En la antigüedad Júpiter
tronaba. Hoy el energúmeno trina. El dios clásico conmovía, el exaltado
moderno exaspera. Los sinónimos son diáfanos: mientras tronar equivale a
resonar, retumbar o detonar; trinar es impacientarse, rabiar, alterarse
o acalorarse.
El trueno fue maestro de mitos. Pueblos recién
llegados al misterio del planeta recibían su cátedra cortante. Maestros
de humanidad convertían el sonido majestuoso en criaturas que comandan
el acaecer y el modo cotidiano de comportamiento.
El pendenciero
que trina, en cambio, hace patente su viudez de poder y ejecuta
aspavientos de niño malcriado, abandonado de dioses y de hombres. Así
calificó esta monomanía el escoliasta Nicolás Gómez Dávila: "nada es más
irritante que la seguridad con que opina sobre todo el que ha tenido
éxito en algo".
El trino tiene en la actualidad eco sulfurante,
debido a la inmediatez y omnipresencia que le ha agregado la tecnología.
Regresa el orbe social a sus cauces naturales y el espía del pasado
siente escozor en sus dedos. De inmediato teclea en su mínimo aparato un
descontento que se vuelve eco en los vientos de la algarabía pública.
Incluso
el uso de ciertas palabras proscritas en su tiempo le suscita ganas de
seguir ocultando realidades evidentes desde siempre. ¡Que las cosas no
sean las cosas! ¡Que el sol no alumbre los muertos para siempre muertos!
Tuvo
éxito de públicos en su prolongado momento y ese endeble estatuto le
infla un ego que enceguece su discernimiento. Olvida que su corona de
hielo ardió bajo calores contundentes. Repudia la inteligencia de un
pueblo indómito frente a monarcas.
Se arroga derecho de
pontificar sobre presente y futuro desde la atalaya de un pretérito
todavía no llevado a los estrados del juicio, pero sí servido como plato
de inteligencia en el boca a boca de los ciudadanos. De ahí que irrite
esta seguridad construida sobre amargura y orfandad.
A
continuación de su desenfrenado imperio, no guardó intervalos de
silencio para calibrar el tamaño de su abandono. Así, hizo el tránsito
entre poder y nostalgia, omitiendo necesarias reflexiones acerca del
otoño de los patriarcas.
Por eso no se dio cuenta de que sigue viviendo en un mundo que ya no apadrina patriarcas.
Y pretende seguir mandando como momia amarrada a su caballo.
Publicado el 11 de mayo de 2011 en El Colombiano
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