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martes, 10 de abril de 2012

De truenos y trinos

Arturo Guerrero
En la antigüedad Júpiter tronaba. Hoy el energúmeno trina. El dios clásico conmovía, el exaltado moderno exaspera. Los sinónimos son diáfanos: mientras tronar equivale a resonar, retumbar o detonar; trinar es impacientarse, rabiar, alterarse o acalorarse.

El trueno fue maestro de mitos. Pueblos recién llegados al misterio del planeta recibían su cátedra cortante. Maestros de humanidad convertían el sonido majestuoso en criaturas que comandan el acaecer y el modo cotidiano de comportamiento.

El pendenciero que trina, en cambio, hace patente su viudez de poder y ejecuta aspavientos de niño malcriado, abandonado de dioses y de hombres. Así calificó esta monomanía el escoliasta Nicolás Gómez Dávila: "nada es más irritante que la seguridad con que opina sobre todo el que ha tenido éxito en algo".

El trino tiene en la actualidad eco sulfurante, debido a la inmediatez y omnipresencia que le ha agregado la tecnología. Regresa el orbe social a sus cauces naturales y el espía del pasado siente escozor en sus dedos. De inmediato teclea en su mínimo aparato un descontento que se vuelve eco en los vientos de la algarabía pública.

Incluso el uso de ciertas palabras proscritas en su tiempo le suscita ganas de seguir ocultando realidades evidentes desde siempre. ¡Que las cosas no sean las cosas! ¡Que el sol no alumbre los muertos para siempre muertos!

Tuvo éxito de públicos en su prolongado momento y ese endeble estatuto le infla un ego que enceguece su discernimiento. Olvida que su corona de hielo ardió bajo calores contundentes. Repudia la inteligencia de un pueblo indómito frente a monarcas.

Se arroga derecho de pontificar sobre presente y futuro desde la atalaya de un pretérito todavía no llevado a los estrados del juicio, pero sí servido como plato de inteligencia en el boca a boca de los ciudadanos. De ahí que irrite esta seguridad construida sobre amargura y orfandad.

A continuación de su desenfrenado imperio, no guardó intervalos de silencio para calibrar el tamaño de su abandono. Así, hizo el tránsito entre poder y nostalgia, omitiendo necesarias reflexiones acerca del otoño de los patriarcas.

Por eso no se dio cuenta de que sigue viviendo en un mundo que ya no apadrina patriarcas.

Y pretende seguir mandando como momia amarrada a su caballo.

Publicado el 11 de mayo de 2011 en El Colombiano

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