No son décadas de abandono, sino generaciones. Desde la
revuelta del 9 de abril de 1948 hasta hoy los campesinos, la población más humilde y vulnerable del país siguen siendo los ninguneados de todos los gobiernos de turno. La violencia, la intimidación y el despojo no cesa contra esta población en Colombia. El Tratado de Libre Comercio con EEUU es su nueva amenaza.
Fernando Muñoz, labriego de Pie de Cuesta. Foto by @Bunkerglo |
Parecía que viniera de la guerra con una gran pena y dolor a cuestas, quizás de la que se estaba librando en Plaza de Bolívar en la tarde del 29 de agosto.
No es como los ancianos desvencijados que veo a diario pidiendo limosna en la calle que va al palacio
presidencial de Bogotá.
Tampoco es de los que aguardan en la calle por mendrugos en un tazón de icopor de lo que han dejado en los platos los comensales del medio día y que los restauranteros de la zona les brindan, de tanto en tanto, después de las 3 de la tarde.
Tampoco es de los que aguardan en la calle por mendrugos en un tazón de icopor de lo que han dejado en los platos los comensales del medio día y que los restauranteros de la zona les brindan, de tanto en tanto, después de las 3 de la tarde.
También pensé, ¡que vaina!, no traigo dinero solo el carnet de prensa y la
cámara. No podré ayudarlo.
Cada paso que daba era como si arrastrara el mundo.
Sobresalía por entre el verde paño, el verde cetrino y el verde camuflado de decenas de policías y unidades de imberbes soldaditos de plomo de la infantería que esperaban apostados, altivos, como en pie de lucha y armados de radios, teléfonos y cigarrillos delimitando las fronteras de esa vía bajo el verde mustio de árboles y jardines que se destacan por la avenida y el Archivo Nacional.
Sobresalía por entre el verde paño, el verde cetrino y el verde camuflado de decenas de policías y unidades de imberbes soldaditos de plomo de la infantería que esperaban apostados, altivos, como en pie de lucha y armados de radios, teléfonos y cigarrillos delimitando las fronteras de esa vía bajo el verde mustio de árboles y jardines que se destacan por la avenida y el Archivo Nacional.
La calle nos reunió.
Este hombre tostado por el sol, escuálido, vivo y cuya “geografía en su rostro no es más que Colombia camino a la Plaza de Bolívar” como comentó mi amigo Carlos Gómez, sin vacilación camina hacia mí y con una mirada chispeante me dice:
Este hombre tostado por el sol, escuálido, vivo y cuya “geografía en su rostro no es más que Colombia camino a la Plaza de Bolívar” como comentó mi amigo Carlos Gómez, sin vacilación camina hacia mí y con una mirada chispeante me dice:
- Perdón, señorita, ¿sabe cómo hago para llegar a
Modelia?
Una sonrisa ruidosa de extrañeza irrumpe en mi cara anticipando la
respuesta: ¡Oh, no! hombre, usted está muy lejos de ese
lugar, le dije. Y sin dejar mirarnos a los ojos comenta:
- ¡Qué bueno encontrar una sonrisa en esta ciudad!
En ese momento el mundo se detuvo y yo con él. Llegar o no a donde el
buen Simoncito en su Plaza y más perdió su importancia. No tenía prisa de ir a
ningún lugar.
Pensé, debe ser uno de los campesinos que vino a la marcha y en la dispersión de piedras, gases y humos se perdió y ahora deambula sin rumbo.
Pensé, debe ser uno de los campesinos que vino a la marcha y en la dispersión de piedras, gases y humos se perdió y ahora deambula sin rumbo.
Nos saludamos estrechando nuestras manos y nos presentamos.
- Soy Fernando Muñoz, de Pie de Cuesta*. Me dice con
energía como reafirmando quién es él.
Su mano gruesa, pesada, con callosidades de azadón y tierra entre
las uñas se encontró con la mía. De su hombro izquierdo colgaba una mochila
casi deshecha y vacía, y en su espalda un morral.
No deja me mirarme y sonreír mientras escuchaba con atención cada palabra de mis indicaciones, cada gesto, cada movimiento de mis brazos y manos diciendo cruce por allá,
suba más allá… ¿Ve ese letrero? Por ahí no es, vaya más allá… Llega a tal esquina…
Hasta que me interrumpe:
- “Sabe que Gloria, en cada momento de mi vida
compruebo la existencia de Dios. ¡Usted es realmente la gloria!”. Y se despachó en verso.
Pero, ¿quién es este hombre humilde que me cita al científico y sabio Francisco José de Caldas y me tiene atrapada en esta conmoción de emociones?
Así que sin más le solté una tras otra mis preguntas. ¿Don Fernando, que hace Ud. por aquí? ¿De dónde es? ¿Vino a la
manifestación?
