El periodista Ignacio González me hace llegar este artículo vía email desde Madrid. Es un punto de vista distinto y revelador de todo cuanto los medios occidentales han querido mostrarnos sobre las crecientes revueltas en Oriente Próximo., en particular, la de Libia. La única manera que encontré para compartirlo masivamente fue subiendolo a mi Blog. El autor del artículo es Mike Whitney un analista político
independiente que vive en el Estado de Washington y colabora regularmente con
la revista norteamericana CounterPunch. www.counterpunch.org Pese a que busque el texto original en inglés en la publicación, (el mensaje recibido traía la fecha 20/02/11) no lo encontré. Talvez no fue publicado allí, sin embargo, bien vale la pena leerlo de princio a fin.
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"La revolución en Egipto es una expresión de la voluntad
del pueblo, de la determinación del pueblo, del compromiso del pueblo…
Musulmanes y cristianos han trabajado juntos en esta revolución, como lo han
hecho grupos islámicos, partidos laicos, partidos nacionalistas e
intelectuales… Lo cierto es que todos los sectores han tomado parte en esta
revolución: los jóvenes, los viejos, las mujeres, los hombres, los clérigos,
los artistas, los intelectuales, los obreros y los campesinos.” –
Hassan Nasrallah, Secretario General de Hezbollah
La historia real de
lo que está aconteciendo en Egipto es ocultada en los EEUU: no casa con el
lema de las “maravillas del capitalismo” que los medios de comunicación
gustan de repetir hasta la náusea. La desnuda verdad es que el grueso de las
políticas económicas exportadas por Washington a través del soborno y la
coerción han causado un malestar masivo en la población trabajadora, lo que
ha terminado por provocar un incendio en el Oriente Próximo. Mubarak es la
primera baja en esta guerra contra el neoliberalismo; vendrán muchas
más. En realidad, la dimisión de Mubarak es, probablemente, un mera
concesión a los trabajadores egipcios ideada para que sigan el consejo de los
militares y regresen como corderitos a sus maquilas para que los orondos
ejecutivos con sede en Berlín y en Chicago puedan extraer unos cuantos
centavitos más de su penoso trabajo. Lo más probable, empero, es que no
ocurra tal cosa; porque los 18 días en la Plaza Tahrir ha tenido un efecto
transformador de la consciencia de los 80 millones de egipcios que,
subitáneamente, han dicho “basta”. El pueblo ha despertado de su sopor, y
ahora están preparados para la pelea.
La revolución
empezó mucho antes de las manifestaciones en la Plaza Tahrir, y seguirá durante
mucho tiempo. Los trabajadores se están rebelando por doquiera contra unas
condiciones miserables de vida, contra unos salarios de esclavitud y contra
las “privatizaciones”, la joya de la corona del neoliberalismo. La
privatización de las industrias públicas en Egipto es la causa más inmediata
del levantamiento popular en curso. Ha llevado a un declive general de los
niveles de vida de tamaña extremidad, que la gente prefiere ya enfrentarse a
las cachiporras de la policía a seguir soportando más de lo mismo. He aquí un
extracto de la revista Foreign Policy que resulta iluminador de lo que
está pasando:
“En las
fábricas conurbanas de El-Mahalla el-Kubra, una ciudad industrial situada a
pocas horas de automóvil al norte del Cairo, radica lo que para muchos es el
corazón de la revolución egipcia. ‘Es nuestro Sidi Bouzid’, dice Muhammad
Marai, un activista sindical, refiriéndose a la ciudad tunecina en la que un
vendedor ambulante frustrado se prendió un fuego que terminó por ser la
chispa de la revolución.
“En efecto:
las raíces del levantamiento de masas que echó del poder al dictador Hosni
Mubarak han de buscarse en el papel central que jugó hace años aquella ciudad
anegada por la contaminación industrial en el inicio de unas huelgas obreras
y de unos movimientos sociales de base que terminaron extendiéndose por todo
el país. Y es el núcleo simbólico de la reciente deriva hacia la revolución:
una oleada de huelgas contra las desigualdades sociales y económicas que
llevaron a la paralización de buena parte de Egipto.
