeridad pese a sus innumerables premios y reconocimientos que, aunque le significaron algo de dinero, pero frente a los que confesaba no tener la más mínima noción de su valor ni el interés. 

Tampoco tuvo nunca ningún afán por atesorarlo. Recuerdo que hablando del dinero, de la vanidad, del arribismo humano, me contó que toda su vida había tenido el mismo auto. Allí lo conocí.

Hoy 23 de enero se conmemora un año más de la muerte de Ricardo (como prefería que le dijera), el Heródoto, el caminante, el que estuvo siempre del lado de las víctimas, desentrañando la verdad en cuanta guerra y conflicto pudo colarse para vivirlo, medirlo y contarlo. 

En 2007 y dos meses antes de cumplir 75 años el 4 de marzo, perdió  en Varsovia su última y más importante batalla: con la muerte. 

Mañana llamaré a Alicjka, como hace un año, dos, tres… Me enteraré de cómo va la exposición que se inauguró el pasado 16 de diciembre en Varsovia con parte de su obra fotográfica. También, sobre cuántos nuevos textos se han traducido y si, una vez más, este año se reunirán en Polonia sus 23 traductores de su obra en igual número de idiomas. Si su hija al fin consiguió crear la lápida que quería para su padre en el Cementerio de Powaski.

Ricardo me reunió con Alicja Kapuscinska, su esposa.

Paz en la tumba de uno de los grandes humanistas, la persona más excepcional que he  tenido el privilegio de conocer y tratar en mi vida.

ADENDUM. 
1:20 pm hora de Colombia 7:30 pm hora de Varsovia. En la mañana, Alijcja, su hija que vino desde Canadá, familiares y amigos celebraron una misa en una iglesia católica en memoria de Ricardo. Este año, quizás sí, la obra artística  y lápida para su tumba que hace su hija, al parecer, si podrá terminarla . Claro, le digo, "las mejores cosas en la vida toman tiempo" (risas). Su exposición fotográfica sigue siendo muy visitada y estará abierta dos meses más. "No Alijcja, talvez este año no consiga llegar hasta Varsovia porque quizás no me movilice hacia Europa, debo ir a NY y a BA, le comento. Sí, claro que te aviso cuando sea así".  

AL FINAL

Al final
todos
nos encontraremos
sin intercambiar palabras
sin intercambiar miradas
ni gestos
a pesar de que desde entonces
ya para siempre
estaremos juntos

Ryszard Kapuscinski, Febrero 2006  

 

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Lección de ética de un hombre de palabra

 
La guerra es la degradación del hombre al mismo nivel que la bestia. Cada guerra es una derrota para todos. No hay ningún vencedor. He visto muchas guerras, pero recuerdo especialmente cómo acabó la II Guerra Mundial. Hubo unos días de euforia, pero luego fue saliendo a la luz la enorme infelicidad que la acompañaba: los mutilados, los niños huérfanos, las ciudades heridas y arrasadas, la gente irremediablemente enloquecida: La guerra no termina el día en el que se firma el armisticio. El dolor persiste mucho tiempo.


