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sábado, 26 de enero de 2013

Punta de Gallinas: miseria y edén


Habla con autoridad y serenidad y un natural cuidado por el lenguaje y las palabras, en español o en wayuunaiki

Es una mujer de 'viento, sol y arena', como usualmente describen a las personas de la etnia Wayúu a orillas del mar Caribe, luminoso territorio desértico, seco y árido de los extensos 15 mil kilómetros cuadrados de la Alta Guajiracolombiana. 

Nació en Media Luna, una de las bahías, la más grande, de la inmensa cresta costera en la parte norte de la península. Lugar a donde embarcan en pleno mar el carbón que sale del Cerrejón. Desde sus orillas, ahí mismo en Puerto Bolívar, zarpan pequeños botes con motores fuera de borda movilizando paisanos y turistas, en su mayoría extranjeros, que van hasta la parte más norte de Colombia y Suramérica: Punta de Gallinas. 

Todo es inconmensurable en tierra de los guajiros. 

El cielo y el mar abrazan la tierra ocre sembrada de espinas con el ímpetu constante del levante, en el sempiterno sol y bajo la deslumbrante bóveda nocturna. Un lienzo de todos los azules posibles sirve de marco para los paisajes de dunas y médanos de refinada y suave arena como tamo de azúcar.

La verdad, no se puede estar allí sin sentir y pensar y vibrar y conmoverse una y otra y mil veces con tan sublime belleza. 

Un paraíso cargado de recurso naturales: gas, carbón, vientos..  Megaproyectos energéticos a gran escala, pero de los que no se benefician los verdaderos dueños de estas tierras quienes, confinados desde tiempos pretéritos en el vasto territorio, se las han tenido que arreglar para sobrevivir sin agua dulce, sin agua potable, sin energía eléctrica, sin carreteras... 



Como en una versión pos moderna del Quijote, frágiles gigantes de 60 metros de alto mueven con perfecta sincronía los 30 metros de brazos aspas para aprovechar las corrientes de los alisios, y de todos los que se dan cita en esta zona para la generación de energía eólica. 

"El Jepirachi solo ha beneficiado a los alijunas de las Empresas Públicas de Medellín - EPM- pero no a los guajiros. Ellos tienen energía, tanta y tanta que incluso la exportan. ¿Y de dónde sale?" Se pregunta y me cuenta Gustavo Pinto al ver mi asombro con la imponente aparición de los molinos de viento de este parque industrial de energía, cuyo presencia se cruza con la carrilera de la locomotora minera del "progreso".

El desarrollo rural de 5 mil familias a partir de la energía eólica de este parque que produciría el parque anuncio en el 2003 y augurio de mejor vida para todos. Sin embargo fueron palabras y promesas al viento. Aljibes, jagüeyes, carro tanques y plantas eléctricas junto con bicicletas y burros continúan siendo  la muestra más clara del tan anunciado progreso. Lo cierto es que todo eso aún constituye el milagro de vivir, día a día, para los pobladores guajiros en decenas de kilómetros a la redonda. 

Gustavo Pinto moviliza gente por la alta Guajira en la mejor forma de hacerlo: una camioneta 4x4. Conoce el indescifrable y agreste camino plano, de cactus, rocas y polvo de los 60 kilómetros entre Uribia y el Cabo de la Vela. Recorrido que apenas se rompe cuando, como en una alucinación, aparece uno de los varios puentes de cemento que no van hacia ninguna parte, pero que sin duda fueron pagados hasta el último de los centavos al corrupto de turno... 

Un camino asombroso en cuyo paisaje de pequeños arbustos, cactus y trupillos en el aún no desierto, asoman al acecho los CariCari, atractivas aves rapaces y manadas de chivos. 

Insólitos peajes de niños y adultos que templan cuerdas para impedir el paso de los escasos autos y recoger monedas, no para arreglar la inexistente vía, sino sus vidas. 

Poco ha cambiado para los pobladores de la región en los últimos quince años según lo estudió el DANE (Ver página 58).  Después de quince años la inmensa mayoría sigue viviendo en condiciones de miseria. Un retrato más de la exclusión, la desigualdad e inequidad absoluta que caracteriza a Colombia y a la que ningún país le disputa ser líder mundial. 

El yotojoro es el corazón del cactus y la columna vertebral del wayúu. Un penco delgado y largo que se afinca de manera dispersa por el territorio. Mismo cardón que crece en Arizona y en el desierto de La Tatacoa (Huila), y que es cuidadosamente disecado para construir cercas, enramadas, bohíos, techos y paredes de sus parcas viviendas. Por muy poco dinero venden "bojotes" de tablillas de yotojoro de 1 a 3 metros de largo y 4 cms de ancho. El pequeño y jugoso fruto del cardón sirve para alimentar cabras y ovejas. Nada se pierde del cactus.

Entre el Cabo de la Vela y Puerto Bolívar el paisaje es más intenso, cerril, salino. Un recorrido que suele acunarse tarareando vallenatos que varia según la edad del conductor y copiloto, y cuyo ritmo se altera con el inevitable golpeteo del camino prodigado de rocas y saltos hasta llegar al inexistente muelle.

Navegamos el intenso Caribe hasta Punta de Gallinas, zigzagueando por el mar abierto y a distancia del litoral de Punta Cañón, Punta Soldado, Punta Aguja y las bahías de Honda y Hondita hasta llegar a la posada de Victoria Ballesteros.

