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domingo, 28 de abril de 2013

Bateman era un personaje como salido de Cien años de Soledad, escribe Rafael Vergara

Jaime Bateman Cayón, comandante máximo del M-19, murió hace 30 años.  (Nació en Santa Marta, abril 23 de 1940 - Panamá, abril 28 de 1983). La avioneta en la que volaba hacia Panamá cayó en el Golfo del Darién. 

Aunque vivía en la clandestinidad, Bateman siempre fue un osado haciéndose visible en cualquier lugar, por lo menos así fue los días previos a su muerte, según reveló pocos meses después el periodista Gabriel García Márquez en "Bateman: un misterio sin final".
 
Era agudo, valiente, inteligente, vivía en un “realismo romántico” como salido de las páginas de 100 años de soledad, le contó Rafael Vergara Navarro a Eduardo Galeano y a su esposa Helena en 1993, cuando el escritor uruguayo visitó al país como jurado del XXXIII Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias. 

Me cuenta Rafa, quien fue amigo y compañero de lucha de Bateman, que recog la cálida y extensa conversación con Galeano y Helena  en un texto que forma parte de un libro inédito y más amplio de sus conversaciones con Galeano en Cartagena y Montevideo.

Sentipensantes tiene el privilegio de publicar, con autorización de su autor, esta conversación.


Pablo, Jaime, El Flaco: ¡Bateman!*

Conversando de Bateman
by Rafael Vergara

Pienso - le dije a Eduardo y Helena- que quien se acerca a él se enciende, como sucede con Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar.

Encendió a Colombia con su propuesta de Paz y Diálogo Nacional desde la guerrilla y rescató un sentido, muy original por cierto, de patria y de esa palabra y conducta mágica: 

¡La dignidad!  

“Dignidad nacional y personal, dos caras de la misma moneda. Más allá de una cualidad moral la dignidad es un criterio político, un arma de la liberación”.

El flaco bebió de esa cantera. Se querían: "Si una causa nos pide el sacrificio de nuestra dignidad -enseñó Omar Torrijos- esa no es una causa justa, esa no es la voz de la patria".

El día que encontré a Eduardo Galeano traía a Pablo encarnado en mi espíritu, y no era para menos. ¡Cuánto  habría disfrutado él con este encuentro!

Mientras les entregaba el único libro póstumo de testimonios sobre  el comandante Pablo -así era su seudónimo-, las preguntas de Helena y Eduardo soltaron mi lengua: un hombre de una  sencillez  y un talante muy especial. Un  ser cósmico, marino, telúrico, con la  historia circulándole por las venas.

Nació donde murió Bolívar, creció en tierra de Mamos y entre los aires y el tiempo de la Sierra Nevada, montaña mágica y depredada, profanada. 

Luchaba como indio por el indio; para él el banano siempre estuvo ligado a la sangre del trabajador castigado por producir y no callar injusticias.

Su juventud se ilustró en este Macondo con ferrocarriles llenos de muertos sin nombre y rebeldes capaces de pelear cien guerras, con miseria y humillación extendida en una zona - como el decía- “donde los perros de los gringos detrás de las rejas comían mejor que la gente”.

Nació en Santa Marta, el primer asentamiento español que sobrevivió y se convirtió en la más antigua ciudad del país. En esta región se hizo líder Jorge Eliecer Gaitán con su célebre debate desenmascarando impunes, cuando la matanza de las bananeras, magistralmente contada en Cien Años de Soledad por García Márquez, que también es de allí, de un pueblito llamado Aracataca.

La vieja Clema, la madre de Pablo, me contó que desde niño leía a Bolívar y recitaba los discursos de Gaitán; no es extraño, pues, que planearan y rescataran la espada del museo y, más que ser un marxista antiburgués, como Gaitán haya entendido el carácter antioligárquico de la lucha democrática colombiana y la urgente necesidad política de encontrar los hilos de una identidad nacional perdida o fracturada.

A principio de la década de los ochenta, caminando por las calles de Coyoacán, Ciudad de México, me contó con indignación que había visto a un gringo comprando la espada del coronel Aureliano Buendía, años después de su muerte.