Existe un cuento del escritor polaco Jerzy Andrzejeswki que se titula El verdadero final de la gran guerra. El verdadero final de la guerra se produce muchos, muchos años después de la declaración oficial. En el fondo, la guerra no acaba nunca. La guerra es consecuencia de la interrupción de las comunicaciones entre los hombres. No hay que olvidar nunca que la capacidad de comunicarse es la esencia de la humanidad. A veces, en momentos como éstos, uno siente la necesidad de salirse de la corriente del río y sentarse en la orilla a observar las cosas desde fuera. Los acontecimientos se suceden, veloces y caóticos, y engendran remolinos contradictorios e incomprensibles. Es preciso aprender a mirar bajo la superficie, donde todo va más despacio y es posible intentar captar la naturaleza profunda de la historia que estamos viviendo, lo que Fernand Braudel llamaba "la larga duración". 
Yo quería escribir un libro sobre la globalización. En el último año y medio he vuelto a viajar por el mundo para recoger material y hablar con la gente, sobre todo en Latinoamérica. Pero me he dado cuenta de que este mundo cambia tan deprisa, de forma tan radical y violenta, que no puedo escribir ningún libro ni dar ninguna descripción convincente. No hay tiempo para hacer alguna reflexión profunda desde fuera. Y, sin embargo, estoy convencido de que lo que hace falta es precisamente intentar hacer una reflexión serena sobre el mundo. Ahora bien, para hacerla, es preciso distanciarse de los acontecimientos, encontrar una perspectiva más amplia y elaborada. Eso es lo que estoy haciendo ahora. Y para ello me he puesto a seguir los pasos de Herodoto: el maestro de todos nosotros, el primer reportero, un fenómeno único en la literatura mundial.
Herodoto fue el primero que entendió que, para comprender y describir el mundo, hace falta recoger gran cantidad de material y, para ello, uno tiene que salir de su tierra, viajar, conocer a personas que nos relaten sus historias. Nuestra escritura es el resultado de lo que hemos visto y de lo que nos ha contado la gente. Los reporteros somos el resultado de una escritura colectiva. El material de nuestros textos lo constituyen los relatos de cientos de personas con las que hemos hablado.
Herodoto no describía el mundo como hacían los filósofos presocráticos, partiendo de su propio pensamiento, sino que contaba lo que había visto y oído en sus viajes. Su filosofía consistía en que hay que moverse y descubrir ideas nuevas. Estaba convencido de que las culturas se mezclan y que, incluso cuando hay un conflicto, no tiene por qué ser un aniquilamiento. Herodoto polemiza con sus compatriotas, demuestra y prueba, por ejemplo, que los griegos, sin la cultura egipcia, no serían nada. Ninguna civilización existe de forma aislada: hay una interacción constante. Es un cronista y, al mismo tiempo, un patriota griego. Pero nunca emite una palabra de odio. Nunca usa términos como enemigo o aniquilamiento. 
El lenguaje del odio no tiene lugar en sus escritos. Escoge palabras dramáticas, que sirven para mostrar la desgracia humana dentro del conflicto. Lo que más le importa es destacar las razones de las dos partes. No juzga, da a los lectores las facultades y los materiales necesarios para formarse su propia opinión. Muchas veces, más que de cronista, tiene actitud de estudioso: después de narrar, se hace preguntas. Todo se basa en un interrogante dramático: ¿por qué se hace la guerra? Oí hablar por primera vez de Herodoto cuando estudiaba historia en la Universidad de Varsovia, pero estábamos en el periodo estalinista y sus libros, aunque estaban traducidos, permanecían guardados en las cajas de la editorial. Porque su obra es una gran apología de la democracia, una acusación contra sátrapas y tiranos. Muestra que la guerra era el conflicto entre la democracia y la dictadura, y que la primera venció porque los hombres libres están dispuestos a dar la vida por conservar su libertad. En aquella época, en Polonia, publicar un libro que exaltaba la democracia y la libertad, y que condenaba las dictaduras orientales, era imposible. Hubo que esperar a 1954, tras la muerte de Stalin y en un clima de tímida liberalización, para que se publicaran las Historias.
En 1956, recién terminados los estudios, tuve posibilidad de partir al extranjero por primera vez, a India, Pakistán y Afganistán, enviado por el periódico de las juventudes comunistas, El Estandarte de los Jóvenes. La directora me regaló para el viaje un ejemplar de las Historias de Herodoto. Con aquel libro inicié mi viaje en el periodismo, empezando por una escala de dos días en Roma. Italia fue el primer país que veía fuera del bloque soviético. Desde arriba, me acuerdo, vi una ciudad toda iluminada. Me hizo una tremenda impresión que aún hoy me dura. Y aquel libro me ha acompañado en todos mis viajes. Incluso ahora lo llevo siempre conmigo, como fuente de inspiración, reflexión y placer. Un modelo de objetividad e información completa para nuestro oficio de "investigadores del mundo".
