Habla con autoridad y serenidad y un natural cuidado
por el lenguaje y las palabras, en español o en wayuunaiki.
Es una mujer de
'viento, sol y arena', como usualmente describen a las personas de la etnia
Wayúu a orillas del mar Caribe, luminoso territorio desértico, seco y
árido de los extensos 15 mil kilómetros cuadrados de la Alta Guajiracolombiana.

Todo es inconmensurable en tierra de los guajiros.
El cielo y el mar abrazan la tierra ocre sembrada de espinas con el ímpetu constante del levante, en el sempiterno sol y bajo la deslumbrante bóveda nocturna. Un lienzo de todos los azules posibles sirve de marco para los paisajes de dunas y médanos de refinada y suave arena como tamo de azúcar.

Un paraíso cargado de recurso naturales: gas, carbón, vientos.. Megaproyectos energéticos a gran escala, pero de los que no se benefician los verdaderos dueños de estas tierras quienes, confinados desde tiempos pretéritos en el vasto territorio, se las han tenido que arreglar para sobrevivir sin agua dulce, sin agua potable, sin energía eléctrica, sin carreteras...
Como en una versión pos moderna del Quijote, frágiles gigantes de 60 metros de alto mueven con perfecta sincronía los 30 metros de brazos aspas para aprovechar las corrientes de los alisios, y de todos los que se dan cita en esta zona para la generación de energía eólica.

El desarrollo rural de 5 mil familias a partir de la energía eólica de este parque que produciría el parque anuncio en el 2003 y augurio de mejor vida para todos. Sin embargo fueron palabras y promesas al viento. Aljibes, jagüeyes, carro tanques y plantas eléctricas junto con bicicletas y burros continúan siendo la muestra más clara del tan anunciado progreso. Lo cierto es que todo eso aún constituye el milagro de vivir, día a día, para los pobladores guajiros en decenas de kilómetros a la redonda.


Insólitos peajes de niños y adultos que templan cuerdas para impedir el paso de los escasos autos y recoger monedas, no para arreglar la inexistente vía, sino sus vidas.





El viento habla del entramado de este arte.
En la alta Guajira parece no haber nunca nubes, por lo menos en esta época del año. Sutiles velos como vahos son dispersados incesantemente por el viento. Carrete sin fin de cuadros que se plasman y se desvanecen en infinidad de lienzos y luz y tonalidades en el infinito mar, inundando de magia y contemplación el espíritu.
Junto a la típica enramada de yotojoro a donde se guindan chinchorros y hamacas para descansar bajo Kashi (la luna) que nunca desaparece del firmamento no importando su fase, Victoria tiene una casa de cemento con habitaciones para los que prefieren dormir en cama en su Hospedaje Kijoru.
"Esto no es un turismo de comodidades. El que llega hasta aquí viene para sentir el viento, la fuerza de Kashi (que representa lo masculino), para perder la mirada en el horizonte desde cualquier lugar, el mirador, el faro, las dunas de Tora (...)", dice.
La fertilidad del territorio wuayúu son sus mujeres y aunque Victoria tiene cuatro hijas, por ninguna ha recibido dote de chivos, ni guajiro yerno. Todas son independientes, autónomas y en poco tiempo una será economista, otra politóloga y una más administradora turística, con el sueño de defender y atender mejor su territorio.
Aunque el clan de Victoria no se mueve por la península en busca de agua, muchos wuayúu, sin ser propiamente nómadas, van y vienen como el viento mismo, invencibles, recios e incansables con sus ovejas, cabras y burros.
Los guajiros no pudieron escapar al terror paramilitar, como casi ninguna comunidad indígena en Colombia.
En las conversaciones casi siempre están presentes sus muertos. “Así es el alma del wayúu, que nunca muere, sino que es sombra siempre presente”.
Recuerdan también a los que se han tenido que ir forzosamente, familiares, parientes, paisanos.
Para no olvidar, en wayuunaiki su lengua, se cuentan entre ellos y en voz baja lo que pasó. Historias de asesinatos selectivos de personas, y no propiamente por venganzas entre clanes o familias. Fueron 10 años de masacres de personas y desapariciones forzadas.
Y ya se nota ese fundado temor. Por ejemplo, entre las enramadas de algunas casas en el Cabo de la Vela y a orillas del mar, se acumulan bolsas plásticas, envases y residuos de todo tipo contaminando (dañando) las playas. No se conoce, no se sabe, no existe o a nadie parece importarle la urgencia de un manejo adecuado de basuras. Nada distinto a lo que se vive en Bogotá.
La conservación del territorio Wayúu no solo tiene que ver con su espacio y autonomía territorial, política, cultural… sino muy especialmente con la comprensión e interacción que tengan con su entorno. La inexistencia de servicios básicos es dramático, pues es en últimas significa la supervivencia de la etnia.
Sin embargo, es eso también lo que ha impedido justamente y de algún modo la llegada de alijunas con la visión del turismo y el medio ambiente tipo Jean Claude Bessudo. Inversionistas (depredadores) que quieren moldearlo y masificarlo todo. Con el traje de "ecologistas respetuosos y protectores del medio ambiente", acaban los territorios con prometedores y que dizque controlados proyectos turísticos.
Ha sido un privilegio llegar hasta el lugar más septentrional de Suramérica, la alta Guajira, y conocer un poco más de mí, de Victoria, de los guajiros.
Ojala no salgan (¿escapen?) más wayúu de sus territorios y consigan conectarse con su preservación. También, que los alijunas que lleguen y se amañen demasiado (situación absolutamente posible), se queden, lo vivan, lo sientan, lo amen y lo respeten. Creo que es la única y efectiva manera de evitar su deterioro y garantizar su existencia en equilibrio y armonía.
Es paradójico pero, tal vez, la pobreza ha conseguido proteger hasta hoy esta maravillosa zona del país de los ya conocidos daños al medio ambiente. Punta Gallinas es edén, pero también miseria.
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1 comentario:
Triste realidad de quienes en medio de la riqueza viven, su existencia la sobreviven con grandes necesidades.
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