Hace 25 años vivía el momento más difícil, complejo y doloroso de mi vida personal y periodística: el inútil asesinato de Luis Carlos Galán. (Ver: Galán y el Día Nacional de la Democracia. Sentipensantes, agosto 18 de 2011).
Era viernes. Caía el telón de un día azul brillante inundado de sol. Sobre las dos de la tarde terminamos el consejo de redacción con su infaltable relación de temas, negro sobre blanco, recogidas en una hoja y máquina de escribir brother, tras el usual llamado a lista que hacía Nacho a cada redactor. Una lista cuyo tema últimorelacionado siempre se titulaba: "el muerto del día“.
Caracol TV (Gol Caracol) dio hoy una demostración más de lo que NO ES, NO HACE y NO INCULCA el profesor José Néstor Pekerman a los jugadores de la Selección Colombia. La cobertura de la llegada de la Selección al país fue una transmisión de individualidades, desarticulada, de gritos, mediocre y sin contenido.
Los ‘pelaos’ del seleccionado perdieron por un gol ante un equipo cuya mayor fortaleza hoy radica en su fama y no en su juego: Brasil. Aunque no se lucieron como en los cuatro partidos anteriores, dejaron todo su aliento en el campo.
Lo que vimos en Fortaleza fue justamente eso: fuerza, valor y lucha hasta el último segundo en el verde campo del Castelao. El juez central del partido ya sabemos que camiseta llevaba puesta: la de la política, no la del deporte. Ni siquiera la del onceno anfitrión.
Es entendible que muchos tengan tristeza, incluso piedra por que el equipo no pudo seguir avanzando en el torneo. Esas emociones hay que desterrarlas pronto para ocuparnos de lo que sigue. Recoger, cuidar y acrecentar lo aprendido y con gratitud inmensa continuar el camino. No nos hicieron (en pasado) felices: ¡SOMOS y estamos felices!
Es tal la ansiedad que tengo porque sean ya las 3 de la tarde, que decidí abandonar el tibio nido y entregarme a ustedes de manera epistolar. No puedo dormir. Mi alma anda en Fortaleza.
El conflicto armado lo dañó todo. Rompió la trama vital en las familias.
La filigrana de conexiones humanas anudadas por la libertad de ser y pensar de
manera diferente en una sociedad.
El estigma, el señalamiento y el desprecio se
apoderaron de nuestras mentes. Nos acostumbramos al abrazo silencioso y gris de
los funerales.
Todos hemos estado expuestos al conflicto armado. A todas su formas de
violencia y también a todas sus maneras de complicidades. Por acción y por omisión.
Un hecho que, tarde que temprano, debemos asumir y aceptar para poder
cambiarlo.
El subrayado es mío pero el autor de la cita es William
Ospina. Forma parte de su columna Un gran hombre en peligro con la que sorprendía y sumía a la opinión pública en un
debate parecido al que se desarrolla esta semana. La escribió el 26 de febrero de 2012 en
defensa del ex Comisionado de Paz de Uribe el prófugo Luis Carlos Restrepo.
Pensar que Juan Manuel
Santos y Oscar Iván Zuluaga son sustancialmente diferentes es pensar que los
dos tienen una concepción diferente acerca de la economía y de la inversión
social, lo que representaría una postura diferente al neo liberalismo.
Los dos
son exactamente iguales. Claro está que los que en este país hemos tenido una postura humanista no estamos de acuerdo con ninguno de los dos.
Pero el ahora o nunca podría ser hoy la inaplazable decisión de elegir nuestro DESTINO no de los siguientes cuatro años, sino de la historia y rumbo de Colombia en adelante.
Antes de continuar con estos sentipensamientos, deben saber que este post es el primero y espero el último
de esta naturaleza. Además de compartirles esta perspectiva de por qué hay que reelegir al presidente Juan Manuel Santos, también busco que ustedes lo hagan.
El pasado en presente Todo es igual pese a que en 1991 acordamos un nuevo contrato social en Colombia. Quienes se deben encargar de garantizar la vigencia plena de ese contrato y el disfrute efectivo de todos los derechos que tenemos TODOS los ciudadanos, esto es, negros, indígenas, blancos y mestizos en las ciudades y en la ruralidad, según se consagra en la Carta Constitucional, han hecho y hacen hasta lo imposible y mucho más por no hacerlo.
Eran casi las 4 de la tarde. La periodista Natalia Torres y yo salíamos de la estación Las Aguas de Transmilenio. Caminamos hacia el sur el Parque de los Periodistas y desde más abajo del Templete al Libertador, advertimos de lejos que en la esquina de la Avda. Jimenez con carrera cuarta (Eje ambiental), al frente del Hotel Continental, un policía le daba puntapiés a un bulto en el piso.
Cuando llegamos en nuestro camino a ese punto, vimos que el bulto era una persona. Un hombre de cabello negro ondulado, vestido de harapos en posición fetal que cubría su indescifrable edad y absoluta miseria con una cobija mal oliente.
