Noticieros de RCN con perfil de Cambio, así tituló hoy
Confidencial Colombia la noticia que los periodistas María Elvira Samper y Rodrigo Pardo estarían a la cabeza de los informativos del Canal RCN.
Como lo he dicho en twitter la noticia para el periodismo, para la sociedad y para la democracia no puede ser mejor.
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Plazoleta de Los Periodistas, Bogotá D.C. by Bunkerglo |
Durante los últimos 10 años esta cadena radial se convirtió de manera evidente en vocera del gobierno de Álvaro Uribe Velez, negociando abiertamente los principios del periodismo por poder, cálculo político y dinero, todo lo contrario de lo que ha sido la sostenida y clara trayectoria periodística de estos colegas, férreos y coherentes no solo con una profesión, sino con una responsabilidad ante la sociedad: la de informar.
Es inocultable el hecho. No por casualidad comunmente nos referíamos a RCN como
Radio Casa de Nariño. La gente expresaba así su percepción de lo que recibía no solo a través de la radio sino de la televisión de periodistas y programas como
La Noche de Claudia Gurisatti (propaganda especializada en FARC y Hugo Chavez) y la misma Victoria Eugenia Dávila Hoyos o Vicky Dávilia (especialista en propagar rumores al servicio de Uribe a través de su tal "Cosa política").
Por eso es importante señalar un antes y un después y ver este momento como el punto de partida, quizás, para que ese conglomerado periodístico tome un rumbo informativo y labor periodística al servicio de la sociedad, para que esta pueda reconstruir una visión de sí misma y, por tanto de la Nación, centrada en los valores, en el respeto y el reconocimiento del Otro en donde No Todo Vale.
Desde luego la tarea no será fácil. No hay que perder de vista que ni María Elvira ni Rodrigo son los dueños del cartelito. Hay todo un conglomerado industrial, automotriz, financiero y de comunicaciones detrás. Sin embargo, este rotundo cambio de visión (sin duda oportunista) de Carlos Ardila Lülle es importante.
También es pertinente recordar que a Samper y a Pardo les cerraron la Revista Cambio por su labor investigativa. Un mes después de que revelara el informe periodístico
"Programa Agro Ingreso Seguro ha beneficiado a hijos de de políticos y reinas de belleza" en enero de 2010, la revista fue cerrada sorpresivamente que dizque por su situación financiera propinándole así
un golpe al periodismo de denuncia, como tituló
El Espectador. Aunque es difícil no pensar que, seguramente, Uribe también tuvo que ver en ello. La historia nos lo dirá.
Lo que aún tenemos que comprender para aprender los consumidores de medios es que ni los periodistas, ni las empresas periodísticas "se mandan solas". La sociedad les ha delegado la función social de informarnos con responsabilidad, oportunidad y equilibrio. De ahí que estos consumidores de información seamos los fiscalizadores, pero también garantes de su trabajo. Nada más ni nada menos. Libertad de empresa sí. Libertad de expresión sí. Pero libertad de empresa y de expresión con carácter y utilidad para la evolución y desarrollo de una nación y de un país.
En el 2010, mismo año en que cerraron la revista cambio "
víctima de la segunda
conquista española", María Elvira Samper fue destacada con el Premio Simón Bolívar a la Vida y Obra de un periodista. Su discurso hoy constituye un documento indispensable para reconocer en esta colega una trayectoria profesional asumida con repsonsabilidad, de cara a la sociedad y sustentada en la coherencia de unos principios y valores que jamás ha negociado.
Los principios no se negocian ni por poder, ni por cálculo político, ni mucho menos por dinero: María Elvira Samper
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Rodrigo Pardo y Ma. Elvira Samper Marcha contra paramilitarismo Foto by Bunkerglo |
Antes
que yo, por aquí debería haber pasado mi mamá, Lucy Nieto de Samper,
con más de 50 años en el oficio y quien a punta de teclear en una
máquina de escribir Olivetti nos educó a sus cinco hijos, huérfanos de
padre muy temprano en la vida. A ella, heredera de una tradición que
lleva el periodismo en la sangre, y a mi hijo Andrés, a quien mi
necesidad de trabajar lo privó muchas veces de mi presencia, les dedico
este reconocimiento.