“Más de
24.000 obreros en docenas de fábricas textiles, públicas y privadas, y en
particular en la gigantesca planta de Egypt Spinning and Weaving plant,
fueron a la huelga y ocuparon fábricas durante seis días en 2006,
consiguiendo un aumento de sueldo y algunos beneficios asistenciales
sanitarios. Análogas acciones tuvieron lugar en 2007…
“ ‘Luego de
Mahalla en 2008, aparecieron las primeras debilidades del régimen’, dice
Gamal Eid, de la Red Árabe de Información sobre los Derechos Humanos. ‘Nada
fue igual en Egipto después de eso’.” ("Egypt's Cauldron of
Revolt", Anand Gopal, Foreign Policy.)
Compárese esta
historia con la narrativa ofrecida por los medios de comunicación
estadounidenses, según la cual la revolución se desencadenó a causa de unos
textos de twitter enviados a sus amigos por unos dichosos
“veinteañeros” que deambulaban excitados por las calles del Cairo. Grotesco.
Esta revolución arraiga en la clase obrera; por eso la prensa del establishment
es tan reluctante a explicar lo que realmente está pasando. Hablar de
“clases” es cosa expresamente prohibida en los medios de comunicación
estadounidenses, porque eso viene a apuntar más o menos a los bolsillos sin
fondo de los barones ladrones que han creado los mayores extremos de
desigualdad que registra la historia universal. Escuchemos lo que dice
Michael Collins en The Economic Populist:
“Egipto
inició una serie de reformas en los 90 que alteraban deliberadamente las
cosas en perjuicio de los trabajadores y de los pequeños campesinos. El
gobierno liquidó a precio de saldo las grandes empresas públicas. Los nuevos
propietarios privados tenían pocos incentivos para mantener a la gente en sus
puestos de trabajo o para conservar puestos de trabajo en Egipto. El gobierno
aprobó nuevas medidas para proteger a los grandes propietarios agrícolas,
abandonando a su suerte a los pequeños campesinos.
“Cuando el
primer ministro conservador Ahmed Nafiz llegó al poder en 2004, la situación
se hizo desesperada. Merced a una ley hostil al mundo del trabajo, creció en
Egipto la presión sobre los trabajadores industriales. La ETUF tenía poco que
ofrecerles, y a menudo, anulaba los votos a favor de ir a la huelga de las
secciones locales…
“El mismo
movimiento trabajador que impulsó la huelga de 2006 y su secuela en 2007,
llamó a una huelga nacional el 6 de abril de 2006 a favor del aumento del
salario mínimo y en protesta por los elevados precios de los alimentos. El
gobierno de Mubarak envió a la policía, que tomó la fábrica en la esperanza
de abortar la huelga. Estalló entonces un conflicto cargado de violencia por
parte de la policía contra los miembros de los sindicatos que llamaban a la
huelga. Se detuvo a trabajadores. Enseguida vinieron procesos, acusaciones y
condenas. Otros sindicalistas prosiguieron la protesta.
“Un escritor
egipcio observaba: ‘En el levantamiento del 6 de abril, las reivindicaciones
de los trabajadores se solapaban con las del conjunto de la población. La
gente exigía una bajada de los precios de los alimentos y los trabajadores
exigían un salario mínimo’.
“Además, el
Movimiento juvenil del 6 de abril apareció como un actor clave en punto a
fijar los objetivos de la huelga nacional. Es la misma organización que ha
sido central en la movilización de multitudes por todo el país.”
("Forces Behind the Egyptian Revolution", Michael Collins, The
Economic Populist.)
¿Lo ven? Esto no va
de derrocar a un dictador; va de guerra de clases. Y de eso nadie habla en
los medios de comunicación occidentales.