Imaginación o realidad, ya nunca lo sabremos. Lo que sí se es que a partir de su vivencia en la zona bananera, adquirió un profundo sentido de patria colombiana y latinoamericana.


Este guerrillero del tamaño de una puerta, narigón y con afro, frente a los extremismos reaganeano-socialburocráticos, con  audacia, desde la izquierda y con las armas en la mano, planteó construir y copar el centro político. Fabricar un ring y unas reglas de juego propias, democráticas, concertadas, con un solo límite: la dignidad del Otro.

Su nacionalismo le permitía proponer, mas allá del conflicto este-oeste y de los combates y tiros, salidas que impidieran la extensión e incremento de esta fiebre que nos quema por dentro posibilidades y tiempos.

Bateman se nos va en 1983, sin embargo la nueva Constitución y la Asamblea Constituyente de 1991, están íntimamente ligadas a sus sueños de guerrero de la paz y político concertador de intereses diversos.

Todo arranca en 1980, a raíz de la toma de la embajada de República Dominicana. El loco de  El Flaco en su primera aparición pública le dice al mundo y a la oligarquía que la solución para dejar en libertad a los más de 20 embajadores retenidos  por el M-19, incluido  el gringo, es la de reunirse  en Panamá. Debajo de un palo de almendro ponerse de acuerdo, todos ricos y pobres: curas, políticos, banqueros, trabajadores, comunales, gremios y sindicatos, generales y guerrilleros y, como colombianos, hacer un sancocho nacional de necesidades y posiciones para ponernos de acuerdo en una salida negociada, donde todos quedemos contentos.

Nadie fue a Panamá salvo él y dos comandantes fugados de la cárcel de máxima seguridad: Iván Marino Ospina y el Cholo Helmer Marín. A partir de allí en este país del Sagrado Corazón de Jesús, comenzó a hablarse de Diálogo, Negociación y Paz.

¡Hablemos, coño! ¡Dialogar dignifica! Siguió gritando entre los tiros de su pequeño "ejército" de heterodoxos bolivaristas y bolivarianos del país.

Eso es este país. 

Cuando en medio de la muerte repartida por doquier no se visualizaban soluciones, un guerrillero colombiano sorprendió a todo el mundo con esa propuesta de paz en una América Latina incendiada por las injusticias, luchas intestinas, golpes militares y las disputas internacionales por territorios y conciencias. 

Este cambio golpeó el plan estratégico gringo, dueño del concepto de democracia y empeñado en la descalificación de la lucha insurgente.  En suma, imponer la solución militar y la abyección de los gobiernos a sus propósitos.

Y, duele que en estos países sin memoria que a la gente se le haya olvidado esto. Sobrevive la historia oficial: Contadora, el presidente, los gobiernos, pero los que de verdad visualizaron y sentaron las bases, borrados.

En fin, él se ganó en este país y en el continente el derecho a que se le recuerde, como enseñó el gran General de la Dignidad Latinoamericana, Omar Torrijos: "El que siembra cariño recoge cariño".

Yo no quiero entrar a la historia, quiero entrar al Canal.

Bueno Eduardo, cambiemos de tema, cuéntame del plebiscito en Uruguay...

¡No!, espera Rafael, exclama Helena, seguí contándonos de Bateman, ¿cómo era su temperamento?

Alegre y nostálgico como buen caribeño. Tocable y descomplicadísimo, no se enredaba, no creía en maximalismos ni funcionaba con la lógica de yo el bueno y los demás los malos.

Era apasionado y muy libre de la cabeza. No creía en dogmas ni ideologismos. Había asimilado muy bien esa frase de Simón Rodríguez: "Inventamos o nos jodemos".

Entendió que la principal virtud pública en un país de intolerantes es ser tolerante y ajeno a toda soberbia.                            
Y que des-dogmatizar permite derrotar odios y desconfianzas heredadas, acercando extremos y desarrollando intereses comunes.

Así como en una época desató los escándalos por hablar de un socialismo a la colombiana y criticar duramente la ineficiencia de la guerrilla y sus símbolos; ¡figúrense!, en una entrevista llegó a decir que no aceptaba la dictadura del proletariado, que "la Internacional" era un himno pasado de moda y que la revolución había que hacerla con cumbias y jolgorio, porque la revolución es una fiesta...

