Este día histórico de Acuerdo Gobierno-Farc para el desarme, es el inicio de una disputa menos cruenta en las calles sobre el Sí, pero No.— Juan Fernando Rojas (@juanperiodista) 25 de noviembre de 2016
Y lo que advertía Juan Fernando Rojas ocurrió en la Plaza de Bolívar en plena transmisión de la firma del nuevo Acuerdo de Paz definitivo con el que se puso Fin al Conflicto Armado que por 52 años sostuvieron las FARC-EP y el Estado colombiano.
No había terminado Rodrigo Londoño de pronunciar la última palabra del corto discurso que escribió el Secretariado Nacional de las FARC para que centenares de personas ondearan con emoción banderas blancas y celebrar con aplausos sus palabras que seguíamos con atención en las pantallas gigantes cuando un hombre cerca de mí nos distrae con un gritó: "¡Timochenko es un asesino!".
No había terminado Rodrigo Londoño de pronunciar la última palabra del corto discurso que escribió el Secretariado Nacional de las FARC para que centenares de personas ondearan con emoción banderas blancas y celebrar con aplausos sus palabras que seguíamos con atención en las pantallas gigantes cuando un hombre cerca de mí nos distrae con un gritó: "¡Timochenko es un asesino!".
Las últimas palabras del (ex?) comandante y jefe de las FARC se convirtieron en el detonante que desencadenó el conato de trifulca. "Creemos indispensable que para el bien del país la palabra sea la única arma que nos permitamos usar los colombianos".
El protagonista, un defensor del NO inmerso entre la gente, se trenzó en un intercambio respetuoso, pero deshilvanado, de reclamos y acusaciones que iban y venían primero con dos hombres y simultáneamente con todo aquel que arrimó a conocer la disputa.
Entre tanto, y en medio de este reducido barullo, el presidente Juan Manuel Santos desde el Teatro Colón decía algo que solo hasta ahora conocí: que la paz y la concordia eran parte de los valores compartidos entre los colombianos.
Hablaba de la paz como "el anhelo común y sueño que hemos buscado hacer realidad desde hace años, décadas… siglos".
Así como unos pocos descargaban sus fusiles de frases, otros convocaban a la paz.
Sin embargo, ni estos intentos, ni el coro a dos voces y guitarra de los miembros del "Campamento de la Paz" que coreaban "qué viva la paz, qué viva la paz", pero mucho menos el trascendental discurso del presidente, consiguieron bajar el volumen ni el tono de la discrepancia. Tampoco dispersar al número de participantes del deshilvanado alegato.
Una necesidad de decir, de no guardarse nada y sacarse todo afuera se impuso en la escena de la Plaza de manera distinta a la de concordia que se vivía en el Teatro Colón.
Otra vez el opinar y debatir sin pelear del que se ocupa la periodista María Teresa Herrán, no pasaba la prueba.
Intervino la autoridad, pero por vez primera como nunca antes había sido testiga.
Un policía que seguramente observaba como todos lo que sucedía, se aproximó tranquilo y con mucho tacto y respeto retiró con especial cuidado al "increpador".
Mi (natural) labor de reportera no terminaba ahí. Los seguí con la cámara. Se detuvieron al margen de la Plaza para hablar. El "increpador" le relataba con exactitud al Policía lo sucedido hasta que un joven (de unos 18 años) recostado a su bici también se lanzó a decir sobre lo que escuchaba.
Increpó al "increpador" gritándole: "¿Uribe no es asesino, no es paramilitar?"
Mi cámara se movió en su dirección para incluirlo en el registro de esta historia pero me lo impidió tapando de un golpe y por segundos mi cámara. En voz baja -para que no quedara en el vídeo- le reclamé en un murmullo, pero muy emputada: "diga no me grabe, pero no me vuelva a tocar ni a impedir mi trabajo"!
Seguía el dialogo del policía y el "increpador" y otra vez el muchacho me gritó: "Usted es una promotora del no"... "Lleve a sus hijos a la guerra", a lo que volví a murmurar diciéndole "no sea idiota cállese. Usted no sabe quién soy yo".