Llegué
al periodismo sin proponérmelo. Rebelde sin causa, no quería ser ni la
hija de Lucy, ni la nieta de LENC, Luis Eduardo Nieto Caballero, un
nombre que nada dice a las nuevas generaciones pero que hace parte de la
historia del periodismo colombiano, un hombre que en la defensa de la
democracia, de la libertad de pensamiento y de la libertad de prensa,
sufrió la cárcel y la censura. Fue codirector de El Espectador al lado de don Luis Cano y fue también columnista y
colaborador de El Tiempo durante 40 años, hasta su muerte un mes antes
de la caída de la dictadura del general Rojas Pinilla. Cuando en 1955 el
régimen militar ordenó cerrar El Tiempo porque su director, don Roberto
García-Peña, abuelo de mi colega Rodrigo Pardo, rehusó hacer una
rectificación que no consideró pertinente, el mío se negó a callar y
acudió a las cartas para denunciar la corrupción y los abusos de la
dictadura, exigir justicia y protestar por la censura.
Dirigidas al General, las entregaba personalmente en las puertas de
Palacio y, mimeografiadas, circulaban luego de mano en mano. Sus luchas
políticas, basadas en sus profundas convicciones de librepensador e
inspiradas en su vocación de servicio al país, las libró siempre con la
más noble y limpia de las armas: la pluma.
Hago esta introducción con sabor a nostalgia para honrar esa herencia
que me enorgullece y que me dejó la lección de mi vida personal y
profesional: los principios no se negocian ni por poder, ni por cálculo
político, ni mucho menos por dinero. Esta ha sido mi carta de navegación
en un oficio en el que maduré y estoy envejeciendo gracias a todos
aquellos que alguna vez me dieron oportunidades y abrieron espacios:
Jaime Soto, Felipe López, Plinio Mendoza, Fernando Gómez Agudelo, Juan
Gossain…También a las decenas de periodistas con los que he trabajado en
prensa, radio y televisión, y a ese puñado de colegas amigos con
quienes, no hace muchos años, emprendimos quijotescas aventuras
periodísticas: María Isabel Rueda, Ricardo Ávila, Pilar Calderón,
Roberto Pombo, Enrique Santos, Mauricio Vargas, Édgar Téllez y, ni más
ni menos, que Gabriel García Márquez, inspiración y aliento en el
noticiero QAP y en los años en que hizo parte de la revista Cambio.
Han sido décadas turbulentas y los periodistas, no siempre bien
preparados, no siempre con tiempo para profundizar, para estudiar
nuestra propia historia y entender por qué somos como somos y nos pasa
lo que nos pasa, nos hemos visto enfrentados a múltiples violencias, a
complejos procesos de negociación con organizaciones armadas, al ingreso
de los grupos económicos a los medios de comunicación, a enormes
escándalos de corrupción pública y privada, rodeados de trampas,
amenazas, presiones y talanqueras a la libertad de prensa... Difícil,
entonces, no mirar atrás ahora que este premio me obliga a reflexionar
sobre mi vida en los medios. Difícil no describir, aunque sea a grandes
brochazos, las distintas encrucijadas que hemos enfrentado y en las que
los periodistas han dejado una alta cuota de sangre.
En los albores de los años 80, consciente de que si bien el Frente
Nacional había puesto fin a la violencia entre liberales y conservadores
también había creado dos monstruos, las guerrillas y la represión
militar, Belisario Betancur promovió el diálogo con la subversión. La
actitud de total respeto por la libertad de prensa que asumió el
Presidente, quien llegó a decir que prefería una prensa desbordada a una
prensa censurada, significó un punto de quiebre para el periodismo que,
sobre todo en radio y televisión, había estado sometido al control de
la información sobre el conflicto que ejercía el gobierno del "estatuto
de seguridad" de Turbay Ayala.
Sentimos que nos habían soltado la rienda y en parte por falta de
preparación, en parte por ingenuidad y exceso de optimismo, caímos en la
tentación de conceder demasiado protagonismo a los jefes guerrilleros
que aún conservaban cierto aire de romanticismo revolucionario.