Era tan agudo y valiente que ante el álgido debate de la época entre capitalismo y socialismo, levantaba la bandera de la democracia en armas y ostentaba con orgullo el título de reformista, lanzado en su contra con tono de insulto amenazante: "primero consigamos la democracia y después hablemos de otras vainas".

Y la gente no creía; no, que eso es táctico, que el EME está metiendo caña, que son comunistas, y nada;  para él la democracia es un medio y un fin.

Llegó a plantear que el programa del M-19 fuera la Declaración de Derechos Humanos de la ONU y a decir abiertamente que, por supuesto, nosotros estábamos a favor de la propiedad privada, pero para todos.

Lo increíble es que, en muy corto tiempo y desde la clandestinidad, se convirtió en el principal interlocutor del gobierno y la oligarquía. Salía en los periódicos y la TV permanentemente y más de una periodista soñaba con ser "secuestrada" para entrevistarlo y de paso rumbeárselo. Y él dejarse.

Era el personaje más buscado de Colombia y a su vez el más cotidiano. Hablaba con todo el mundo y pese a su poca común estatura que lo hacía identificable, se movía como Pedro por su casa.

Él decía que lo protegía "la Cadena de los Afectos", su convicción de que si uno se esconde mucho lo encuentran.

En una extensa y valiosa entrevista Alfredo Molano, le pregunta: flaco, ¿no le da miedo verlo a media cuadra de los militares? ¿No le impresiona la ironía que significa encontrarnos a tan corta distancia de los hombres que lo buscan?

En el cuartel de enfrente marchaban los militares, desfilaban sincrónicos, sonoros, con redoble de banda de guerra y actitud ceremonial.

-"No, hombre, ¡qué va! No me da miedo. ¿Acaso no sabes que para ellos yo soy invisible? ¿O para que crees que sirve la cadena mental?"

Frente a tal respuesta, Molano riposta: flaco, ¿Cuando grande o cuando chiquito?

"¡Ahora!,  contesta,  no ve que mi mamá es gnóstica y el comité ejecutivo de ellos o como se llame su dirección  en Santa Marta, nos hacen "cadena de afectos" y eso le impide al enemigo que me vea y puedan hacerme daño".

¿En serio cree en eso? -explícate-, insiste Molano.

"Mira, Alfredo, es sencillo: “Si una persona es absolutamente sentida, constantemente querida, y si en ella se dan cita cantidad de afectos fuertes, el afecto de la madre, de la hermana, de la amante, el calor de los amigos.

Esa cadena de afectos te defiende del peligro, te protege de la muerte, te vuelve casi inmortal, o por lo menos impide el que lo maten a uno así no más. El amor es certeza: ¡La Certeza de la Vida!”.

Aunque parezca mentira, esa entrevista es clave para entender muchas vainas en el M-19 y lo que pasó después con la dejación de las armas y posterior dolorosa disolución de la organización. Lo que inició la orfandad.

Todos nos apropiamos de ese credo, fue como agua fresca, un escudo, una certeza frente a las incertidumbres de una lucha clandestina, donde la muerte es realidad y posibilidad cotidiana.

La famosa cadena de los afectos cambió la mentalidad de la militancia y la dinámica de las relaciones interpersonales: humanizó y es el fuerte ingrediente ético que nos diferenció de las otras fuerzas insurgentes.

Fortaleció la mística en las acciones, la convicción y la unidad del grupo. Cuando les cuente lo que pasó después de la muerte de Pizarro, - el despelote continuado- volveremos a hablar del amor como sustancia de la lucha revolucionaria y de los efectos trágicos de la ruptura de la "cadena de afectos".

A Bateman, de verdad, no le conocí mezquindad: buscaba un acuerdo no para solucionarle un problema de reinserción a un grupo de guerrilleros, -que es a lo que han querido reducir el proceso de paz en Colombia- sino resolver el problema del país, avanzar en la construcción de la democracia, -como diría emocionado desde el monte-.

"No la carreta formal, esa  palabrita pendeja: "¡La Democracia!, no joda, quiere decir  ¡El Poder del Pueblo"! 

