La carta que leerá a continuación es realmente muy importante. Me la envió el profesor Jorge Villareal () en un twitLonger . Esta dirigida a los organizadores de la marcha 6D. La publico en SomosSentipensantes para facilitar su lectura dada su notoria extensión.
Espero que su autor -a quien no tengo el gusto de conocer- el especialista en conflictos armados y política exterior José María Rodríguez González, no encuentre inconveniente en ello. Es el primer documento público de carácter ciudadano que conozco está dirigido a dos de los actores armados del conflicto armado: el ejército de Colombia y las Farc.
Me he permitido presentarla con algunas imagenes de mi autoría procurando con ello acompañarla y aligerar su lectura dada su extensión. Creo que será la primera vez que lo invitaré a que recomiende a otros su lectura. No podemos seguir en este laberinto incierto movidos por las visceras. Debemos torcerle el camino a nuestra historia como nación de una vez por todas. Gracias.
Carta abierta a los organizadores de la marcha 6D
y al pueblo colombiano
2 de diciembre, 2011
EJÉRCITO DE COLOMBIA Y LAS FARC EN MARCHA 6D
Reflexiones sobre la marcha del 6 de diciembre
Estimados amigos,
Los acontecimientos de la mañana del Sábado 26 de noviembre volvieron
los ojos de Colombia nuevamente sobre las FARC. Sería inexacto decir que
el crimen de guerra cometido por las FARC ese día era para lograr el
protagonismo y la atención máxima de toda la nación y hasta del mundo.
El impacto mediático de las FARC es prácticamente inevitable, así el
gobierno hubiera querido mantener silencio sobre una operación militar
que estuvo cerca del escenario de los acontecimientos, el magnetismo de
las FARC lo hubiera impedido como efectivamente lo hizo otra vez. ¿Por
qué cualquier delito que cometa las FARC roba la atención de Colombia?
¿Le daríamos primera plana de los periódicos a todos los crímenes que
abruman a los colombianos hasta en ciudades como Medellín, Bogotá y
Cali? No. Eso es reservado solamente a los asesinatos más originales,
sensacionales o de relación con personalidades de cualquier campo. El
anuncio de la criminalidad ordinaria es selectivo. El anuncio de los
crímenes de las FARC por pequeños que sean nunca son selectivos, todos
cuentan.
A diario hay secuestros que quedan por fuera de las estadísticas y del
conocimiento público. Sin contar que no existe la primera banda criminal
que guarde a un secuestrado por más de unas contadas semanas, máximo.
La idea de la delincuencia común es tener una ganancia rápida por su
presa, en eso consiste su negocio criminal.
En mayor cantidad que los secuestros todos los días hay asesinatos en
Colombia, Más de cuatro personas son asesinadas a quemarropa por
atracadores cada día, sin embargo estamos acostumbrados a que cualquier
muerto por la delincuencia común, que se eleva a altos porcentajes
diarios en todo el país, no tenga la prensa que la gente se imagina y la
mayoría de asesinatos, heridos, secuestrados y demás víctimas del
crimen ordinario quedan ignorados. Si contáramos los crímenes que
diariamente anuncian la radio, la televisión y la prensa llegaríamos a
la conclusión de que el crimen es un problema insignificante de
Colombia.
La violencia mayor que vive Colombia es la de la delincuencia común,
pero la delincuencia común no mueve a nadie porque nos hemos
malacostumbrado a convivir diariamente con ella.
¿Cuánta gente se atropellaría para hacer una marcha contra los
criminales que todos los días asesinan, roban, atracan, violan y cometen
la variedad más increíble de crímenes contra la ciudadanía? Ni una sola
persona. ¿Por qué? Porque estamos acostumbrados a que es normal que el
crimen exista y opera diariamente, el crimen se ha vuelto parte de lo
que tenemos que afrontar cada día de nuestras vidas. El crimen es parte
de la vida colombiana como el pan diario. La delincuencia es tan común
en nuestras vidas que por eso debe ser que la llamamos delincuencia
común.
Pero, cualquier delito que cometa las FARC acapara la atención nacional
por una única y sencilla razón: Las acciones de las FARC son ciento por
ciento políticas y ese impacto político es imposible de eludir.
El solo hecho de nombrar las FARC significa nombrar la amenaza de un
sistema de poder, eso es político. Significa nombrar un enemigo radical
del Estado, eso es político. Significa un poder que amenaza cambiar todo
lo que conocemos de la economía y la política de Colombia. Todo esto es
político.
