Todos los martes una colombiana, de esas que están hechas de solidaridad, berraquera y ternura, Marleny
Orjuela, como en un
ritual sagrado, íntimo pero público, llega hasta las escalinatas de la
Catedral en la Plaza de Bolívar, para clamar e implorar un acuerdo humanitario
(¡Ya!), que consiga regresar con vida a sus seres amados. Nunca está sola. Junto a ella siempre están todos o algunos familiares, hermanos, hijos, madres y padres de los soldados y policías en
situación de secuestro en manos de las FARC.
"Sentémonos y digamos como hay que hacer para traerlos en realidad (...) Miremos a ver cómo es que los vamos a sacar". Es lo que dicen y han repetido desde que Andrés Pastrana era presidente, después y durante ocho años con Álvaro Uribe Vélez y ahora con Juan Manuel Santos. Siempre piden lo mismo: la libertad de todos.
Una tragedia sobre la cual muchos ya están hartos de pensarla tratando de descifrarla o entenderla, y frente a la cual la inmensa mayoría se ocupa solo cuando los medios, responsables de hacer seguimiento e informarnos, visibilizan a las personas en situación de secuestro solo cuando hay uno o varios muertos. Como ahora.
En el mismo lugar de la carrera sexta con calle décima, a donde estas víctimas invisibles van desde hace años a vivir su duelo anticipado,
hoy la gente, los colombianos, el mundo enter olos tiene en la mira pero no los ve (¿los escuchará esta vez?), mientras se sucede un entierro de primera para unos heroes de no se qué, que fueron tratados como víctimas de quinta durante 14 años!. ¡Como si hubiera víctimas de primera!
hoy la gente, los colombianos, el mundo enter olos tiene en la mira pero no los ve (¿los escuchará esta vez?), mientras se sucede un entierro de primera para unos heroes de no se qué, que fueron tratados como víctimas de quinta durante 14 años!. ¡Como si hubiera víctimas de primera!
Seguramente los encontraré otra vez el próximo martes ante la mirada indiferente de los miles de transeuntes que atraviesan el lugar. Con sus banderas blancas de paz y libertad, solos, como siempre han estado, exhibiendo con dignidad su dolor, agolpados en la misma escalinata portando sus cuidados e impecables carteles de los rostros más bellos de sus
amados. También, con su dolor a cuestas, más tristes y
más afligidos que siempre implorando que se sienten hablar unos y otros y todos, porque, ya sabemos, puede producirse un nuevo "error"
que ponga fin a las vidas de los que aún están en cautiverio a manos de unos
criminales, armados y organizados.
Los últimos héroes de la patria, los mismos por quienes la sociedad que
hoy se lamenta, llora, maldice, condena y rechaza, no ha hecho y no hizo lo suficiente que es
TODO para salvarlos de su destino cruel que ya no era estar en situación de secuestro por las FARC, sino de la
indiferencia y la indolencia de un "Nación" que siente, episódicamente,
solidaridad cuando ya no hay nada que hacer, sino ver impávidos
misas de primera con batallones de plañideras y cañones que no ensordecen las
armas de la muerte.
Pueda que las FARC y su barbarie los haya privado del bien y derecho humano más preciado: la libertad, pero a Libio José Martínez, Álvaro Moreno,
Edgar Yesid Duarte y Elkin Hernández Rivas los asesinó la tolerancia del "eso no es conmigo", "no podemos ceder", "que pena pero de malas" , "mejor no se meta" y el del "dejé así" de la inhumanidad rampante de este paisaje que es Colombia.
Como dice el poeta @valenciacalle: "Qué las palabras reclamen a los corazones la indiferencia de sus actos.
Qué la paz perdida se deje ver entre los rostros de la indiferencia".
Fotos by @Bunkerglo
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