Tanta visibilidad irritó a los enemigos de los diálogos y desató una
polémica sobre los límites y responsabilidades de la prensa, y los
peligros que entrañaba para el equilibrio informativo el llamado
"síndrome de la chiva". García Márquez terció en la controversia y en el
prólogo del libro La guerra por la paz, un compendio de columnas que
Enrique Santos Calderón había escrito sobre el proceso, dijo que la
opinión pública, que debía ser el árbitro final del debate, "había
quedado reducida a la condición de pobre señora sentada en medio de un
ventisquero de informaciones contradictorias, en el cual era imposible
saber, sin lugar a dudas, dónde estaba la verdad". ¿Fuimos los
periodistas idiotas útiles, chivos expiatorios o víctimas del doble
discurso oficial, que desde el Ejecutivo concedía estatus político a los
guerrilleros y desde la cúpula militar hablaba de bandoleros? Los
interrogantes quedaron abiertos y volvieron a surgir durante las
conversaciones de Caracas y Tlaxcala en el gobierno de César Gaviria, y
en las negociaciones del Caguán durante la administración de Andrés
Pastrana. Para ese momento, al menos la prensa escrita había aprendido
algunas lecciones: varios medios crearon Unidades de Paz o abrieron
espacios de discusión con expertos, en un esfuerzo para comprender los
hechos más allá de la coyuntura, para mirar la negociación a la luz de
otras negociaciones de conflictos internos y aportar elementos de juicio
a los lectores.
No hicieron lo mismo los noticieros de radio y televisión que, sometidos
al rating, impusieron un periodismo sensacionalista que daba prioridad a
situaciones dramáticas -tomas de pueblos, cilindros-bombas contra
alcaldías y estaciones de Policía, enfrentamientos, expresiones de dolor
de las víctimas-, sin duda hechos noticiosos que no podían dejar de ser
cubiertos, pero que terminaron por hacer mucho ruido y desviaron la
atención de avances, apenas visibles para los analistas del conflicto.
No hemos salido en general bien librados en el cubrimiento de los
diálogos con la subversión, y por varias razones: por falta de más
análisis y crítica, y de más independencia de las voces oficiales, y por
la dificultad para superar la condena visceral de la barbarie de la
guerrilla, de todas maneras lógica, que nos impidió ver más allá y
entender que los caminos de la paz son terreno minado. Contribuimos a
crear falsas expectativas y confusión en la opinión. Ayudamos, sin
proponérnoslo, a impulsar el péndulo que, según la coyuntura, se ha
movido del entusiasmo por la paz al entusiasmo por la guerra.
La época del narcotráfico y su ofensiva violenta contra el Estado
durante las administraciones de Virgilio Barco y César Gaviria, nos
enfrentaron a una de las más dramáticas situaciones de nuestra historia
reciente. Si al comienzo del Gobierno Betancur la lucha contra las
drogas no había sido prioridad, el asesinato de su ministro de Justicia
Rodrigo Lara, por orden del cartel de Medellín, fue un punto de
inflexión definitivo.
Los carteles comenzaban a marcar su territorio con sangre y fuego, y
convencidos de que por el camino de la violencia podían acorralar al
Estado y recuperar la senda de la negociación que había fracasado en el
Gobierno Betancur, intensificaron la ola de atentados, amenazas, y
asesinatos de magistrados, jueces, policías, funcionarios,
periodistas…Fue la dictadura del miedo: la consigna era silenciarnos o
corrompernos. Algunos sucumbieron a la tentación, pero en general los
periodistas nos convertimos en blanco y en trinchera.
El asesinato del director de El Espectador, Guillermo Cano, nos llevó a
convocar una marcha nacional para rechazar el crimen y defender la
libertad de prensa. Multitudinaria en todas las ciudades, fue la
expresión de un país conmocionado hasta los tuétanos. Hicimos también un
paro informativo, 24 horas sin noticias, para crear un espacio de
reflexión sobre lo que significaba el silencio de los periodistas.
No estábamos dispuestos a aceptar la mordaza que los carteles pretendían
imponernos, y para autoprotegernos organizamos luego un pool de medios
que aportaron sus unidades investigativas y designaron a un puñado de
periodistas, del cual hice parte, para preparar informes sobre esas
organizaciones criminales. Adaptados a radio, prensa y televisión fueron
divulgados en forma simultánea durante tres meses cada 15 días. Nos
reuníamos en diferentes lugares, en distintos días y horas de la semana,
pero nos descubrieron y las reiteradas amenazas nos obligaron a
suspender las reuniones.