- ¿De qué me habla, cuál manifestación?
¿En serio no sabe? No le puedo creer. Pues Don Fernando, de la gran marcha de protesta que había hasta hace un momento en la Plaza de Bolívar.
¿En serio no sabe? No le puedo creer. Pues Don Fernando, de la gran marcha de protesta que había hasta hace un momento en la Plaza de Bolívar.
- Oh, no. Ni siquiera sé dónde
está esa Plaza.
Le conté que estábamos muy cerca, que era muy grande, que pueden caber como 50 mil personas y que allá era la concentración de las marchas. Que estaba a borde de estudiantes, de educadores, de campesinos… Gente de todos los sectores salieron a apoyar el paro agrícola o mejor, el paro campesino que llevaba más de una semana.
Le conté que estábamos muy cerca, que era muy grande, que pueden caber como 50 mil personas y que allá era la concentración de las marchas. Que estaba a borde de estudiantes, de educadores, de campesinos… Gente de todos los sectores salieron a apoyar el paro agrícola o mejor, el paro campesino que llevaba más de una semana.
- Fíjese que no sabía que había sucedido tamaña proeza. Pero no. Yo salgo
de allá, de ese edificio, ¿Lo ve? A tiempo que me señalaba con su mano, a lo lejos, las
oficinas gubernamentales de la presidencia sobre la avenida José Asunción Silva y
la carrera sexta. Y, vocalizando marcadamente
cada letra y palabra, prosigue: v e n g o d e l a o f i c i n a d e a t e n c i ó n a d e s p l a z a d o s d e l a p r e s i d e n c i a.
¿Cómo así? ¿Por qué? Y escuché su historia.
Fernando Muñoz, labriego de Pie de Cuesta, había llegado a Bogotá con su mujer y sus 4 hijos el día anterior. Tengo miedo, sí, pero a mi no me despojan de mi dignidad aunque esté, como dicen, con una mano adelante y al otra atrás, señorita”.
Fernando Muñoz, labriego de Pie de Cuesta, había llegado a Bogotá con su mujer y sus 4 hijos el día anterior. Tengo miedo, sí, pero a mi no me despojan de mi dignidad aunque esté, como dicen, con una mano adelante y al otra atrás, señorita”.
Su marcha, su lucha, sus demandas
no eran distintas a las que se agitaban en las últimas semanas desde los campos,
en las vías maltrechas nacionales. Solo que su situación era ser víctima del despojo. De la intimidación De las armas.
Fernando y su familia son víctimas del poder del miedo, del desplazamiento forzado.
Forma parte de los miles de campesinos a los que la Colombia urbana nunca escuchó mientras eran masacrados, aterrorizados y perseguidos para que dejaran sus pertenencias, sus tierras, su arado.
También forma parte de los otros millones de campesinos a los que el mundo urbano tampoco escuchó cuando, desde el año 2005, comenzaron a alertar a la sociedad sobre lo que los Tratados de Libre Comercio sin límite iban a conseguir: desaparecer el campo y a ellos. Un cometido que el parmilitarismo y la guerrilla de las Farc no habían logrado en las dos últimas décadas.
Forma parte de los miles de campesinos a los que la Colombia urbana nunca escuchó mientras eran masacrados, aterrorizados y perseguidos para que dejaran sus pertenencias, sus tierras, su arado.
También forma parte de los otros millones de campesinos a los que el mundo urbano tampoco escuchó cuando, desde el año 2005, comenzaron a alertar a la sociedad sobre lo que los Tratados de Libre Comercio sin límite iban a conseguir: desaparecer el campo y a ellos. Un cometido que el parmilitarismo y la guerrilla de las Farc no habían logrado en las dos últimas décadas.
La impotencia me sacudía otra vez.
Mientras nos fundimos en un abrazo de despedida y nos expresamos buenos deseos, mis lágrimas se secaron. Con su enorme sonrisa Fernando insistía en que le recibiera una mandarina que llevaba en su mochila. La única que, seguramente le ayudaría en la caminata que tendría para llegar hasta donde estaban su mujer y sus hijos en esta inhóspita ciudad de cemento.
Mientras nos fundimos en un abrazo de despedida y nos expresamos buenos deseos, mis lágrimas se secaron. Con su enorme sonrisa Fernando insistía en que le recibiera una mandarina que llevaba en su mochila. La única que, seguramente le ayudaría en la caminata que tendría para llegar hasta donde estaban su mujer y sus hijos en esta inhóspita ciudad de cemento.
Nunca sabré si llegó a Modelia pero lo qué si se es que yo no regresé igual a mi casa.
*Pie de Cuesta.
Miedo DDHH
*Pie de Cuesta.
Miedo DDHH