Su objetivo fue claro: darle poder al pueblo, no al partido y allí la diferencia con la izquierda tradicional.

Entonces viene lo más hermoso y esencial que es la ejecución del "Realismo Romántico" que es, a mi modo de sentir, lo que nos permitió ocupar un amplio espacio en el corazón y la conciencia del pueblo y hasta en las preocupaciones y discursos de Reagan.

Ese es el antídoto del pragmatismo hueco de hoy y lo que puede rescatar los liderazgos en esta pérdida paulatina de aceptación popular de las organizaciones como protagonistas del cambio democrático.

Si, exactamente es así. Mucho parte de allí. Hay una interrelación estrecha con el realismo mágico. De hecho, pienso que el Eme y Jaime son personajes salidos de las páginas de Cien Años de Soledad.

A Gabo ese libro le trajo más de una preocupación con los militares, más aún cuando Pablo contó que el único requisito para entrar al Eme era leerlo.

Entre sus restos y los de la accidentada avioneta que los Cunas encontraron nueve meses después, había hojas  contando las andanzas del coronel Aureliano Buendía.

Ellos dos se quisieron y se entendieron mucho. Gabo escribió una crónica bellísima, meses después de su desaparición física, cuando se dio  a conocer el hecho de su muerte misteriosa.

Murió de "enfermedad de avión", como decía Bateman cuando hablaba de su amigo Torrijos, de  Zamora Machael, Jaime Roldós y Ernesto Jovel, dirigente de la revolución salvadoreña.

En esa década del documento de Santa Fé I varios dirigentes revolucionarios se encontraron con montañas que no aparecían en los radares o volaron en pedazos sin que se determinaran las causas. Vainas de la guerra y sus asesinatos políticos.

Paz Zamora fue un sobreviviente de esta extraña enfermedad que algunos imputan a la "compañía".

En el caso de Jaime no sé que  decirte, es un misterio y a su vez una coincidencia porque tres de los "accidentes" referenciados se dieron en Panamá.

Pienso que fue culpa del azar, de una tormenta en la zona o por andar en una avionetica de pedal, pero, con las ganas que le tenían, siempre quedará la duda.

Creía fervientemente en la utopía y de allí el método del realismo romántico que implica, a partir de la realidad  creer en imposibles, en que la historia no es lineal y que algo hay en el alma de la gente y en las situaciones que no es ideologizable ni codificable.

Se trata  que a partir de lo existente: la identidad, la colombianidad, la injusticia, la represión, lo oligárquico; con templanza y sin miedos, atreverse a despolarizar o desidelogizar el conflicto, congelar o matar odios seculares, buscar con grandeza razones para alianzas, precisar el o los enemigos físicos o conceptuales a vencer o disminuir, y concertadamente aproximar  en la negociación el concepto de nación a los de justicia social y democracia y el del derecho al desarrollo al de la redistribución verdadera de los beneficios del crecimiento.

Nosotros aprendimos, gracias a este método que teníamos que volvernos fuertes uniéndonos en un solo propósito y creyendo en la gente, que valía la pena morirse por la paz porque eso contribuía a lo grande: lo estratégico, las soluciones a estos conflictos eternos que nunca terminamos de superar.

Eso es el subdesarrollo: llover eternamente sobre mojado y para esa superación de la tragedia es necesario despertar la pasión del pueblo, su credibilidad en sí mismo.
Es pensar en el  pueblo como sujeto y no como objeto, es actuar con él en su defensa y transformaciones.

La gente común y silvestre necesita además del empleo, felicidad, certezas y derecho a soñar.

Se requiere una cultura de realizaciones, una cultura de la vida en  un lugar donde hemos perdido la capacidad de asombro y donde mueren al año mas de 30 mil colombianos de una enfermedad muy nacional: "la plomonía".

Y donde no hay culpables, sobre todo si los asesinatos son de los grandes líderes, de los guías, de los que despiertan la pasión del pueblo. 

Por eso el discurso de Jaime era directo y sencillo, era un comunicador.