No obstante, la campaña causó gran impacto y permitió que la opinión
conociera las dimensiones del monstruo. La sociedad empezó a darse
cuenta de que la violencia no solo era de la guerrilla, que también era
del narcotráfico y de los paramilitares, que escalaban la guerra sucia
contra la UP, financiados por la droga y apoyados por miembros de la
fuerza pública y sectores políticos de extrema derecha.
Fue la época de las peores masacres, de los secuestros de Andrés
Pastrana y Álvaro Gómez, de una nueva iniciativa de paz, de esa ofensiva
violenta que alcanzó su máxima expresión con el magnicidio de Luis
Carlos Galán, del restablecimiento de la extradición por vía
administrativa, del narcoterrorismo en las ciudades, del asesinato de
Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro. Los periodistas nos debatíamos
entre el miedo y la incertidumbre, nunca sabíamos si íbamos a volver
vivos a nuestras casas.
La campaña presidencial había sido la más violenta y trágica de la
historia. Todo parecía excluir cualquier posibilidad de un acuerdo con
los narcotraficantes. Sin embargo, César Gaviria aprovechó la crisis
para dar una vuelta de tuerca y retomar el camino de la negociación,
imposible tras el asesinato de Galán. Propuso abrir espacios jurídicos
con instrumentos diferentes a la amnistía y el indulto para lograr la
entrega de los llamados "Extraditables" a cambio de la no extradición.
¿Negociar con las mafias no era claudicar, reconocer que el Estado
estaba derrotado? ¿Había otra salida para poner fin al baño de sangre?
Como siempre en este oficio, eran más las dudas que las certezas.
Para presionar al Gobierno, los capos, que buscaban tratamiento político
y no de delincuentes comunes, acudieron al secuestro de periodistas,
Diana Turbay y Francisco Santos entre ellos. En el entretanto, el equipo
de Gaviria daba las puntadas finales a la política de sometimiento, y
se abría paso la Asamblea Constituyente que en junio del 91 proclamaría
la nueva Constitución que prohibía la extradición. Ese mismo día, se
entregó Pablo Escobar a la Justicia. Respiramos aliviados. Lejos
estábamos de imaginar que un año después registraríamos su fuga, y año y
medio más tarde su muerte en un operativo del Bloque de Búsqueda.
La muerte del capo significó el final del narcoterrorismo pero no del
narcotráfico y el crimen organizado. El paramilitarismo con su
maquinaria criminal surgiría como el nuevo enemigo. Sus jefes acudirían a
las formas más infames para acallar a la prensa. Muchos periodistas,
sobre todo de los medios regionales, más vulnerables, pagaron con su
vida la osadía de denunciar. No obstante, gracias a esas denuncias y
sobre todo a las investigaciones periodísticas de algunos medios
capitalinos, la opinión empezó a descubrir la dimensión del poder que
habían alcanzado los paramilitares en las administraciones locales y
regionales, y en el Congreso, donde lograron el 34 por ciento de las
curules en la campaña de 2002, todas de la coalición uribista.
Reelegidos la mayoría en 2006, las investigaciones de la llamada
parapolítica no solo llevaron a muchos de congresistas aliados del
Gobierno a la cárcel, sino que derivaron en el escandaloso espionaje del
DAS a opositores, magistrados de la Corte Suprema y periodistas.
El uso de prácticas perversas y de dineros oscuros para conseguir
resultados políticos y electorales ya tenía antecedentes: la campaña que
llevó a Ernesto Samper a la Presidencia y que derivó en el llamado
proceso 8.000. Entonces quedó claro que las mafias habían aprendido que
mejor que enfrentar a las instituciones, era infiltrarlas y
corromperlas, y que más rentable que asesinar policías, jueces,
políticos y periodistas, era comprarlos.
Fue entonces cuando se rompió una constante histórica: el periodismo
cortó su cordón umbilical con los políticos. Fue un proceso por etapas:
tímido al comienzo, se radicalizó a medida que conocíamos declaraciones,
documentos, testimonios, grabaciones e indagatorias que comprometían a
congresistas, altos funcionarios y al propio Presidente de la República.
Repugnancia y rechazo por la corrupción de la clase
política se respiraba en las salas de redacción.
