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jueves, 14 de octubre de 2010

Hoy me paré, otra vez, al frente del edificio 14 - 40 de la cra.7. Mismo lugar de donde salí hace 25 años para asomarme a ver que era lo que pasaba realmente en la Plaza de Bolívar. Aunque hoy lo hice a las 6 de la tarde, ese 6 de noviembre de 1985 asomé a las 11:30 - 11:45 de la mañana. Regresabamos con mi colega y amiga Constanza Vierira de desayunar, según me recordó también hoy, precisando la costumbre que teníamos de salir de la redación de la APN a tomar un café o comer un pandebono, unas veces en el café Automático, otras, en la tienda que aún existe yu que vende unos deliciosos pandebonos en el marco de la Plazoleta de El Rosario.
¡25 años de impunidad!
Que el M19 se haya tomado en un asalto sangriendo y demencial el Palacio de Justicia, fue la  máxima muestra de la estupidez y brutalidad; pero que el ejército colombiano diera un golpe de Estado a Belisario Betancurt y retomará a sangre y fuego, es decir, a cualquier precio que dizque "defendiendo la democracia, maestro" y murieran uno y otros fueran asesinados o desaparecidos, es la máxima expresión de la cobardía y deshumanización humanas, si así se puede decir.
Veía a estos jóvenes y jovencitas (porque ahí salvo mi persona y otras pocas más superabamos con creces los 25 años de edad) y me recordé de mi misma en ese entonces. Vital, decidida, fuerte, combativa a voz en cuello demandando, exigiendo derechos y libertades, justicia, en este y en muchos, muchisimos episodios más de la vida política de este paisaje de sangre y fuego.
También, la increíble indiferencia de la gente. Bueno, ya lo he visto otras veces. La Plaza de Bolívar, Santander y el Rosario son los "antejardines de mi casa" hace muchos años, y he visto muchas cosas allí, en especial, la indiferencia.
Este puñado de personas -no eran más de 200- solamente adornaban el mercado persa de los viernes (el tal Séptimazo de Lucho Garzón heredado por Samuel Moreno), la carrera séptima, con sus gigantes y llamativas pancartas, sus voces, el entusiasmo. También, conseguía paralizar el transito vehícular de las pocas calles en servicio en el centro de la ciudad. De cualquier modo eran vistos como un fastidio pintoresco.