Las FARC no son temidas porque maten cuatro u once secuestrados, cuatro o
veinticinco uniformados, sino porque cada una de esas muertes
impactan, aunque sean tan pocas en comparación a los altos índices de
asesinatos diarios de Colombia, porque significan ataques a Colombia.
Esto, atacar a Colombia –una acción política-, es lo que diferencia a
las FARC de la delincuencia común y de los abrumadores crímenes que
reinan en las estadísticas del crimen colombiano.
El crimen ordinario es inofensivo políticamente, no es político, no
atenta contra el Estado, no intenta tomar el poder ni quiere dirigir
nuestros destinos. Nos roban pero nos dejan nuestra religión y creencias
políticas. Se llevan nuestras propiedades y se van. Aunque dejen detrás
un muerto o más, ninguno de esos crímenes va a afectar el status quo de
todos los colombianos, el del estado ni el del gobierno.
El poder mediático de las FARC es el resultado única y exclusivamente de
su carácter político. Su magnetismo nacional no es nada más ni nada
menos que la comprobación de su poder político. Cualquier operación y
avance de las FARC es interpretado y temido como un avance político
contra el Estado y el gobierno colombiano.
Las FARC saben de memoria que sus crímenes no pueden quedar ignorados
como si quedan los de la delincuencia común. Las FARC no tiene que
cometer muchos crímenes, uno solo de cualquier magnitud es suficiente
para mantener una asegurada presencia pública amplia y una ineludible
conmoción política nacional. Las FARC disfrutan de la primera plana de
la prensa, las primicias de la radio y los especiales de la televisión.
Y hasta las calles de las capitales de Colombia también son escenarios
para la popularidad de las FARC. En política mala propaganda es buena
propaganda.
Al parecer el gobierno, y esa parte de la ciudadanía que vive alerta día
y noche de todas las noticias sobre las FARC, piensa ingenuamente que
el nuevo crimen cometido hace unos días por las FARC les daría otra
oportunidad para aumentar el desprecio y el rechazo hacia ellas.
Sin percatarse que los crímenes de las FARC son políticos, el
tratamiento de héroes que recibieron los cuatro uniformados asesinados
prueba ante Colombia y el mundo que el país quedó herido políticamente,
porque si se tratara de honrar a soldados muertos se habría venido
cometiendo injusticias por años contra los más de cuatro mil uniformados
muertos solamente durante el doble gobierno anterior de acuerdo a
estadísticas militares. Y ninguno de esos miles de uniformados muertos
recibió homenaje nacional en la Catedral Primada de Colombia con
asistencia del presidente, altos dignatarios de su gobierno y la primera
plana de la jerarquía militar y policial de la nación. Y tampoco
ninguno recibió la publicidad mediática ni inspiró ninguna marcha. A
pesar de que la inmensa mayoría de esos miles de uniformados murieron
como verdaderos héroes combatiendo y dejando sus vidas en el campo de
batalla.
Es indudable que el gobierno y los medios volvieron a caer en la trampa
que le tendió a Colombia el pasado gobierno alegando que las FARC son
criminales y no tienen una pizca de política. Colombia trató estos
cuatro asesinatos de las FARC como crímenes ordinarios que no deberían
quedar en el olvido, como todos estamos acostumbrados con los crímenes
ordinarios, sino que contradictoriamente los elevó al mayor rango
político posible.
Colombia mostró el dolor político de cuatro muertes de
uniformados contratados para morir por Colombia y no como los millares
de ciudadanos civiles que nadie ha contratado para morir y son
asesinados salvaje e impunemente todos los días por la delincuencia
común a lo largo y ancho de Colombia.
Realmente no hubo ninguna verdadera honra a los cuatro uniformados
asesinados, lo que hubo fue una despliegue político en respuesta al alto
contenido político del crimen de las FARC. En su afán de magnificar la
respuesta política contra las FARC el gobierno como acostumbra, pero sin
medir las consecuencias de moral para los uniformados, se inventó que
los asesinados eran héroes de la patria. Todo prisionero de guerra queda
automáticamente obligado a dar su vida, primero porque es su deber por
la patria y para eso le pagan y segundo porque ser prisionero es una
suerte que puede cambiar si deciden ejecutarlo para humillar al enemigo.
Realmente los cuatro asesinados no hicieron nada heroico. Tres de ellos
simplemente obedecieron voltearse y recibieron sus tiros de gracia, eso
no es ningún heroísmo. Y el cuarto se equivocó y en vez de correr en la
dirección que creía correcta estaba corriendo en dirección contraria y
al ver que por su error lo perseguían corrió como un diablo para
esconderse y luego verificar si eran amigos y pedir auxilio a unos
soldados. Eso si que menos es heroísmo.