Le dije al policía (74810) que si quería le tenía el radioteléfono para que pudiera mover a esa persona con la mano y no con una patada. Me dijo en tono alzado: ¡no se meta! ¿Cómo que no me meto?, le respondí. Es una persona y usted no tiene ningún derecho de patearla.
Hice una foto del policía y la compartí en twitter denunciando lo que ocurría:
Alce la voz e increpé al policía: ¡Oiga, qué hace! ¡No es un perro! (que me perdonen los perros que tampoco lo merecen y los defensores de animales). ¡Su deber es respetar los derechos de esta persona, no quitárselos!
Mientras el policía (74810) en un tono displicente y agresivo me seguía insistiendo en que no me metiera, que no era mi problema, el otro policía (68703) que lo acompañaba, de guantes negros y aún subido en su moto, sonreía. Actitud que mantuvo durante todo el episodio.
Me dirigí a este y le dije: ¿Por qué usted no lo despierta con las manos y no como su compañero a punta de patadas? Me respondió: "¡No! ¡Cómo se le ocurre! Me da asco tocarlo. ¡Qué tal que tenga una enfermedad!".
Pues ninguno de los dos puede despertar a esta persona a patadas, les insistí aún más irritada (por decirlo decentemente). Me agaché y le hablé a esa persona, y con mis manos, las únicas que tengo y sin guantes lo moví varias veces diciéndole: señor, despierte… sin suerte. No conseguí que despertara.
La gente se iba juntando en el lugar. Estudiantes y transeúntes se sumaron a la espontánea protesta reclamando que no podían despertarlo a patadas, que tenían que respetarlo, que no era un bulto de basura, no sin murmurar, "pero si en este país todo funciona igual".
Desde que tomé la primera foto y comencé a hacer los vídeos que aquí ven, el policía (74810) sacó su IPhone y comenzó a grabarnos, a Natalia y a mí y a todos cuantos se fueron juntando en el lugar. Dejaron de darle puntapiés.
Hice fotos de esta persona, de su rostro y mientras lo hacía dije: no quiero ver después a esta persona muerta como un NN en un potrero de Bogotá o convertida en un "falso positivo" como se acostumbra en este país de "noche y niebla". Pasó y pasa de manos de la policía y en el ejército, especialmente. El policía (68703) que no dejaba de sonreír, se molestó y me dijo que eso no era verdad y que yo no tenía ningún derecho a decir eso.
Llegó un camión de la policía y el que nos filmaba con IPhone (no cualquier teléfono) gritó: "¡Échenlo al camión”! El que conducía no hizo caso y se marchó. (Tal vez porque, para ese momento, éramos muchos más los defensores de los derechos humanos que sus violadores).
4:30 Llegó una patrulla de la Policía. El que venía en esta, de mayor jerarquía, escuchó la denuncia que hacíamos no solo Natalia y yo sino todas las más de 10 personas que se arremolinaron en el lugar, no a chismosear qué pasaba, sino a sumarse en defensa de esa persona tirada en el piso.
Le ordenó al policía (68703) que levantará a la persona y la llevará a la patrulla porque la trasladarían al hospital Santa Clara. Ya no le dio asco de que tuviera alguna enfermedad y obedeció. Lo levantó con cuidado y lo llevó hasta el carro.
No sabemos quién es, como se llama. Otras dos mujeres antes que nosotras habían grabado lo que ocurrió. Nos explicaron que, minutos antes, esta persona sufrió un ataque de epilepsia y cayó al piso.
Cuando se llevaron al mendigo en la patrulla (17-0688), en teoría al hospital Santa Clara para ser atendido, una funcionaria de espacios públicos de Bogotá (de la Bogotá Más Humana según decía su uniforme), nos dijo que acababa de entrar a su turno de las 5 de la tarde, y que lo que tenía que hacer la policía por protocolo era haber llamado una ambulancia.
Desconocemos el destino que tenga la grabación que realizó, en una clara actitud de persecución, especialmente contra la periodista Natalia Torres, el policía (74810), a quién se le cuestionó hacerlo sin que, por un momento, dejará de grabar. De hecho, el mendigo, asunto de la discusión entre ciudadanos y la fuerza de policía, dejó de ser el objetivo del uniformado.
No existen hechos menores en un país y en una ciudad que aún sigue despertando y viviendo situaciones de los mal llamados "falsos positivos". Cualquier desacato al respeto de los derechos humanos de una persona, y más aún si está forma parte de la población más indefensa y vulnerable de una sociedad, debe ser motivo de indignación y repudio. No es posible seguir permitiendo que la Policía, que debe garantizar su protección y cuidado, no los respete ni valore.
Compartimos esta historia y denuncia pública ante la Policía Metropolitana de Bogotá. El respeto y garantía de los derechos humanos en Bogotá y en Colombia debe pasar de los foros, las declaraciones, los diagnósticos, los libros y las denuncias y anuncios de uniformados y de todo el mundo, a las buenas conductas y practica efectiva de los mismos.
¿Será que si lo llevaron y llegó al hospital de Santa Clara?
Denuncia y post escrito a dos voces. Natalia Torres (@natadelaleche) y Gloria Ortega Pérez.