Los congresistas no ahorraron esfuerzos para imponernos controles y
estatutos, precisamente cuando 173 parlamentarios empezaban a ser
investigados por recibir plata del narcotráfico. El Gobierno acudió al
chantaje para arrodillar a periodistas y medios mediante licitaciones de
TV y frecuencias de FM, y con ayuda de sus amigos en el Congreso sacó
una ley que cambiaba las reglas del juego y cuyo propósito era castigar a
los noticieros que cuestionábamos su gestión. Entonces el DAS también
interceptaba teléfonos y hacía seguimientos a los periodistas críticos
del Gobierno.
La crisis del 8.000 significó un nuevo debate sobre el papel de los
medios. Nos acusaron de haber ignorado las reglas del oficio, de haber
servido de correa de transmisión de fuentes interesadas, de no haber
investigado suficiente. En resumen, de tomar partido, de hacer parte de
la crisis. Ante el vacío y el fraccionamiento de los partidos, ante la
usencia de una oposición política organizada, la prensa ocupó parte de
ese espacio y sí, tomo posición, y cavó trincheras. Ese fue,
paradójicamente, su mayor acierto y su más grave error. Se jugó sus
restos, su prestigio, su credibilidad pero no pudo salvarse del diluvio.
¿Pero qué habría pasado, entonces, de no haber sido por ese periodismo
que, incluso con sus fallas y excesos, hizo de cancerbero? ¿La opinión
habría sabido que el narcotráfico había penetrado hasta las más altas
esferas del poder, que innumerables miembros de la clase política habían
vendido su alma al diablo? No estoy segura.
La encrucijada más reciente pero no la última fue la que creó el
gobierno de Álvaro Uribe. Por esa la ley del péndulo que antes mencioné,
el país pasó del desencanto por la paz al entusiasmo por la guerra.
Seducidos por el fuerte liderazgo del Presidente, que concentró la
información sobre el conflicto en cabeza suya y unificó el mensaje, un
único mensaje, la lucha contra el narcoterrorismo de las Farc, la casi
totalidad de los medios se contagiaron del clima de unanimismo que
reinaba en la opinión.
Una tras otra, las encuestas reflejaban el decidido apoyo al presidente
Uribe y, hábilmente manipuladas por el Gobierno, acabaron por incidir en
las líneas editoriales y en los titulares de las noticias a la hora de
informar sobre las políticas y acciones oficiales. Ese ambiente
perversamente acrítico, alimentado por el discurso macartizador del
Presidente que asociaba crítica y oposición con subversión, creó un
peligroso ambiente de intolerancia y polarización.
Nunca como en los gobiernos de Uribe se había presentado un divorcio tan
grande entre la opinión mayoritaria reflejada en las encuestas y la de
la mayoría de los columnistas de la prensa escrita. El Presidente logró
establecer una conexión directa con la gente y nos ganó de mano en
nuestro propio terreno.
Pero habrían de presentarse nubes en el paraíso de la seguridad
democrática con las investigaciones periodísticas sobre el fenómeno
paramilitar, sus tentáculos en la política, la economía y las
instituciones del Estado, y su influencia en la campaña del 2006. Sin
embargo, el destape de las cartas de la reelección y la intención del
Presidente de modificar la Constitución en beneficio propio, fueron el
punto de quiebre: Uribe estaba yendo demasiado lejos. Así se lo hicieron
saber desde sus editoriales, diarios que habían apoyado la primera
reelección, y buena parte de los columnistas que hasta ese momento lo
habían apoyado. Y así lo interpretó la Corte Constitucional que le cerró
el paso a la segunda reelección.
Un lección fundamental dejó el "uribato" al periodismo y es que el
exceso de concesiones y benevolencia con los gobiernos, da pie para
grandes abusos y contribuye a banalizar opiniones periodísticas
analíticas y críticas de las políticas y acciones oficiales.
El cubrimiento del nuevo Gobierno nos abre muchos interrogantes y tienen
que ver con sus conexiones con los más importantes medios de
comunicación. Pero más preocupante aún es el reto que nos plantean las
nuevas realidades de los medios, sobre todo de los escritos, antes de
gran relevancia para la opinión y hoy con influencia muy debilitada. Y
es que la prensa dejó de ser lo que era y no solo por la proliferación
de otros canales de comunicación y el avance de nuevas tecnologías, sino
porque los viejos periódicos propiedad de una familia han pasado a la
historia y hoy forman parte de poderosos conglomerados multimedia dentro
de los cuales juegan un papel funcional al grupo.