Actos heroicos son actos de supremo valor y ejemplo para cada miembro
del ejército y la policía. El último ejemplo dado es que si un soldado
se ve perseguido por un militante de las FARC lo heroico es correr como
un diablo para esconderse y pedir auxilio. El sentido común nos enseña
que ese falso héroe, forzado a ser inventado por el brutal golpe
político de las FARC, daña la moral y el sentido del valor del ejército y
la policía. Nadie en Colombia parece darse cuenta que lo único heroico
posible en el último caso era haber desarmado al militante de las FARC,
apresarlo y llevárselo para entregarlo a la justicia y mostrarlo vivo,
como victoria del ejército.
El hecho de haberse inventado cuatro héroes en el último minuto
demuestra el desequilibrio y la precipitación que el gobierno tuvo para
tapar la vergüenza de que nunca fue capaz, ni en catorce años, de hacer
algo por la liberación inmediata de cada miembro de sus fuerzas armadas.
Cuando cae prisionero un militar o un policía la obligación inmediata y
la urgencia de sus instituciones es lograr su liberación por cualquier
medio que lo garantice vivo, porque ese prisionero es una doble
humillación para la moral y para la institución armada.
Una, porque se dejó coger, estando armado, y dejarse coger es ya
humillante y una derrota de por sí, peor si se pertenece a una entidad
que ha gastado billones de dólares en entrenamiento y equipo para
triunfar y no para caer en manos del enemigo.
Y la otra, porque es la destrucción de la moral de los combatientes de
estas instituciones que saben que si las guerrillas los cogen su
liberación nunca será la prioridad de sus compañeros, ni de la
institución para la que trabajan ni del gobierno que defienden. Eso le
mata el valor a cualquier combatiente. Si los uniformados en combate
supieran que si caen en manos del enemigo su liberación se convierta en
la primera tarea del ejército y la policía y que desde ese momento no
descansarán hasta que los liberen de cualquier medio, con vida por
supuesto, entonces, el valor de los combatientes se multiplica porque
sienten el apoyo real de sus compañeros, del arma a la que pertenecen y
del gobierno al que defienden.
Que con toda la cháchara del doble gobierno anterior ese jamás se haya
interesado siquiera por saber dónde tenían las FARC a estos uniformados,
hoy asesinados, y que jamás haya hecho el mínimo esfuerzo por rescatar
o negociar la inmediata liberación de esos uniformados no solo es una
vergüenza para esos dos gobiernos que anteceden pero una que dejó de
herencia al actual gobierno.
No se debe hacer eco del gran error político del gobierno de inventarse
héroes para tapar catorce años de incapacidad y humillación para lograr
la inmediata y obligada liberación de sus soldados caídos en manos del
enemigo. Lo que hubiera evitado que las FARC dejaran al descubierto la
crónica falla militar de rescatar vivos a los suyos.
Todo, los pomposos funerales y las fiestas mediáticas por estos cuatro
inventados héroes, que en realidad son cuatro grandes víctimas de
catorces años de indolencia, inercia y abandono negligente que con
impunidad el mismo gobierno los condenó a su suerte y a que sufrieran
todos los riesgos posibles, incluida su muerte, solo enaltecen a las
FARC.
En estas circunstancias es un cinismo corruptor que el gobierna pretenda
liderar la marcha del 6 de diciembre con su apoyo. El invento de cuatro
héroes para enmascarar la incapacidad del gobierno durante 14 años para
liberar cuatro personas que cayeron en manos del enemigo es suficiente.
Enmascararse también con la marcha es el colmo del cinismo.
El oculto chichón de la marcha del 4 de febrero 2008 fue el apoyo
efectivo desde el gobierno nacional y todas sus representaciones
diplomáticas en el mundo. No fue una marcha organizada única y
exclusivamente por el pueblo colombiano como la de MANE que tumbó la Ley
30.
Hay que aprender de la experiencia de los resultados.
Pero si el apoyo del gobierno ilegitima la marcha, también la ilegitima
una marcha contra las FARC porque es un reconocimiento más del poder
político de las FARC y de cómo ese poder hirió a Colombia para mostrarle
la herida, cuando lo que hay que hacer es curarla.
