Así como hay poetas solares y poetas lunares, los hay que aman a los perros o a los gatos.
Yo, como mi maestro Baudelaire, que sabía leer las horas en los ojos de los felinos como se hace en la China, según su invectiva, prefiero a los gatos. Porque nunca acabamos de tener un gato.
Él es expropiador, okupa, misántropo, misterioso, independiente y hasta escultor, pues todo el día vive haciendo estatuas de sí mismo en los sillones mientras duerme su nirvana: un gato es mil gatos, de acuerdo a su postura.
El gato es en suma un verdadero anarquista de los tejados. Vive de manera lenta pues el tiempo, más que los ratones, es su verdadera presa.
Los perros lo saben y lo odian, porque ellos, y a causa del malicioso hombre que los ha envilecido a su servicio, están con la propiedad privada, le ladran con furor a los mendigos, son clasistas y serviles con y como sus amos. ¡Vaya! Si hasta hay perros policías.
Se me dirá que hay unos canes muy bellos y cómplices que auxilian a extraviados y dipsómanos. Llevan colgados a sus cuellos unos barrilitos de cognac, pero su población es escasa y no alcanza a reivindicar a la población canina que aúlla sin tregua y sin compasión por el vecindario en las noches urbanas.
Nadie imagina un gato policía, ni siquiera detective, a pesar de que este segundo y también deplorable oficio tenga algo de misterioso, como nos informan las páginas de Conan Doyle, un tipo que dividía el mundo tajantemente entre víctimas y victimarios, entre los que ponen la herida y los que ponen el puñal. Con todo esto, creo que es por esa condición insumisa y filosófica de los felinos que hay más maullidos y ronroneos en la poesía del mundo que ladridos caninos.
Yo le leo toda esta parrafada a mi gato gris perla, que se llama Barbieri, y aunque no es de angora ni es persa, ni es letrado ni sabe latín como los gatos de Roma, aunque no aprecia las metáforas de los poetas escaldos como lo hacen sus congéneres germanos, parece entender lo que le leo pues me guiña uno de sus ojos azulencos y pasa de inmediato a dormir en su almohadón.
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