Pese a que esos grupos tienen gran solvencia económica para resistir
chantajes o presiones económicas y políticas, para influir en la agenda
pública, para defender el bien común, sus dueños están más interesados
en la rentabilidad que en su responsabilidad con los ciudadanos o en la
fiscalización del poder, bien porque comparten sus mismos intereses,
bien porque persiguen negocios que dependen de él. Esa es la razón, por
ejemplo, de la muerte de la revista Cambio, víctima de la segunda
conquista española.
El negocio es el nuevo nombre del juego. Como dice el analista de medios
Germán Rey, “la ideología es hoy la de los libros de contabilidad”. Las
noticias han entrado en el mercado de la comunicación y su valor no es
propiamente periodístico-noticioso, es económico. El criterio
informativo ha pasado a ser también criterio financiero y eso está
llevando a la prensa escrita, en especial a los periódicos, a una visión
más restringida de su papel. De ahí la preferencia por contenidos que
aseguren mayores ventas, de ahí que la información esté cada vez más
arrinconada por el entretenimiento, de ahí que se decante
preferencialmente por las llamadas “noticias útiles”. Cada vez hay menos
análisis, menos investigación y menos historias relevantes.
¿Qué nos depara el futuro a los periodistas? Ante la marginación o
extinción de medios alternativos, ante la evidente disminución de la
independencia de los medios y las reducidas fuentes de trabajo, cada vez
hay más limitaciones para informar con talante crítico, para meter las
narices en las entrañas del poder. Debo reconocer que no es es mi caso,
pues los medios que me acogieron tras el despido de Cambio, RCN Radio y
El Espectador, me dejan expresar con total libertad. ¿Pero pueden todos
los periodistas decir lo mismo? No creo. Para buena parte de ellos la
opción es la autocensura, el silencio cómplice o la neutralidad pasiva. Y
en el caso de los llamados cargaladrilos, se ven obligados a informar
sobre el lanzamiento de productos de los grupos donde trabajan –libros,
revistas, telenovelas, concursos, realities-, y a convertirse en
periodistas multifuncionales que deben producir, por el mismo sueldo,
para los distintos medios que convergen en su empresa -televisión,
diarios, revistas, emisoras…-, con las implicaciones que eso tiene para
la calidad de la información y su consecuente homogeneidad.
Acepto, pertenezco a la vieja guardia, soy de la generación de los
tubos, no de los chips; de la m·quina de escribir, no del computador;
del teléfono fijo, no del celular; del predominio de la prensa escrita,
no de Internet. Soy un dinosaurio. Pero aun así, y reconociendo el valor
de las nuevas tecnologías y la utilidad de la red como fuente de
información, creo que hasta ahora poco han servido para mejorar la
calidad del periodismo. La concentración de medios en conglomerados
conspira contra ello.
En estas circunstancias, el peligro no es solo que haya más espacio para
la corrupción porque donde los medios independientes mueren, la
corrupción tiene más probabilidades de prosperar. El peligro es también
para el propio periodismo que como función social pierde cada vez más
oxígeno.
¿Cómo llenar el vacío que dejan la disminución del número de periódicos y
revistas, y la precariedad y mediocridad que hoy predominan en el
cubrimiento periodístico? ¿Cómo crear o mantener empresas independientes
que cumplan con el papel de auténtico servicio público que han ido
dejando los grupos multimedia en aras del negocio? ¿Cómo hacer para que
el buen periodismo, el que investiga, el que analiza, el que hace de
contrapoder, encuentre apoyo entre los anunciantes? ¿Cómo evitar que el
periodista perro guardián acabe convertido en perro faldero? Estos son
apenas algunos de los interrogantes que hoy nos hacemos los periodistas
de ayer. Muchas gracias...
Discurso de la periodista María Elvira Samper al recibir el premio Simón Bolívar a la Vida y Obra 2010.
Los destacados del texto son míos. La foto de María Elvira Samper y Rodrigo Pardo la tomé (Canon E250 análoga) durante la Marcha contra el paramilitarismo el 6 de marzo de 2008.