Una marcha de esa clase solo podría ser para mostrar cuanto se odia a
una organización beligerante subversiva y guerrillera, que aunque la
llamen “terrorista narcotraficante’ eso no le quita un pelo a su amenaza
ni al poder político efectivo que la misma marcha corroboraría. El
único beneficio de una marcha de tal naturaleza sería la superficial
catarsis de los fanáticos que la apoyan, pero no produciría
absolutamente ningún resultado respecto a las FARC, porque las FARC no
poseen ningún poder sobre los colombianos como si lo tiene el gobierno,
por lo que si los marchantes duraran meses y años expresando su odio,
las FARC continuarán igual puesto que sus operaciones y función no están
basadas en la opinión pública, sino en el real ataque y debilitamiento
político y militar de las estructuras del estado.
Una marcha para echar a un dictador como Hosni Mubarak tiene sentido
porque muestra la erosión de su poder y que su propia gente no lo apoya.
No hay otra salida honrosa que renunciar. Las FARC no tienen poder en
el Estado. Están fuera del Estado. Una marcha no está erosionando ningún
poder de las FARC.
Una marcha contra la Ley 30 tiene sentido porque quien participa en ella
sabe que mientras estén marchando están creando una presión que
demuestra lo impopular de una política y en consecuencia amenaza la
popularidad misma del gobierno.
Las deserciones se producen por diferentes motivos, la marcha es mínima
para ellas, pero una cosa es segura: que no son los militantes más
leales ni en los que una organización debiera confiar. Por lo que al
final, que las FARC se libren de militantes que pueden fácilmente ser
sus traidores no es como una pérdida que van a lamentar.
Las FARC no recibirían ninguna presión. Tomar el poder por la vida
armada no requiere gozar de ninguna popularidad. El interés de las FARC
es la desestabilización y el colapso del estado y no realmente ganar un
reinado de simpatía.
Al final es una marcha descalabrada, como un grito en el vacío, como de
ingenuos que gritando solos creen que están diciéndole algo a una pared.
Es la humillación de hablar sin que las FARC tengan interés en oírlos.
Una marcha de esos parámetros justifica la lucha de las FARC, les da la
razón de que lo que están haciendo, sea lo que sea, tiene un
indiscutible impacto profundo que puede explotar si hay la gente que
las hace presente a gritos, aunque sea negativamente. Las FARC quedan
definitivamente seguras de que no son ignoradas y que con una acertada
política pueden voltear esa popularidad a su favor.
Cuando una marcha pretende enfrentarse a las FARC hay una ampliación de
su influencia política. Si las FARC solo influenciaran a 20 personas
¿valdría la pena hacer una demostración de miles por esa pequeña
influencia de las FARC? Sería contraproducente.
Una marcha solo contra las FARC reafirmaría y garantizaría la presencia
de las FARC en la actual historia de Colombia, y aunque eso sea cierto
¿hay necesidad de gritarlo? Una marcha de esas características pone la
situación semejante a la de la ex novia que no pierde ninguna
oportunidad y hasta busca al ex novio para gritarle “te odio”. Si de
verdad alguien nos enerva lo normal es no querer ver esa persona ni que
nos la nombren. Pero el fanatismo de muchos colombianos los lleva a
ridiculeces y cosas tan absurdas como odiar a las FARC y pedir que el
nombre de las FARC aparezca en toda su propaganda hasta el extremo de
llevar la palabra FARC en su pechos para que todo el mundo la vea,
haciéndola memorable.
Este tipo de sinsentido no debe permitirse en la marcha.
El expresidente Uribe y las FARC se pelean constantemente por
protagonismo nacional ¿De qué le sirve a la nación caer en ese juego?
¿Por qué no aislar esas ambiciones políticas y mejor enfrentar la
violencia en Colombia, que venga de donde venga el resultado es el
mismo: colombianos muertos?
Las marchas son manifestaciones políticas porque son el poder de las masas que se enfrentan a algo o por algo.
La marcha fue creada y originada en la lucha contra la violencia en
Colombia, inspirada en el asesinato de los cuatro uniformados, pero no
quedándose en eso, que solo es uno de los innumerables y diferentes
actos de violencia que a diario suceden en Colombia. Si la marcha logra
que Colombia tenga conciencia de lo negativo y contraproducente que es
el odio, causa de la violencia, su servicio será un paso histórico hacia
la civilidad y el avance de los colombianos hacia vivir todos en una
sociedad en paz.
Para que tenga verdadero éxito, la marcha del 6 de diciembre próximo
debe ser auténticamente del pueblo colombiano y debe ser contra toda
forma de violencia armada en Colombia. Debe ser por erradicar el odio,
que es el que genera la violencia, y por cambiar la historia de Colombia
con una paz sólida que ojalá comenzara con la libertad de prisioneros
envueltos en el conflicto armado.
El odio es un aliciente de la guerra no una manera de terminarla
Cordialmente,
José María Rodríguez González
Especialista en conflictos armados
y política exterior