La revolución es un
indicio del auge del movimiento obrero organizado, y constituye un asalto
frontal al Consenso de Washington y al régimen que, lanzándolo a Egipto a una
carrera hacia el abismo, ha puesto a los trabajadores en una situación
límite. No ocurrió de un día para otro; esas fuerzas se habían ido fraguando
durante mucho tiempo, y la yesca ha prendido ahora.
Se trata tanto de
una lucha por los derechos de los trabajadores y por el poder político como
de una lucha por la mejora salarial y de las condiciones de trabajo. La
dimisión de Mubarak ha envalentonado a la gente y robustecido su
determinación de combatir por un cambio estructural real. Es su oportunidad
de configurar el futuro, y esa es la razón de que Washington esté tan
preocupado. Fue también la razón de que las ONG respaldadas por los EEUU y
sus agentes anduvieran tan diligentes en los intentos de deponer a Mubarak,
porque creían que, removido el tirano, podrían apaciguar a las masas y
conseguir que volvieran tranquilamente a sus fábricas y a sus maquilas con un
par de palmaditas en la espalda. Pero no es así como están discurriendo las
cosas. Diríase que los trabajadores saben intuitivamente que Mubarak es pieza
perfectamente reemplazable en el mecanismo imperial. Hasta ahora, no han
conseguido aplacarles, someterles o cooptarles, aunque la pandilla de Obama y
su líder en la junta militar, Tataui, lo intentarán desde luego. He aquí un
fragmento de la entrevista concedida por la profesora Mona El-Ghobashy (del
Barnard College) a Democracy Now, útil para entender mejor el contexto
de lo que está pasando en el Cairo.
“Esta
revuelta tiene una prehistoria. La política egipcia no empieza el 25 de
enero. Lo cierto es que se ha visto afectado por una extraordinaria oleada de
protesta social desde al menos el año 2000. Esto no es ningún modo nuevo. De
ningún modo es un fenómeno post-13 de febrero. Es algo que ha venido
ocurriendo desde hace tiempo, con picos en 2006 y 2008, lo que da un peso
extra a la protesta que se disparó entre los funcionarios, los policías y
otros empleados públicos… Lo que muestra eso es una convergencia del viejo
tipo de protesta con un ambiente político completamente cambiado. Ese es su
significado…
“Así que, si
queremos entender el significado de lo que ha pasado hoy, tenemos que vincularlo
con la urdimbre de la política egipcia que empieza a configurar en 2000, para
decirlo rápido, pero las protestas vienen ocurriendo ya desde los 90. Una de
las protestas de mayor dimensión fue una huelga de los trabajadores de
canteras en 1996, que realmente sacudió en su momento al país. Claro, nadie
se acuerda ahora de eso.
“Pero,
volviendo al extremo que quiero destacar, estamos entrando en un período,
como observó Issandr, en un momento realmente revolucionario en la política
egipcia: la constitución y el parlamento están suspendidos, pero, al propio
tiempo, tenemos esta estructura social rodante en la que casi todo el mundo y
prácticamente todos los sectores de la población están saliendo a la calle y
buscando aprovechar la oportunidad política ofrecida por el cambio de
régimen, y lo están haciendo porque ya sabían cómo hacerlo. Saben cómo ocupar
y acampar en las calles. Saben cómo negociar con los ministros del gobierno.
Saben cuánta gente hay que poner en una esquina para lograr que el ministro del
gobierno vaya a hablarles a la esquina. Por eso es significativo, no porque el 13 de febrero sea un renacimiento de la política egipcia.” ( Mona
El-Ghobashy, Democracy Now.)