"La paz  -expresaba con vehemencia- es que no se mueran de hambre 30 niños al día; paz es que no se persiga y se mate a los indígenas por luchar por sus tierras y su cultura;  paz es que el obrero, el empleado, el llevado tengan trabajo y salario justo, y que puedas ser del M-19 o comunista o verde  o amarillo y que por no ser rojo o azul te tengas que morir"; Paz es que no se roben los políticos la plata del pueblo y que estos gobiernos tengan dignidad frente a los gringos  y al mundo, que no nos obliguen a sentir vergüenza por ser colombianos.

Y es que para un justiciero como él, negociar  -que en ese tiempo de radicalidad  era un pecado mortal asimilable a traición- significaba aceptar la existencia del otro, reconocer que cada uno defiende su verdad pero que "la verdad" siempre variable, es la suma o negación de alguna de ellas y sobre todo, implica la inclusión y consideración de una que es fundamental y de la que nadie hablaba: El hambre mata y la rebelión existe donde hay injusticia.

Gaitán a la oligarquía le increpaba: "El hambre no es liberal ni conservadora".

Y su voluntad de soñador gigante y la de los hombres y mujeres que lo seguíamos con armas o sin ellas, se transformó en una voz que pesó en un país oligárquico donde no pasaba nada.

Y los autistas comenzaron a oír y los ciegos a ver y desapareció la desesperanza y comenzaron a existir certezas y desquites y sonrisas de complacencia con su irreverencia frente a un poder arrogante y excluyente, e inconmovible.

A tiros de inteligencia y audacia luchó por ponerle una silla al pueblo en la mesa donde se reparten las ganancias y la infamia.

En este caos funcional que se llama Colombia, con su sencillez, la alegría, el coraje y el amor, le dio  en la cabeza a la izquierda esclerótica y a la derecha dogmática.

Por eso los anuncios en la primera página de los periódicos del poder: "Ya viene, contra parásitos y gusanos. ¡Ya viene!  M-19; Cansancio, falta de memoria  ¡Ya Viene! M-19.

Rafael Vergara
Con la ternura del ritmo despacioso y la cadencia de la voz  sabia intervino Eduardo:

"Porque el pasado está vivo, aunque haya sido enterrado por error o por infamia, y porque el divorcio del pasado y el presente es tan jodido como el divorcio del alma y el cuerpo, la conciencia y el acto, la razón y el corazón".

Por supuesto nadie se lo agradeció; en ningún discurso solemne se mencionó su nombre de rebelde victorioso.

Los encorbatados lo siguieron tratando como subversivo en un escenario de paz diseñado y luchado por él, le negaron su puesto o se lo embolataron.

Y en verdad, Eduardo, a Jaime, donde esté, eso le importó un carajo, sabía estar más allá de la importancia personal.

Siempre valoraba el límite de lo posible. Sabía para dónde iba y qué llevaba en el morral.

El Flaco hizo la guerra para conquistar el derecho a la paz y le cantó al amor para derrotar el odio como motivación de la lucha armada y el cambio social.


Confieso que, agradecido con los que luchando trascienden, insistí en motivarlo para que la historia le haga justicia a este latinoamericano que nació para escribir la historia haciéndola".

* Titulo original del texto. Fotos tomadas de la Internet sin autores definidos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...


Si la revolución es una fiesta los colombianos estamos destinados hacerla.
"la Internacional" era un himno pasado de moda y que la revolución había que hacerla con cumbias y jolgorio...Fascinante artículo el de Rafael.

Isaias Romero P. dijo...

El 30 de mayo de 1983 mi padre, Ángel Romero, era Jefe de Redacción de el Periódico El Universal de Cartagena y en contra de todas las previsiones, en contra, incluso, de la versión oficial del momento y siguiendo su olfato periodístico, agudo y afilado por años de formación frente a una máquina de escribir o la libreta de notas, publica la muerte de Jaime Bateman.

www.yopoetrix.blogspot.com

Anónimo dijo...

No sé, pero es imposible dejar de describirlo como a un verdadero criminal que participó de manera muy activa en el baño de sangre que inundó a Colombia. Digan lo que quieran: que era un personaje, que romántico, que interesante y no sé qué otros halagos de cínicos más, pero Bateman sólo estaba sediento de protagonismo y de sangre. Lástima tanta inteligencia perdida.

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