Fueron tres vigorosas horas -por tierra son 4-, doblegados y mudos ante el impetuoso, cristalino y vasto océano asaltado por arteras e inesperadas aves marinas. Un intenso momento de silencio e interjecciones compartidas -¡ay! ¡eh! ¡guau! ¡uy! ¡uff! (y por supuesto el inequívoco ¡mierda!) - que  repetimos entre risas y sustos y júbilo. También, al canto de guepa, guepa, guepa je con el que busqué apartar el temor de Ángela Pineda y conseguir un repentino apunte de Ángel Gómez, cómplices de la gloriosa travesía y consagrados caminantes de nuestra prodigiosa geografía.  

En la inmensa manta del firmamento quizás sea donde se alumbra la visión de las tejedoras wayúu. Matices multicolores que tiñen y entrelazan sus hilos para tejer, una a una, las kattout o mochilas símbolo de la maternidad, la madre tierra y del cosmos. 

El viento habla del entramado de este arte.

En la alta Guajira parece no haber nunca nubes, por lo menos en esta época del año. Sutiles velos como vahos son dispersados incesantemente por el viento. Carrete sin fin de cuadros que se plasman y se desvanecen en infinidad de lienzos y luz y tonalidades en el infinito mar, inundando de magia y contemplación el espíritu. 

Junto a la típica enramada de yotojoro a donde se guindan chinchorros y hamacas para descansar bajo Kashi (la luna) que nunca desaparece del firmamento no importando su fase, Victoria tiene una casa de cemento con habitaciones para los que prefieren dormir en cama en su Hospedaje Kijoru.

"Esto no es un turismo de comodidades. El que llega hasta aquí viene para sentir el viento, la fuerza de Kashi (que representa lo masculino), para perder la mirada en el horizonte desde cualquier lugar, el mirador, el faro, las dunas de Tora (...)", dice. 

La fertilidad del territorio wuayúu son sus mujeres y aunque Victoria tiene cuatro hijas, por ninguna ha recibido dote de chivos, ni guajiro yerno. Todas son independientes, autónomas y en poco tiempo una será economista, otra politóloga y una más administradora turística, con el sueño de defender y atender mejor su territorio. 

Aunque el clan de Victoria no se mueve por la península en busca de agua, muchos wuayúu, sin ser propiamente nómadas, van y vienen como el viento mismo, invencibles, recios e incansables con sus ovejas, cabras y burros.

Los guajiros no pudieron escapar al terror paramilitar, como casi ninguna comunidad indígena en Colombia. 

En las conversaciones casi siempre están presentes sus muertos. “Así es el alma del wayúu, que nunca muere, sino que es sombra siempre presente”.  

Recuerdan también a los que se han tenido que ir forzosamente, familiares, parientes, paisanos.
Los alijunas -porque según ellos no hubo paramilitares indígenas- pasaron del contrabando del whisky y la gasolina al tráfico de marihuana y cocaína, controlandono solo las actividades ilegales, sino también las legales, me comenta un guajiro

Para no olvidar, en wayuunaiki su lengua, se cuentan entre ellos y en voz baja lo que pasó. Historias de asesinatos selectivos de personas, y no propiamente por venganzas entre clanes o familias. Fueron 10 años de masacres de personas y desapariciones forzadas. 

Mientras Victoria hacía las arepas del desayuno de todos los huéspedes, muy temprano de mañana, me conversaba con un café sus preocupaciones sobre el medio ambiente. Decía que su idea no es que Punta Gallinas se llene de turistas. “Que venga mucha gente por acá es un riesgo muy alto para la naturaleza y para nosotros los Wuayúu porque falta mucho, muchísimo para que nosotros y los visitantes cuidemos este lugar y no tiren todo por ahí" (…).  

Y ya se nota ese fundado temor. Por ejemplo, entre las enramadas de algunas casas en el Cabo de la Vela y a orillas del mar, se acumulan bolsas plásticas, envases y residuos de todo tipo contaminando (dañando) las playas. No se conoce, no se sabe, no existe o a nadie parece importarle la urgencia de un manejo adecuado de basuras. Nada distinto a lo que se vive en Bogotá. 

La conservación del territorio Wayúu no solo tiene que ver con su espacio y autonomía territorial, política, cultural… sino muy especialmente con la comprensión e interacción que tengan con su entorno. La inexistencia de servicios básicos es dramático, pues es en últimas significa la supervivencia de la etnia. 

Sin embargo, es eso también lo que ha impedido justamente y de algún modo la llegada de alijunas con la visión del turismo y el medio ambiente tipo Jean Claude Bessudo. Inversionistas (depredadores) que quieren  moldearlo y masificarlo todo. Con el traje de "ecologistas respetuosos y protectores del medio ambiente", acaban los territorios con prometedores y que dizque controlados proyectos turísticos. 

Ha sido un privilegio llegar hasta el lugar más septentrional de Suramérica, la alta Guajira, y conocer un poco más de mí, de Victoria, de los guajiros.

Ojala no salgan (¿escapen?) más wayúu de sus territorios y consigan conectarse con su preservación. También, que los alijunas que lleguen y se amañen demasiado (situación absolutamente posible), se queden, lo vivan, lo sientan, lo amen y lo respeten. Creo que es la única y efectiva manera de evitar su deterioro y garantizar su existencia en equilibrio y armonía. 

Es paradójico pero, tal vez, la pobreza ha conseguido proteger hasta hoy esta maravillosa zona del país de los ya conocidos daños al medio ambiente. Punta Gallinas es edén, pero también miseria.



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1 comentario:

Holman Rodríguez Twitter @holmanrodriguez dijo...

Triste realidad de quienes en medio de la riqueza viven, su existencia la sobreviven con grandes necesidades.

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