La administración
Obama no está “manejando los hilos” de esta revolución; la verdad es que está
sin prácticamente margen de maniobra. Los EEUU tienen muy poco control sobre
los acontecimientos de base, y todos sus esfuerzos se centran en el “control
de daños”. Por eso sigue Obama con sus necios pronunciamientos, día sí y otro
también, llamando a los manifestantes a a desempeñarse pacíficamente e
invocando las palabras de Martin Luther King para calmar las aguas. Pero
nadie presta la menor atención a lo que diga Obama. Es completamente
irrelevante. También les taren al pairo los píos deseos de Hilary Clinton
para que el Congreso asigne una partida para “ayudar al crecimiento de
partidos políticos laicos”. ¿Para qué, si el caballo ya ha salido del
establo?
Tampoco los
militares egipcios tienen el control: por eso siguen emitiendo comunicados
contradictorios , ora celebrando el triunfo en la Plaza Tahrir, ora
amenazando con medidas drásticas si la gente no regresa a sus puestos de
trabajo. Cuando los militares se decidan por una determinada estrategia y
empiecen a reprimir masivamente a los trabajadores en huelga, empezará la
revolución real y aparecerá una nueva realidad política. Nada galvaniza tanto
la atención o conmueve más las propias raíces de clase que la sangre en la
calle.
Y no hay fórmula
establecida de antemano para dirigir una revolución, no hay libreto para el
éxito. Cada revolución es diferente, como únicas son las aspiraciones de los
pueblos empeñados en ellas. Rosa Luxemburgo se percató perfectamente de eso:
“La clase
obrera moderna no lucha conforme a un plan preestablecido en algún libro de
teoría; la lucha de los trabajadores modernos es una parte de la historia,
una parte del progreso social, y en medio de la historia, en medio del
progreso y en medio del combate aprendemos el modo en que debemos combatir…
Eso es precisamente lo que resulta digno de alabanza de esa lucha:
precisamente por eso, esta colosal pieza de cultura que es el movimiento
obrero moderno define una entera época histórica: las grandes masas del
pueblo trabajador comienzan por forjarse, a partir de su propia consciencia,
a partir de sus propias convicciones y aun a partir de su propia comprensión
de los acontecimientos, las armas de su propia liberación.”
El pueblo egipcio
ha evitado una confrontación abierta con as fuerzas gubernamentales con una
astucia impresionante. Pero el peligro de las medidas drásticas represivas
sigue siendo muy real. Los trabajadores han presentado sus reivindicaciones,
y en este nuevo ambiente de activismo político, es harto improbable que
retrocedan mientras no consigan sus objetivos. No se conforman con la salida
de Mubarak. Saben que “el nuevo amo es semejante al viejo amo”. Como declara
en su Manifiesto, el Centro de los Sindicatos y Trabajadores de
Servicios, no se trata ya sólo de “salarios decentes” o de “asistencia médica”;
el pueblo egipcio “se niega a seguir viviendo una vida de humillaciones”.
Un extracto de ese Manifiesto
de los sindicatos obreros:
“… 300
jóvenes han pagado con sus vidas un precio por nuestra libertad y por nuestra
emancipación de la humillante esclavitud que padecemos. Y ahora, la vía, la
senda, está expedita para todos nosotros…
“La libertad
no es sólo una exigencia de la juventud… queremos libertad para poder
expresar nuestras reivindicaciones y reclamar nuestros derechos … para poder
encontrar una forma de gestionar la riqueza de nuestro país, los frutos
robados de nuestro duro trabajo… para poder redistribuir con algún sentido de
justicia… para que los diferentes sectores oprimidos de la sociedad puedan
lograr más de lo que a ellos es debido y no tengan que padecer
innecesariamente hambre y enfermedades.”
El pueblo egipcio
quiere lo que le es debido: su libertad, su dignidad, y una porción
equitativa del pastel. Y diríase que están en condiciones de conseguir todo
eso.
Traducción :
Mínima Estrella
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miércoles, 23 de febrero de 2011
Egipto: la revuelta de la población trabajadora ignorada por los medios de comunicación occidentales
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