Nunca antes había tenido tanto sentido esta última frase. Mi molestia no era por lo que me decía que ya era bastante idiota, sino porque se atreviera a decir cosas sin conocer ni saber nada.
Terminé mi inesperado trabajo pero también terminé enganchada en la cadena de increpaciones del medio día. En tono de mamá histérica regañé al joven dándole una palmada en el brazo y diciéndole: ¡Deje de decir idioteces culicagado! Más bien váyase a leer y a estudiar.
Esto es lo que hay. Lo que fui. Lo que somos. Alegatos deshilvanados, discrepancia, molestia, sordera aguda, pero aún así, con más ganas por entendernos y cerrar la brecha que balas.
Sin embargo, ni estos intentos, ni el coro a dos voces y guitarra de los miembros del "Campamento de la Paz" que coreaban "qué viva la paz, qué viva la paz", pero mucho menos el trascendental discurso del presidente, consiguieron bajar el volumen ni el tono de la discrepancia. Tampoco dispersar al número de participantes del deshilvanado alegato.
Una necesidad de decir, de no guardarse nada y sacarse todo afuera se impuso en la escena de la Plaza de manera distinta a la de concordia que se vivía en el Teatro Colón.
Otra vez el opinar y debatir sin pelear del que se ocupa la periodista María Teresa Herrán, no pasaba la prueba.
Intervino la autoridad, pero por vez primera como nunca antes había sido testiga.
Un policía que seguramente observaba como todos lo que sucedía, se aproximó tranquilo y con mucho tacto y respeto retiró con especial cuidado al "increpador".
Mi (natural) labor de reportera no terminaba ahí. Los seguí con la cámara. Se detuvieron al margen de la Plaza para hablar. El "increpador" le relataba con exactitud al Policía lo sucedido hasta que un joven (de unos 18 años) recostado a su bici también se lanzó a decir sobre lo que escuchaba.
Increpó al "increpador" gritándole: "¿Uribe no es asesino, no es paramilitar?"
Mi cámara se movió en su dirección para incluirlo en el registro de esta historia pero me lo impidió tapando de un golpe y por segundos mi cámara. En voz baja -para que no quedara en el vídeo- le reclamé en un murmullo, pero muy emputada: "diga no me grabe, pero no me vuelva a tocar ni a impedir mi trabajo"!
Seguía el dialogo del policía y el "increpador" y otra vez el muchacho me gritó: "Usted es una promotora del no"... "Lleve a sus hijos a la guerra", a lo que volví a murmurar diciéndole "no sea idiota cállese. Usted no sabe quién soy yo".
Nunca antes había tenido tanto sentido esta última frase. Mi molestia no era por lo que me decía que ya era bastante idiota, sino porque se atreviera a decir cosas sin conocer ni saber nada.
Terminé mi inesperado trabajo pero también terminé enganchada en la cadena de increpaciones del medio día. En tono de mamá histérica regañé al joven dándole una palmada en el brazo y diciéndole: ¡Deje de decir idioteces culicagado! Más bien váyase a leer y a estudiar.
Esto es lo que hay. Lo que fui. Lo que somos. Alegatos deshilvanados, discrepancia, molestia, sordera aguda, pero aún así, con más ganas por entendernos y cerrar la brecha que balas.
"Vamos a andar,
en verso y vida tintos,
levantando el recinto
del pan y la verdad.
Vamos a andar,
matando al egoísmo,
para que por lo mismo,
reviva la amistad.
Vamos a andar,
hundiendo al poderoso,
alzando al perezoso,
sumando a los demás.
Vamos a andar,
con todas las banderas
trenzadas, de manera
que no haya soledad.
Que no hata soledad,
que no haya soledad,
que no haya soledad.
Silvio Rodriguez
Junto con la periodistas Gloria Pinilla
y la politóloga Ana María Arango.
Foto de Jaime Acosta.