Para muchos, este trabajo no es más que una forma de ganar dinero, pero también hay muchos jóvenes que se preguntan sobre lo que hacen y buscan maestros y ejemplos (lo veo constantemente en los contactos que mantengo en la universidad, durante conferencias y presentaciones de mis libros). El libro sobre Herodoto será para ellos: lo veis, diré, hace 25 siglos, vivió un hombre que comprendió que el periodismo es un oficio que debe practicarse con escrúpulos, honradez y respeto, y que combate contra el partidismo y el chauvinismo. Herodoto quiso presentar el mundo como un lugar habitado por personas que pueden y deben vivir juntas y en paz.
Mi trabajo es una misión y debe estar sujeto a unos valores; debe ayudar a mantener el equilibrio del mundo, un orden no sólo político, sino ético. La guerra de Irak tiene muchas facetas. Una de ellas, por ejemplo, es la guerra televisiva entre Al Yazira y CNN, una gran guerra de manipulación. Un conflicto de propaganda a través de los medios. Cada uno intenta mostrar la guerra que le conviene para sus fines (tanto nacionales como internacionales). No es ninguna cosa nueva. Hace unos años, un amigo mío, el gran periodista Philip Knightley, escribió un libro que todos deberían hoy releer: The first casualty (La primera víctima). En él, Knightley muestra que las informaciones sobre las guerras, desde la de Crimea hasta la de Vietnam, siempre se han manipulado. Los reporteros contaban los hechos de forma bastante objetiva, pero, cuando las noticias llegaban a las sedes de los periódicos, en Londres o París, se distorsionaban completamente, por razones políticas o de conveniencia. De forma que los datos que figuraban en el papel impreso no tenían ninguna relación con la realidad. Si en una página se colocara la información que contaban los diarios y, en la de al lado, los hechos que de verdad habían ocurrido, se descubrirían dos historias opuestas.
La primera víctima de cualquier guerra es la verdad. Y sigue siéndolo hoy. He estudiado los comunicados de prensa de la guerra de 1972 entre Israel y Egipto. De creer lo que decían, las dos fuerzas en combate habían destruido recíprocamente tres veces los medios reales del enemigo. En cuanto comienza un conflicto, lo que interesa no son las noticias, sino sus efectos psicológicos. Así se entiende mejor, por ejemplo, la continua destrucción de la verdad llevada a cabo en Rusia, desde la Revolución bolchevique hasta la caída de la URSS, e incluso después. Rusia es un país que siempre se ha sentido en guerra, rodeado de enemigos. Por consiguiente, no podía haber más que una manipulación constante de los hechos: nada de objetividad, sólo propaganda. Hoy, la máquina que selecciona las noticias y las manipula tiene que ser mucho más potente, porque todo ocurre bajo la mirada de las cámaras de televisión. Todo el mundo puede sentirse implicado emocionalmente desde su casa.
Hay que tener presente que en mí han convivido dos oficios: el periodista de agencia de prensa (la agencia polaca Pap) y el historiador-escritor. Ser corresponsal, un trabajo agotador, era mi única forma de tener dinero para viajar. Ahora bien, como periodista, tenía que estar sujeto a los criterios de brevedad y ahorro. No podía ofrecer un cuadro completo de la situación, en mis artículos no había sitio para las sensaciones, el trasfondo de las cosas, las reflexiones, los paralelismos históricos. Trabajaba en los países del llamado Tercer Mundo y redactaba informaciones muy "pobres". Reducía todo a los hechos desnudos. Pero así impedía que mis lectores obtuvieran un sentido de las proporciones. Fuera de su alcance quedaba un mundo inmenso. Por eso empecé a escribir libros. Volvía de los viajes con un material riquísimo que me permitía, en mi casa de Varsovia, explicar con calma el mundo de aquellos hechos que antes sólo había contado telegráficamente.Nunca he escrito mis libros sobre el terreno ni al instante; algunos, muchos años después. Sólo así podía entrar, como Herodoto, hasta el fondo de las cosas. Lograba superar el carácter telegráfico de los despachos de agencia empleando un lenguaje distinto. Mis viajes de trabajo se convirtieron en la forma de recargar las baterías del historiador-escritor. Cuando tenía un día libre, tomaba apuntes o cogía la cámara de fotos para fijar (como se ve en mi álbum Desde África) rostros, colores y todas las cosas que, por desgracia, no es posible describir con números y datos. Siempre he intentado unir el lenguaje rápido de la información con la lengua reflexiva del cronista medieval. Mis libros y mis fotos tienen sabor de autenticidad porque estuve verdaderamente en esos lugares, viví esas situaciones, a veces incluso con riesgo para mi vida. 
Por Ryszard Kapuscinsky
Reportero de guerra, escritor y poeta polaco. Murio el 23 de enero de 2007 a los 74 años de edad en Varsovia, Polonia.
Titulo original del texto: Con Heródoto en la Guerra.
Foto by AFP